Entre la neblina que cubre la Sierra Norte de Puebla, se encuentra Cuetzalan, un pueblo que parece detenido en el tiempo. Calles empedradas, techos de teja roja y el aroma constante a café recién molido lo convierten en uno de los destinos más buscados por quienes quieren desconectarse del ajetreo urbano sin alejarse demasiado de la Ciudad de México.

Aunque el título de Pueblo Mágico le fue otorgado oficialmente hace años, para sus habitantes y visitantes Cuetzalan siempre ha tenido algo especial. Su encanto no sólo está en la vista: también se siente en las costumbres, en los sabores, en los sonidos del mercado o en el murmullo de las cascadas cercanas.

Uno de los elementos más llamativos es la danza de los Voladores, un ritual que no sólo es espectáculo turístico, sino una práctica viva que honra a la tierra y a sus ciclos. Los voladores, ataviados con trajes tradicionales, giran desde lo alto de un mástil mientras suena una flauta que rompe el silencio del pueblo.

Además del ritual, Cuetzalan es conocido por su comida. Los tamales de frijol, el mole con un toque serrano, y las famosas acamayas (una especie de camarón de río) son parte del menú que puedes probar en cualquier fondita del centro. No puede faltar el café de altura, uno de los más valorados de la región.

También es un buen sitio para los que gustan de las artesanías. Aquí se elaboran desde huipiles bordados a mano, hasta canastos tejidos con fibras naturales, todo hecho por familias que han heredado estas técnicas por generaciones.

Más allá del turismo, Cuetzalan es un ejemplo de cómo las comunidades pueden mantener vivas sus raíces. Aunque enfrenta desafíos como la migración y la modernización, ha sabido resistir manteniendo su identidad fuerte y presente.

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foto cortesía 

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