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La sierra norte recuerda a sus muertos en la tragedia de la década

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La depresión tropical número 11 pegó a 81 municipios del estado. Su fuerza ocasionó la pérdida de 263 vidas humanas y daños por 2 mil 300 millones de pesos.

La mañana del 5 de octubre de 1999 fue la última para decenas de personas en la sierra norte de Puebla. Aquellas fueron horas con un cielo nublado y lluvioso.

Ese día la depresión tropical número 11 pegó a 81 municipios del estado. Su fuerza ocasionó la pérdida de 263 vidas humanas y daños materiales por 2 mil 300 millones de pesos.

Las muertes se registraron en Venustiano Carranza, Xicotepec, Huauchinango, Chiconcuautla, Zacatán, Chignahuapan, Teziutlán, Tetela de Ocampo, Zacapoaxtla y Tlatlauquitepec, según registros periodísticos de la época.

Fue Teziutlán y su colonia La Aurora a donde se dirigió la atención de todo el país. Solamente en ese sitio perdieron la vida 100 personas, de acuerdo con el Centro Nacional para la Prevención de Desastres (Cenapred).

En total las lluvias ocasionaron afectaciones a un millón 475 mil 654 personas, estimaron autoridades federales.

Hubo daños a la infraestructura hidráulica, carretera y de transporte, vivienda, de salud y educación, destacó el documento Características del Impacto Socioeconómico de los Principales Desastres Ocurridos en México en el Periodo 1980-99.

El testimonio de quienes perdieron familia y posesiones perdura después de 17 años, y aunque muchos intentaron rehacer su vida no pueden olvidar lo ocurrido aquel martes.

Un alud le quitó a 16 familiares

David Tomás Acosta salió de su casa en la colonia La Aurora para comprar comida en el mercado de Teziutlán.

Nunca más volvió a ver con vida a su mujer, seis hijos, cuatro nietos, su yerno y el hermano de su nuera, incluso a sus compadres quienes estaban de visita.

Su esposa le pidió que fuera a comprar las tortillas y dos pollos para hacer la comida. “Todos estamos aquí, los hijos no trabajan”, le dijo.

“Pero Dios me detuvo en el camino” y fue entonces que se tardó en volver a casa porque encontró a unas amistades y después a sus vecinos.

“Iba llegando a la esquina de la casa, cuando truena el cielo y cae una nube muy grande en la orilla del panteón y en 15 segundos se acabó todo. Se derrumbó toda la parte de arriba, arrasando todas las casas empezando por arriba; y entonces yo les gritaba a mi familia: ¡sálganse, sálganse!, pero imposible mi voz contra los truenos, contra todas las casas que venían cayendo, griterío, rapidísimo que fue todo”.

Al caer el alud de tierra, recuerda que lo golpeó una piedra. “Me aventó al lado, como pude me levanté y grite ¡sálganse, sálganse!, pero ya no había nada. Olía feo, se escuchaban lamentos, un silencio y después la reacción es comenzar a buscar”.

Cuando esto sucedió “veíamos brazos entre los escombros y los que quedamos con vida, empezamos a meternos para sacar a nuestros familiares”.

“Me metí por donde estaba mi casa y vi una criaturita, la levanté con las manos y la limpiaba con la ropa enlodada. ¡Está vivo, está vivo! y lo tomaron otras personas, salvamos a vecinos, pero de los míos ninguno con vida”.

Cuando se hizo la reconstrucción fue reubicado en la colonia Lomas de Ayotzingo, que se creó para las familias damnificadas.

Hoy vive casado nuevamente. Gaudencia, su pareja, hace tortillas a mano y don Tomás, que ahora tiene 72 años de edad, le ayuda a venderlas

Uno por uno los encontró muertos

Como todos los días, José Luis Peralta salió muy temprano de su casa ubicada en la colonia La Aurora para ir a su escuela en Teziutlán, desconocía que no volvería a ver con vida a su papá, hermano, abuela y a su primo.

Su jornada comenzó a las cinco de la mañana y pese a la lluvia marchó rumbo al Conalep. Dado que fue un día muy lluvioso varias escuelas suspendieron clases; por lo que regresó temprano a su hogar.

