Dos veces deben pensarlo, quienes aparecen como beneficiarios en el reparto del botín de candidaturas plurinominales que hizo para Puebla, el dirigente Mario Riestra con el aval del presidente del CEN del PAN, Jorge Romero.

No es la primera, ni la última vez que se imponen acuerdos a la democracia interna del partido.

El problema es el cumplimiento de los compromisos, aunque como dice Joaquín Sabina, las mejores promesas, son esas, que no hay que cumplir.

Para que la nomenclatura panista aceptara a Antonio Gali Fayad como su candidato a la alcaldía en 2013, el entonces gobernador Rafael Moreno Valle firmó un acuerdo con la dirigencia nacional del PAN y los yunquistas.

Espacios en candidaturas, puestos en el gobierno del estado y, sobre todo, posiciones en el gabinete de Antonio Gali Fayad, fueron los compromisos a los que llegaron morenovallistas y panistas en pugna.

Una comisión especial formalizó el Comité Ejecutivo Nacional del PAN para impedir la ruptura en Puebla y respaldar el proyecto de candidaturas y alianza que pretendía el morenovallismo.

Todo quedó consignado en un documento, en el aparecen cada acuerdo, con nombre y apellido. Lo mejor viene al final, pues estaba la firma del entonces líder nacional del PAN, Gustavo Madero, como garante del cumplimiento de los compromisos.

Al agotarse el tiempo para aterrizar los acuerdos por “la unidad panista”, Moreno Valle y su grupo ignoró todo, cerró espacios a los panistas de El Yunque y ordenó la persecución del entonces edil saliente, Eduardo Rivera Pérez por la vía de sus cuentas públicas.

A los aspirantes a ediles en alianzas que encabezaba el PAN, les soltó al Pacto Social de Integración para arrebatarles las posiciones.

Les echó todo su aparato económico, político y mediático y tiró a la basura esos acuerdos firmados en el CEN del PAN. Nadie le reclamó nada.

Por eso, las viudas y viudos del morenovallismo no podrán reclamar lo que su finado jefe político les enseñó a incumplir: los acuerdos.

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Columna de Alejandro Mondragón

Foto Especial

clh