Resulta extraño. En política, históricamente, la infamia siempre ha sido un instrumento ejercido desde el poder, y utilizado para debilitar a los oponentes a través del engaño y la calumnia. La mayor parte de mis 45 años de servicio público fui oposición, por tanto, no me es ajeno el diseño de campañas de desprestigio basadas en mentiras y que buscan confundir al pueblo.
En 1998, por ejemplo, cuando aspiraba a competir por la gubernatura de mi estado natal, desde los más altos niveles del poder se confabuló una historia perversa en mi contra. Y como salida de un libro de realismo mágico, en que los autores buscan mezclar la realidad con la ficción, las cúpulas elaboraron lo que denominaron un “expediente negro”.
Aquel expediente no contenía ni una sola hoja con validez jurídica, ni una sola denuncia, ni una sola imputación en mi contra. Su contenido fue redactado como una novela de ficción, en la que se contaba una historia que trataba de hacer de mí el villano.
En paralelo, se orquestó una campaña mediática basada no únicamente en el expediente apócrifo, sino en la denostación de mis orígenes familiares y sociales. Me llamaron de todo, intentaron todo, y aún así, la verdad prevaleció: hoy, casi tres décadas después, mi expediente está limpio.
Y digo que es extraño, porque la infamia, lejos de debilitarnos, nos fortaleció. Esa infamia (que hemos soportado durante décadas) se convierte en un timbre de orgullo, en un común denominador de quienes luchamos para hacer de México un país verdaderamente democrático. Se trata también de una práctica arraigada, pues mientras el actual gobierno no recurre a ella como instrumento, quienes la cimentaron siendo gobernantes son quienes ahora la adoptaron como la vía para tratar de recuperar el poder.
Por eso no debe sorprender la guerra sucia orquestada por los grupos de poder y la prensa con filiación de derecha en contra del presidente López Obrador, como tampoco nos debe extrañar que, una y otra vez, él haya mantenido su popularidad, desafiando las mareas de desinformación que inundan las pantallas, las plataformas digitales y los periódicos.
En estos días, la prensa ligada a grupos conservadores desató una campaña despiadada contra el presidente, acusándolo de vínculos con el narcotráfico. Medios como ProPublica y The New York Times publicaron presuntas investigaciones que, más que informar, pretenden difamar. Pero ¿cuál es su objetivo o afán? ¿Realmente buscan “la verdad” o simplemente intentan manchar el nombre de un líder que logró sacudir los cimientos del establishment, al colocar primero los intereses de la mayoría?
La “posverdad” es un término que se ha vuelto omnipresente en la era de las redes sociales y los medios digitales. Se refiere a la manipulación de la opinión pública mediante la difusión de información falsa o distorsionada. Los medios de comunicación, en su afán de obtener clics y audiencia, a menudo caen en la trampa de la posverdad. ¿Cómo afecta esto a la percepción de la sociedad? La respuesta es preocupante: la gente cree lo que quiere creer, sin verificar la veracidad de las noticias que consume.
Es como si estuviéramos viviendo una versión moderna de El hombre del presidente, la novela del escritor y periodista estadounidense Irving Wallace, que retrata los entresijos de la política y los medios de comunicación, y en donde la realidad y la ficción se confunden peligrosamente. En la trama, la prensa sensacionalista crea un relato ficticio para desacreditar al presidente. La ficción se mezcla con la realidad, y la línea entre ambos mundos se desdibuja. ¿Suena familiar?
Pero ¿qué ha logrado esta guerra sucia? ¿Ha minado realmente el apoyo popular del presidente López Obrador? Los hechos y los números dicen lo contrario. A pesar de los embates, sigue contando con el cariño y la solidaridad del pueblo de México. ¿Por qué? Porque su honestidad, integridad y compromiso con la lucha social son innegables. Quienes hemos acompañado su trayectoria a lo largo de todos estos años sabemos que no es un “narcopresidente”, como algunos quieren pintarlo, sino un líder que ha enfrentado tormentas y salido fortalecido. La Cuarta Transformación sigue en pie, y la esperanza permanece viva.
El presidente no está solo. Mientras hay quienes se empeñan en desacreditar sus logros, millones de personas seguiremos respaldando el proyecto de transformación que encabeza y que devolvió la esperanza a las mexicanas y los mexicanos. La calumnia puede golpear fuerte, pero la verdad siempre prevalecerá.
El primero de marzo inician las campañas, y vendrá con furia la embestida contra nuestro movimiento, pero quizá también la convocatoria al Zócalo para iniciar la campaña de la doctora Claudia Sheinbaum se convierta en la congregación de voces y voluntades de quienes coincidimos con el ideario del presidente. Serán 90 días de campañas, muchas de ellas alimentadas por el rencor y el odio. Este es el momento de responder con propuestas y ecuanimidad, no con infamias que llevan al deterioro democrático y pueden conducirnos a callejones sin salida.
X y Facebook: @RicardoMonrealA
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El doctor en Derecho, Ricardo Monreal Ávila, nació el 19 de septiembre de 1960 en Plateros, Zacatecas, en el seno de una familia de catorce hijos.
Estudió Derecho en la Universidad Autónoma de Zacatecas y luego cursó estudios de maestría y doctorado en Derecho Constitucional y Administrativo en la Universidad Nacional Autónoma de México.
En 1975 comienza su trayectoria política militando en las filas del Partido Revolucionario Institucional (PRI), allí ocupó varios cargos: fue coordinador nacional de la Defensa Jurídica del Voto en la Secretaría de elecciones de la dirigencia nacional; presidió el Comité Directivo Estatal de Zacatecas y, posteriormente, fue secretario de Acción Política de la Confederación Nacional Campesina. En éste periodo de militancia participó en el Congreso de la Unión, fue diputado federal dos veces (1988-1991 y 1997-1998) y llegó al puesto de senador (1991-1997).
En 1998, Monreal Ávila abandona al PRI para unirse a las filas del PRD y contender, ese mismo año, a la gobernación del estado de Zacatecas.
Fue diputado federal en tres periodos: de 1988 a 1991 y de 1997 a 1998 por el Partido Revolucionario Institucional (PRI), y entre 2012 y 2015 por Movimiento Ciudadano y por el Movimiento Regeneración Nacional (Morena).
Cumplió labores como senador en dos periodos, de 1991 a 1997 y de 2006 a 2012 por el Partido de la Revolución Democrática (PRD) y el Partido del Trabajo (PT).
Ahora por tercera ocasión es Senador de la República y coordinador de la fracción parlamentaria de Morena.