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Del “cristianismo político” al lujo familiar: la eterna contradicción

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Reflexión sobre el modo de vida austero que predicó e impulsó AMLO en su carrera política y la narrativa que hoy viven sus hijos y la 4T

Durante su presidencia, Andrés Manuel López Obrador predicó un “cristianismo político” envuelto en austeridad franciscana donde se presentaba como líder espiritual, una figura de “pequeño redentor”, quien entre apóstoles morenistas, crucificaba todo signo de dispendio o privilegio público.

Cerró Los Pinos, redujo su sueldo, habló de pobreza digna y blandió la Biblia como estandarte moral.

Hipocresía cuatrotera

Hoy, ya sin la investidura presidencial, aquel barniz espiritual se ha desvanecido. Ya no lo vemos en actos políticos en los que profería sermones casi bíblicos, sin embargo, hay algo que irónicamente persiste: su viejo conservadurismo ha resultado más duradero que su improvisado credo.

 

El movimiento resulta irritante: no solo contradice la imagen de “militar austero”, sino que ocurre después de que el expresidente exigiera disculpas históricas a España.

Sus hijos mayores tampoco han sido austeros. José Ramón López Beltrán se mueve como magnate entre mansiones y propiedades millonarias. Señalado por presionar a funcionarios para asignar contratos a sus amigos en el Tren Maya, CFE o donde sea. Con tal poder, que pocos se atreven a decirle que no.

Y no, el problema no surgió con la presidencia de su padre, desde siempre, los hijos de AMLO actuaron como juniors privilegiados.

En 2001, cuando AMLO como jefe de Gobierno presumía viajar en un Tsuru con “Nico”, su chofer; José Ramón de 19 años después de ir de fiesta chocó una camioneta oficial Cherokee, mientras Andy vestía ropa y tenis de diseñador, pero su padre salía a defenderlos, porque los medios atacaban injustamente a sus “pobres hijos”.

El discurso se desmorona

Ahora se conoce el financiamiento turbio de la campaña presidencial de 2006. Su círculo íntimo de entonces —René Bejarano, Carlos Ímaz y otros — a nombre del líder recaudaban efectivo producto de los contratos que se otorgaban al empresario argentino Carlos Ahumada. Un “cochinito” de sobornos que terminó en videoescándalo.

Aunque la contradicción es la marca personal. López Obrador supo engañar, manipular y moldear narrativas.

Enrique Krauze lo bautizó como el “Mesías Tropical”, título que retrata perfectamente a quien construyó una fe política sobre promesas incumplidas e incumplibles. El tabasqueño que decía vivir en un modesto departamento en Copilco, en realidad poseía un rancho de casi 60 hectáreas en Palenque —que no lo tienen ni Calderón, ni Peña, vaya, ni Obama— ahora convertido en una fortaleza custodiada por las Fuerzas Armadas, un nivel de privilegio y seguridad que ningún otro expresidente tiene.

¿Dónde queda el mito de la honestidad valiente?

El lema que parecía un grito guerrillero contra el privilegio, hoy se derrumba ante la vida VIP de sus familiares, la narrativa de vivir sin lujos se evaporó frente a una familia presidencial que adoptó un estilo de vida de élite.

La contradicción se resume en tres actos:

​1.​Evangelización política. López Obrador recurrió a prédicas religiosas y gestos simbólico-espirituales para legitimar su poder, colocándose como guía moral.

​2.​Austeridad como bandera. Redujo gastos suntuosos, cerró Los Pinos y bajó su sueldo, proclamando la llamada austeridad republicana.

​3.​Lujo familiar desenfrenado. Su esposa y su hijo menor se instalan en barrios elitistas de Madrid, mientras los mayores exhiben viajes y mansiones fruto de contratos inflados.

Los discursos hoy suenan huecos

Pero esta historia, tiene moraleja: el barniz religioso se desmoronó con la investidura, pero el conservadurismo y el privilegio permanecieron y se consolidaron. La austeridad fue un lema vacío y el discurso moral, una hipocresía.

López Obrador vendió la idea de ser distinto a sus antecesores. Sin embargo, terminó repitiendo sus peores vicios.

Como presidente, resultó más frívolo que Peña Nieto, más nepotista que López Portillo y más corrupto que cualquiera delos mandatarios que juró superar. Y con un agravante: una soberbia peor que la de Salinas de no querer soltar el poder, disfrazando de mística política lo que en realidad es una ambición personal.

México padece las consecuencias. El proyecto de la “cuarta transformación” se redujo a una mezcla de dogma político, culto a la personalidad y negocios familiares. La promesa de erradicar la corrupción quedó enterrada bajo los lujos de familiares y allegados. La narrativa religiosa se esfumó al tiempo que se consolida una red de privilegios e impunidad para su círculo más cercano.

En brutal contraste, millones de mexicanos sobreviven en condiciones de pobreza mientras la familia del “presidente austero” vive como la élite y hacen negocios con los recursos del Estado. Es la mayor contradicción del obradorismo: predicar pobreza para el pueblo y practicar lujo para la familia.

 

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Columna de Manuel Díaz en SDP Noticias

X: @diaz_manuel

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