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El sabor, una reflexión filosófica
El sabor es una experiencia tan antigua como la humanidad misma, un sentido que nos conecta con la tierra y con nosotros mismos desde los primeros momentos de la vida. Sin embargo, su lugar en la reflexión filosófica y cultural ha sido históricamente modesto, desplazado por otros sentidos considerados más nobles, como la vista o el oído. Pero si miramos hacia atrás, veremos que desde la antigüedad diversos pensadores y tradiciones han ido tejiendo una narrativa en torno al gusto, entrelazando lo físico, lo ético y lo simbólico.
En la Grecia antigua, el poeta Hesíodo (siglo VIII–VII a.C.) ya evocaba el valor del alimento y los sabores en sus escritos, celebrando los frutos de la tierra como el sustento que nutre el cuerpo y el alma. Aunque su enfoque no era filosófico en sentido estricto, sí reconocía la importancia del sabor como puerta de entrada a la experiencia humana.
En paralelo, en la tradición bíblica (siglos X–V a.C.), el sabor aparece como símbolo de la experiencia divina y la bondad. El salmo que invita a “gustar y ver que el Señor es bueno” convierte el acto de saborear en una metáfora de fe y confianza, un puente entre lo corporal y lo espiritual.
Por otro lado, en el terreno de la medicina, Hipócrates (siglo V a.C.) dio al gusto una función diagnóstica para observar y evaluar el estado de salud. En sus textos, el sabor no era solo una percepción placentera o un símbolo, sino un indicador de bienestar y equilibrio en el cuerpo, anticipando una mirada más científica y práctica sobre este sentido.
Pero fue Epicuro (341–270 a.C.) quien, desde la filosofía, introdujo el sabor dentro de una ética del placer. Para él, la felicidad reside en el placer moderado y consciente. No se trata de derrochar en manjares, sino de saborear con atención y gratitud lo simple; un trozo de pan, un vaso de agua fresca, un higo. En su pensamiento, el gusto es un maestro de prudencia, que enseña cuándo basta y cómo evitar el dolor del exceso.
En la época del Imperio Romano, figuras como el médico Galeno (siglo II–III d.C.) profundizaron en el papel del sabor para la salud y la sintonía corporal, asignándole propiedades que influían en los ritmos internos y la experiencia vital.
Con el Renacimiento y la llegada de la modernidad, pensadores como Michel de Montaigne (siglo XVI) contemplaron el placer de comer y beber como una experiencia que une lo natural y lo cultural, la simplicidad del cuerpo y la complejidad del alma.
Finalmente, en el siglo XIX, Jean Anthelme Brillat-Savarin (1755-1826) llevó el estudio del sabor a otro nivel con su obra Fisiología del gusto (1825). Más que un tratado culinario, su libro es una reflexión profunda sobre el gusto como sentido, placer y fenómeno social. En sus páginas, la mesa se convierte en un espacio en el que se negocian identidades, memorias y deseos, y donde el sabor es la clave para entendernos a nosotros mismos y a nuestras culturas.
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Columna de Sonya Santos en El Financiero
Foto Pexels
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