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¿Dos siglos y no arreglamos las cosas?

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En todo ese tiempo no hemos podido mejorar las condiciones de vida de los indios de México.

Llevamos 200 años de vida independiente, dos largos siglos, y en todo ese tiempo no hemos podido mejorar las condiciones de vida de los indios de México. Habitan las comunidades más pobres del país y pertenecen a las colectividades más marginadas.

Cuando emigran a las ciudades son discriminados y desempeñan los peores trabajos. ¿A quién responsabilizamos de esto, a quién le echamos la culpa? Pues, muy sencillo: a los españoles, a los invasores, a los conquistadores que se aparecieron por estas tierras en 1519 para someter al Imperio mexica.

El tema, por lo visto, no es la integración de esas poblaciones a la economía moderna, sino la machacona evocación de la “terrible Conquista […] con matanza y destrucción sin freno” que consumaron “las tropas españolas […] al mando de Hernán Cortés”, como bien refirió el señor Díaz-Canel en el discurso que tuvo a bien pronunciar como invitado especialísimo de nuestras fiestas patrias para, a partir de ahí, exigir reparaciones y disculpas a los descendientes de la soldadesca ibérica que anduvo por estos pagos hace 500 años, para azuzar el rencor de los vencidos —o sea, nosotros, aunque provengamos de etnias sojuzgadas, a su vez, por la violenta tiranía azteca y que no tengamos antepasados afincados en México-Tenochtitlán, sino lejanísimos parientes tlaxcaltecas, totonacas, texcocanos o xochimilcas, aliados de los españoles con el muy entendible y válido propósito de librarse del oprimente yugo de los mexicas—, para sacar réditos políticos del resentimiento, para sembrar discordias y para evadir, justamente, esa gran responsabilidad que hemos tenido, nosotros mismos y nadie más, de construir una nación próspera, justa y civilizada.

Durante la práctica totalidad del siglo XIX nos olvidamos de luchar hombro con hombro para compartir todos juntos las bonanzas del progreso y lo que hicimos, por el contrario, fue enfrentarnos, combatirnos los unos a los otros.

La propia Revolución mexicana, tan idealizada y romantizada por los nostálgicos de la guerra (eso son, partidarios de la violencia y no otra cosa) arruinó al país de una manera absolutamente brutal.

Lo menos importante, en estos momentos, es quitar estatuas. No es, en todo caso, lo que necesitan realmente los indios de este país tan injusto.

Columna de Román Revueltas Retes en Milenio

Foto: La voz de michoacán

mgh

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