La historia de América Latina ha tenido una dolorosa constante: el intervencionismo estadounidense. Desde que en 1823 se proclamó la Doctrina Monroe con la frase “América para los americanos” hasta que el Corolario Roosevelt convirtió a Washington en el “policía del continente”, la región fue y es escenario de invasiones, bloqueos, golpes de Estado y manipulación política. La lista de pueblos que bajo el peso de esa “amistad” forzada es larga y dolorosa.
Y tal conducta ha sido criticada por voces como la de Noam Chomsky, quien en su ensayo “La crueldad del imperialismo estadounidense” denuncia la hipocresía de quienes justifican estas intervenciones con el pretexto de la democracia, cuando en realidad responden a intereses económicos y geopolíticos.
El propio Chomsky afirmó que Estados Unidos (EE. UU.) interviene cuando sus intereses están en juego, no así los derechos humanos. Esa es la esencia de una política exterior que, lejos de proteger, ha impuesto dictaduras, reprimido movimientos populares y asegurado el control de recursos estratégicos.
Con lo anterior como contexto, poco sorprende que reaparezcan propuestas que, matizadas de cooperación, esconden la vieja lógica de la subordinación, como la del senador Ted Cruz, quien planteó que México debería aceptar la “amistad” de EE. UU. para que los marines ingresen a nuestro territorio y combatan a los cárteles.
La respuesta de la presidenta Claudia Sheinbaum fue firme y categórica: “EE. UU no va a venir a México con los militares”. No se trata de rechazar la cooperación internacional en temas de seguridad, sino de dejar en claro que esta debe darse en el marco del respeto mutuo y no de la imposición. México tiene Constitución, instituciones, leyes y, sobre todo, un pueblo que sabe defender su independencia.
Sin embargo, como era de esperarse, la propuesta del senador texano no cayó en saco roto y encontró eco en algunos sectores de la oposición, particularmente en aquellos que siempre han tenido una marcada condición neopolkista, término que recuerda a los conservadores del siglo XIX, quienes, incapaces de sostener un proyecto sólido, clamaban por la intervención extranjera para resolver lo que no podían enfrentar con organización propia.
Hoy, los neopolkos repiten el guion y prefieren denostar los avances y hasta invocar a potencias extranjeras para que “pongan orden”. Algunas de estas voces incluso llegaron a afirmar que “la mayoría de los mexicanos verían con buenos ojos” la llegada de marines. Nada más falso y peligroso. Aceptar semejante idea sería normalizar que nuestro país es incapaz de resolver sus problemas.
Lo que los neopolkos no entienden —o no quieren entender— es que la violencia no se resuelve con tropas extranjeras. Se resuelve con justicia social, con empleo digno, con educación, con salud, con un Estado fuerte que llegue a cada rincón del país y haga valer la ley. Esa es la apuesta de la Cuarta Transformación: atacar las causas profundas, no solo los síntomas.
Durante los últimos siete años se han sentado bases sólidas: programas sociales universales, aumento histórico del salario mínimo, reducción de la pobreza y la desigualdad, fortalecimiento de la Guardia Nacional y una política exterior independiente. Hablamos de un cambio de rumbo frente a décadas de abandono neoliberal que sembraron las semillas de la violencia que hoy enfrentamos.
Aceptar esa “amistad” ofrecida desde el exterior significaría retroceder. Sería volver a la época en que las decisiones nacionales se tomaban en embajadas extranjeras, cuando la soberanía era sacrificada en nombre de una supuesta “seguridad hemisférica”.
En pleno siglo XXI ya no pueden tener cabida los discursos de subordinación. México no necesita ejércitos extranjeros, necesita consolidar el proyecto de transformación que sigue avanzando con el respaldo del pueblo, conducido por un gobierno que no se ha doblegado ante las presiones externas.
Lo que está en juego no es solo un tema de seguridad, sino nuestra soberanía. Por eso es importante que el pueblo mexicano respalde la postura de la presidenta. Frente a las voces que claman por una intervención, ella ha respondido con dignidad, temple e inteligencia.
La historia nos enseña que cada vez que se cedió un centímetro de soberanía el costo fue enorme. Además, la verdadera amistad entre naciones no se impone con marines ni con amenazas veladas, sino con cooperación justa, respeto mutuo y solidaridad.
México sigue avanzando, con sus propios retos y soluciones. No requiere de tutores ni salvadores extranjeros, sino de seguir fortaleciendo la justicia social, el desarrollo y la paz con un proyecto particular, el de la Cuarta Transformación.
Respaldar a nuestra jefa de Estado es respaldar la dignidad de México. Su voz frente a las tentaciones intervencionistas es un recordatorio de que la soberanía no es negociable. Nuestro pueblo, que ha resistido invasiones, traiciones y bloqueos, no aceptará ahora una “amistad” que en realidad busca sometimiento. Porque la verdadera amistad se construye entre iguales, nunca desde la imposición.
X: @RicardoMonrealA
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El doctor en Derecho, Ricardo Monreal Ávila, nació el 19 de septiembre de 1960 en Plateros, Zacatecas, en el seno de una familia de catorce hijos.
Estudió Derecho en la Universidad Autónoma de Zacatecas y luego cursó estudios de maestría y doctorado en Derecho Constitucional y Administrativo en la Universidad Nacional Autónoma de México.
En 1975 comienza su trayectoria política militando en las filas del Partido Revolucionario Institucional (PRI), allí ocupó varios cargos: fue coordinador nacional de la Defensa Jurídica del Voto en la Secretaría de elecciones de la dirigencia nacional; presidió el Comité Directivo Estatal de Zacatecas y, posteriormente, fue secretario de Acción Política de la Confederación Nacional Campesina. En éste periodo de militancia participó en el Congreso de la Unión, fue diputado federal dos veces (1988-1991 y 1997-1998) y llegó al puesto de senador (1991-1997).
En 1998, Monreal Ávila abandona al PRI para unirse a las filas del PRD y contender, ese mismo año, a la gobernación del estado de Zacatecas.
Fue diputado federal en tres periodos: de 1988 a 1991 y de 1997 a 1998 por el Partido Revolucionario Institucional (PRI), y entre 2012 y 2015 por Movimiento Ciudadano y por el Movimiento Regeneración Nacional (Morena).
Cumplió labores como senador en dos periodos, de 1991 a 1997 y de 2006 a 2012 por el Partido de la Revolución Democrática (PRD) y el Partido del Trabajo (PT).
Ahora por tercera ocasión es Senador de la República y coordinador de la fracción parlamentaria de Morena.