- Puebla
La Tradicional Fiesta de la Santa Cruz
Al referirnos a lo tradicional, no lo estamos haciendo hacia las celebraciones litúrgicas que con motivo de la “invención de la Cruz”, se tiene en el Ritual Romano, por supuesto que no. Se hace alusión a la peculiar forma de hacer festiva una fecha dedicada al símbolo por excelencia de los cristianos: la Santa Cruz. Los antiguos indígenas de estas tierras utilizaban signos que de hecho son una cruz, eran dos que podríamos llamar en forma de cruz griega, es decir con sus cuatro extremos de iguales dimensiones. Si solamente era la cruz, se estaban refiriendo al copal, que era el incienso mexicano y que todavía se sigue utilizando en infinidad de ritos. Si la cruz estaba resguardada por un punto o círculo entre cada uno de los extremos –un total de cuatro- entonces era la representación del “teocuítlatl”, que literalmente significa: “excremento de los dioses”, pero que en realidad se refiere al “oro”. Muchas de estas representaciones se aprecian en los códices, y otras tantas en ornamentaciones artísticas, como es el caso de los tableros espléndidos que tienen los edificios de la zona arqueológica de Mitla en Oaxaca.
Estos antecedentes nada o muy poco influyeron en lo posterior, la Santa Cruz está ligada de una manera muy fuerte a la etapa de conquista y evangelización. Recordemos que el arribo y desembarco de Hernán Cortés en Chalchihuecan, ocurrió el 3 de mayo de 1519, lo que el capitán tomó como una señal positiva y alentadora, de ahí que decidiera llamar al primer ayuntamiento español: la Villa Rica de la Vera Cruz, enfatizando lo de Vera Cruz, pues bien que sabía lo que la Historia Sagrada y la famosa la Leyenda Aurea dicen al respecto: decidida la madre del emperador Constantino: la emperatriz Elena, a encontrar restos materiales de la pasión de Jesucristo, hizo excavar exhaustivamente los alrededores de Jerusalén, especialmente en la colina –que no monte- del Calvario. En esos menesteres se hallaron infinidad de materiales arqueológicos, sobre todo fragmentos de madera que había sido utilizados como cruces de martirio a miles de judíos, galileos, nazarenos y palestinos. De todo lo encontrado había que definir cuáles eran las auténticas reliquias, lo que en leyenda se puede solucionar fácilmente. Se dice que la distinguida señora hizo traer a varios moribundos, haciendo que los tocaran con las astillas de cada pedazo de madera, hasta que con uno de ellos, los enfermos sanaron, inclusive para confirmar –todo lo cual es leyenda- se hizo traer el cadáver de un recién ejecutado, el cual resucitó milagrosamente, así se “inventó”, palabra que antiguamente significaba también hacer o hallar, la auténtica y “Vera”, es decir verdadera: Cruz. A esos restos o astillas se les denominó “Lignum Crucis”. De inmediato esos fragmentos fueron repartidos por todo el mundo cristiano, pues ostentar aunque fuera una minúscula astilla del “Lignum Crucis”, era un privilegio y un polo de atracción de peregrinos.
Pero volviendo a Cortés, su devoción al símbolo lo llevó a mandarlo pintar en su estandarte personal, con una leyenda que recordaba al lema de Constantino: “In Hoc Signo Vinces”, pero además la leyenda: “Amigos: sigamos esta señal que con ella venceremos”. Cuando entró en la primera gran ciudad indígena, que fue Zempoala, sin pedir permiso como acostumbraba, al tristemente célebre “Cacique Gordo”, mandó colocar una cruz en el cú o teocalli principal, siendo esta la primera vez que el símbolo del cristianismo se exaltó en nuestro territorio. Posteriormente y después de no pocos pormenores, hizo la alianza con los señoríos de Tlaxcala, solicitando al tlatoani de Tizatlán, que era el viejo y sabio Xicoténcatl, que le permitiera levantar una enorme cruz frente a su palacio, lo cual de inmediato se hizo por carpinteros españoles como indígenas. Quizá debamos considerar a esta acción como la primera en que formalmente se hincó la cruz. Actualmente en ese lugar está la capilla abierta –muy famosa, por cierto- de San Esteban Tizatlán, pueblo muy cercano a la capital tlaxcalteca.
Al caer Tenochtitlan y con ello la parte dura de la conquista militar, empezó la campaña mucho más positiva de la evangelización, a cargo de los religiosos franciscanos, a partir de 1524, los dominicos en 1526 y los agustinos en 1533, en ello pusieron su vida y afanes, preocupándose sobre todo en que los indígenas conocieran y estimaran la buena nueva. Como en el Viejo Mundo, se recurrió a los símbolos, empezando por el de la cruz. Con un espíritu de triunfo del cristianismo sobre el paganismo, decidieron implantar uno sobre otro, así que en cada sitio donde hubo teocallis, primeramente, se colocó una cruz sobre las ruinas, y luego ya edificaron los templos. Notaron los frailes que los indios tenían costumbre de ofrendar a los cerros y montañas, puesto que en sus cumbres levantaban altarcillos para depositar ofrendas y ejecutar rituales. Rastrearon esos sitios sagrados y demolieron lo pagano, plantando cruces que se notaran de todas partes. Los indios recalcitrantes al principio, aceptaron el cambio, aunque solamente en forma, aunque no de fondo, pues la cruz vino a sustituir, en todo el significado, lo que antes se hacía. Es por eso que cada 3 de mayo, la gente subía a las cimas y enfloraba las cruces, como acostumbraba antes enflorar a las imágenes de sus dioses. Las cruces cimatarias fueron la nueva marca y símbolo de los dioses de la lluvia. Todo esto se fue enriqueciendo tanto, que sus raíces ancestrales se fueron diluyendo para sustituirse con una mezcla difícil de definir. Todavía hoy la gente del campo sube a los cerros y pinta, refuerza y enflora las cruces en su festividad. Se diría que en la festividad de la Santa Cruz, cada 3 de mayo, se revive la antigua festividad Huey Tepeilhuitl o “Gran fiesta de los cerros”.
El padre fray Toribio de Benavente “Motolinia”, refiere en su Historia de los Indios de la Nueva España, que como si fuera una de las plagas del antiguo Egipto, así cayeron una a una desgracias sobre los indios conquistados; entre otras, quizá la más terrible fue la edificación de la ciudad de México sobre las ruinas de Tenochtitlan, la explotación inmisericorde de los españoles, provocó una lamentable situación donde morían tantos hombres que era imposible saber cuántos, sin que hubiera suficientes frailes para atenderlos espiritualmente. Discurrieron los religiosos que en cada obra, especialmente sobre los endebles andamios, se colocara el símbolo cruciforme de la Redención, para que protegiera a los albañiles y peones y, en caso de accidentes, tuvieran ante la cruz, la oportunidad de arrepentirse mirándola.
De este remedio provisional, surgió la tradición de colocar a la Santa Cruz en cada construcción, el espíritu mitotero –mitoti significa fiesta en náhuatl- se encargó de lo demás, pues llegando la festividad, todos los constructores, desde arquitectos hasta peones y matacuaces, participaban, primeramente en llevar la Cruz a bendecir y luego retornarla a la obra, lo que da lugar a una opípara comida y más abundante bebida. Hoy por hoy, la festividad de la “Invención de la Santa Cruz”, hace que arquitectos e ingenieros, maestros de obra, albañiles y peones, se regocijen cada tres de mayo.
Texto de Eduardo Merlo
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Foto: Cortesía
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