En la mitología griega, Hipólita, líder de las Amazonas, encarna la autonomía, el gobierno colectivo y la sabiduría estratégica. A diferencia de quienes construían su poder sobre la conquista o la sumisión, ella dirigía a su pueblo desde la firmeza de sus convicciones y la defensa de sus principios, basando su poder no en el sometimiento, sino en la claridad de propósito y en la capacidad para decidir con dignidad.
Hipólita, estratega hábil, sabía cuándo luchar, cuándo negociar y cuándo imponer respeto. Su figura es una excelente metáfora de los tiempos que vivimos hoy, con el liderazgo de la presidenta Claudia Sheinbaum y cuando México enfrenta desafíos externos, presiones económicas y choques ideológicos.
Desde el inicio de su mandato, la presidenta no ha claudicado ante las presiones internas ni las amenazas externas. Al contrario: opta siempre por consolidar la política interior y la economía nacional, y responder con inteligencia política y altura de miras. El acuerdo alcanzado con Donald Trump para posponer la imposición de nuevos aranceles es una prueba fehaciente de ese temple.
No es exageración mencionar que dicho acuerdo es un triunfo diplomático y político, pero sobre todo es un reflejo del tipo de liderazgo que hoy encabeza los destinos del país, un liderazgo que escucha, que consulta, que no se precipita, pero que tampoco se somete.
Frente a una nueva ola de proteccionismo e imposición unilateral por parte de Estados Unidos, México sigue eligiendo el camino de la negociación entre iguales, del respeto mutuo y de la defensa de los intereses nacionales.
Pero no solo se trata de una pugna comercial; en el fondo, es una disputa entre visiones. Por un lado, está la visión progresista que apuesta por la cooperación, el desarrollo con justicia social y el respeto entre naciones (visión que encabezan México, Brasil y varios miembros de la Unión Europea); por el otro, está la visión proteccionista, conservadora y unilateral, que intenta imponer su agenda con amenazas arancelarias o sanciones.
Estas tensiones no son nuevas. Recordemos que el presidente Benito Juárez enfrentó una situación parecida. Mientras las potencias extranjeras pretendían imponer un régimen a modo, él apostó por el fortalecimiento de la política interna, la consolidación de las instituciones republicanas y la defensa de la soberanía.
Otro ejemplo es el del presidente Francisco I. Madero, quien fue víctima de una conspiración interna, que contó con el apoyo directo del embajador estadounidense Henry Lane Wilson. Esa traición selló uno de los capítulos más oscuros de nuestra historia, conocido como Decena Trágica.
Hoy, como entonces, existen voces dispuestas a ceder nuestra autodeterminación a cambio de migajas o de favores temporales. Esas voces no solo vienen de fuera. Aquí mismo hay quienes se incomodan con el rumbo soberano que ha tomado México con la llegada de la Cuarta Transformación. Son herederos de los polkistas del siglo XIX, que aplaudieron la invasión estadounidense y la pérdida de más de la mitad del territorio nacional.
Actualmente, esos actores se presentan con nuevos rostros, pero con las mismas ideas e intenciones: son neopolkistas, disfrazados de moderados, que promueven la injerencia extranjera y descalifican cualquier ejercicio de soberanía, calificándolo de aislamiento o radicalismo.
De ahí la importancia de respaldar lo que ha logrado la presidenta. Porque no se trata solo de un acuerdo comercial, sino de la consolidación de una estrategia que evita golpes arancelarios, protege a sectores clave de la economía y mantiene el diálogo abierto sin perder el rumbo. Ella misma lo señaló con claridad: “Ha funcionado nuestra estrategia de cabeza fría, temple y defensa con firmeza de nuestros principios”.
Además, debemos subrayar que esta no es una excepción. En las últimas semanas, la Unión Europea y países como China fueron blanco de medidas similares por parte de la administración Trump. La diferencia está en la respuesta, y México salió con respeto y acuerdos concretos, pero, sobre todo, sin ceder en lo esencial.
Este resultado no sería posible sin un liderazgo consolidado y con respaldo popular. Las encuestas más recientes reflejan un alto nivel de aprobación hacia la mandataria mexicana, lo que confirma que su estrategia es legítima y eficaz. Y esa legitimidad se traduce en fuerza, tanto al interior como al exterior.
Queda demostrado que es posible hacer política exterior sin renunciar a nuestros principios. Queda claro que negociar no es rendirse, que dialogar no es obedecer y que ceder no es traicionar. Y en este contexto, lo más importante es que sigamos cerrando filas en torno a una presidenta que ha hecho de la dignidad una política de Estado.
Los desafíos que vienen exigen unidad, visión y firmeza. Hay que cerrar filas, porque solo con liderazgo verdadero México podrá seguir su camino de transformación con soberanía, paz y justicia.
X: @RicardoMonrealA
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El doctor en Derecho, Ricardo Monreal Ávila, nació el 19 de septiembre de 1960 en Plateros, Zacatecas, en el seno de una familia de catorce hijos.
Estudió Derecho en la Universidad Autónoma de Zacatecas y luego cursó estudios de maestría y doctorado en Derecho Constitucional y Administrativo en la Universidad Nacional Autónoma de México.
En 1975 comienza su trayectoria política militando en las filas del Partido Revolucionario Institucional (PRI), allí ocupó varios cargos: fue coordinador nacional de la Defensa Jurídica del Voto en la Secretaría de elecciones de la dirigencia nacional; presidió el Comité Directivo Estatal de Zacatecas y, posteriormente, fue secretario de Acción Política de la Confederación Nacional Campesina. En éste periodo de militancia participó en el Congreso de la Unión, fue diputado federal dos veces (1988-1991 y 1997-1998) y llegó al puesto de senador (1991-1997).
En 1998, Monreal Ávila abandona al PRI para unirse a las filas del PRD y contender, ese mismo año, a la gobernación del estado de Zacatecas.
Fue diputado federal en tres periodos: de 1988 a 1991 y de 1997 a 1998 por el Partido Revolucionario Institucional (PRI), y entre 2012 y 2015 por Movimiento Ciudadano y por el Movimiento Regeneración Nacional (Morena).
Cumplió labores como senador en dos periodos, de 1991 a 1997 y de 2006 a 2012 por el Partido de la Revolución Democrática (PRD) y el Partido del Trabajo (PT).
Ahora por tercera ocasión es Senador de la República y coordinador de la fracción parlamentaria de Morena.