No olvida que sus compañeros de escuela, quienes también eran sus vecinos en La Aurora, le pidieron abordar con ellos el transporte urbano para llegar rápido a casa, pero él eligió ir a pie. “Se subieron al pesero para ir a un lugar mejor”.

Cuando caminaba por la calle Allende, en el  punto donde se encuentra la terminal de autobuses, escuchó un estruendo.

Dos cuadras más adelante y a poco de llegar a La Aurora se encontró con mucha gente, vecinos que corrían llenos de lodo, gritando, llorando.

“La sorpresa es que cuando llegué a la colonia en donde muchos de ustedes saben dónde está, lo único que encontré fue lodo, tierra, nada, y entré corriendo, llorando, buscando y no encontramos nada”.

“Ese día me di a la tarea de buscar a mis familiares, a mis amigos. Al primero en encontrar fue a mi primo, el segundo en encontrar fue mi hermano, una búsqueda incansable, implacable en donde al tercer día encontré a mi abuela, al quinto día a mi padre en estado de putrefacción”.

“Mi madre no la encontraba, la busqué y la busqué”. Dos meses después, “como un milagro”, la halló internada en un hospital de la ciudad de Puebla.

Con la pérdida de su familia y de su patrimonio, José Luis no tuvo dinero para reencontrarse con su mamá hasta seis meses después.

La colonia que nació en Huauchinango

Aunque han pasado 17 años desde la noche en que las lluvias los dejaron sin nada, los colonos que habitan el fraccionamiento 5 de Octubre, en Huauchinango, “no acaban de encontrar su lugar en este mundo”.

Muchos de ellos, apenas el año pasado lograron escriturar la casa que en ese entonces les construyó el Instituto Poblano de la Vivienda y que les entregaron unos 3 años después del desastre.

Nosotros llegamos a la colonia 5 de Octubre por lo que pasó en el “diluvio” del 99. Fue una cosa espantosa. Fue muy impresionante. Pasamos muchas depresiones, vivimos en el albergue durante un año y gracias al gobierno que nos volvió a reubicar y darnos esta casita, porque desafortunadamente perdimos la nuestra, cuenta doña Engracia.

En aquel entonces no paraba de llover. Mi esposo no estaba en ese momento en casa, se encontraba ayudando a otras gentes, cuando él llegó por nosotros en una camioneta empezamos a subir las cosas más indispensables que creíamos: ropa y nuestros documentos personales y ya para subir la última caja de cartón con ropa, oímos un tronido, como si hubiera explotado algo. El ruido fue muy fuerte, nos quedamos parados, cuando nos dimos cuenta venía bajando por el camino un río de lodo que pasó a traer la camioneta.

Engracia y otras de sus vecinas coinciden que vivir un año en un albergue es una experiencia poco recomendable. Si con la familia se llegaron a sentir como “arrimados. Imagínese con desconocidos”.

El gobierno tardó tres años en entregar las casitas de 90 metros cuadrados, con techos de lámina, en una colonia donde no había agua, nada de calles pavimentadas, ni alumbrado público, ni escuelas, ni unidades deportivas.

Unos cuantos años después, refieren, aparecieron los líderes en la colonia, primero para buscar que se les dotara de servicios, luego quisieron aprovecharse y vender algunas de las viviendas. “Mucha gente les entregó sus ahorros y ellos les dieron papeles falsos”.

Los documentos tenían datos encimados en el número del lote y la manzana, hasta falsificaron las firmas de los ex alcaldes Salvador Morgado Hernández y Carlos Miguel Ignacio López.

Después hubo otras irregularidades, y todos suponen que se estuvieron falsificando algunos de esos documentos. Hubo algunas personas que fueron engañadas, que entregaron dinero, que se hicieron la ilusión de que ya tenían una casa, pero a la hora de ir a escriturar solo les validaban el contrato de donación.

Son pocos los habitantes que le han podido hacer alguna modificación a la construcción que les entregó el gobierno. Muchas están cercadas con alambres de viejos colchones que se fueron deshaciendo. Otros no han podido cambiar las láminas de cartón con las que se las dieron.

Sólo la instalación del Instituto Tecnológico Superior de Huauchinango le cambió un poco la cara a este rumbo: pavimentaron el acceso y empezaron a llegar de manera frecuente los transportes colectivos

 

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