Ahora o nunca
Morena se encuentra a menos de cien días de enfrentar el más grande reto de su corta existencia. Las elecciones del próximo 6 de junio serán un momento de definición en el que la población decidirá entre seguir adelante con el proyecto de transformación o volver al orden del antiguo régimen. Las encuestas y los sondeos de opinión sugieren que este movimiento-partido tiene grandes posibilidades de alzarse con una cantidad importante de triunfos electorales, pero el análisis de la realidad y las dificultades enfrentadas para lograr su institucionalización han encendido las luces ámbar en el proceso de consolidación.
Las dos entregas previas de este análisis han descrito los riesgos que la falta de organización implica tanto para Morena como para la democracia misma. Debemos tener claro que hacer frente a las resistencias que buscan frenar la implementación de políticas progresistas, de acciones redistributivas y niveladoras, y construir condiciones de igualdad y de justicia requieren necesariamente de un vehículo capaz de aglomerar las causas y las demandas sociales, el cual en estos momentos se encuentra en organizaciones progresistas.
Además de pretender lograr la mayoría parlamentaria en las próximas elecciones y poder obtener un alto número de victorias electorales, Morena necesitará caminar aún más rápidamente hacia su consolidación, pues de no hacerlo podría caer en su resquebrajamiento y, por tanto, la Cuarta Transformación del país pospondría su impacto y postergaría la consolidación del proceso de transformación de las instituciones nacionales.
En esta coyuntura, tenemos que asumir con seriedad los desafíos y los desaciertos. No podemos negar que el proceso electoral intermedio en ciernes ha mostrado la fragilidad de las estructuras de Morena, que se puede atribuir a diferentes factores, incluyendo el corto tiempo que ha tenido para madurar, y a la falta de liderazgos fuertes, carismáticos, como el que desempeñó el presidente Andrés Manuel López Obrador.
Resulta preocupante que a tan sólo unos meses de lo que será la elección más grande de la historia del país, Morena no haya sido capaz de organizarse para la selección de candidaturas a puestos de elección popular. Esta falta de operatividad ha causado, irremediablemente, que el movimiento haya ido perdiendo energía y vigor, pues ante la indefinición y la falta de transparencia en la selección de aspirantes, la confianza ciudadana se disipa, al igual que la esperanza de que el partido sea un vehículo de causas, capaz de servir a la población.
El error radica en que, lejos de construir las condiciones propicias para poder contar con candidaturas legítimas, desde que AMLO dejó la dirigencia del partido, Morena ha destinado demasiado tiempo a conflictos y diferencias internas que no pudieron ser superadas y que, en repetidas ocasiones, fueron resultado del interés personal de algunas y algunos. A esto se suman el tiempo que el movimiento ha perdido en la judicialización de los procesos y los conflictos que se han generado entre la militancia, por la falta de claridad en los procesos. El problema está en que este caos interior se está reflejando en la fragmentación a nivel local del movimiento, causando la división de liderazgos que, de haber contado con procesos claros y transparentes, le hubieran aportado mayor fuerza.
Lamentablemente, todos los conflictos que se están presentando en las regiones y ciudades del país afectan la credibilidad de Morena y lo separan de su militancia y simpatizantes. Las diferencias que existen no son producto de pugnas ideológicas, como sería entendible en movimientos tan plurales. Se trata más bien de la falta de capacidad de conciliación para llevar a cabo una renovación institucional de sus dirigencias, tanto a nivel nacional como en instancias estatales.

Es decir, el partido está siendo víctima de un proceso de centralización y jerarquización, en el que la falta de entendimiento entre las fuerzas políticas causa un daño profundo a su base. En otras palabras, los acuerdos de unos cuantos provocan el desconcierto de millones.
Es cierto también que la elección que se realizó en noviembre pasado para elegir integrantes del Comité Ejecutivo Nacional marcó una luz de esperanza rumbo a la organización del movimiento, pero en la realidad este proceso fue insuficiente para atenuar o disminuir los conflictos internos, en virtud de que no fueron renovadas las responsabilidades o secretarías que tienen un peso específico en la toma de decisiones. Tampoco ha sido renovado el Consejo Nacional, órgano máximo de dirección que, a pesar de estar mermado en su composición original, sigue estando conformado por sus integrantes originales.
Los resultados de la falta de una reorganización profunda son hoy visibles, y sus riesgos y posibles consecuencias se encuentran más latentes que nunca. Morena entró al proceso electoral más importante en la historia de México sin la preparación necesaria, y la falta de orden ha dificultado el proceso de selección de candidatas y candidatos, pues no se ha podido establecer un método uniforme para aplicar en todos los casos, pero además, en los lugares donde las encuestas no serán los mecanismos de elección, llegar a consensos y acuerdos se torna, al menos, complicado, lo cual retardará la organización electoral interna, acortará el tiempo para la creación de estructuras de promoción y defensa jurídica del voto y dejará a muchas personas sin posibilidades de participar. En combinación, estos factores pueden ser la receta perfecta para la implosión del movimiento.
Las encuestas deben dejar de ser el único instrumento para la selección de candidatas y candidatos. Se debe acudir a un conjunto de valores que garanticen honestidad, confiabilidad y eficacia en el ejercicio de la función pública.
¿Por qué Morena, un partido joven y exitoso, enfrenta tantas dificultades en la actualidad? No solamente se debe a la incapacidad de las cúpulas partidistas por llegar a acuerdos organizacionales, sino también hay que considerar que paradójicamente el partido es víctima de su propio éxito: padece una crisis interna provocada por su crecimiento y por el deseo de simpatizantes para incorporarse.
De cierta manera, ésta es la situación que los partidos que gozan de popularidad tienen que resolver; por un lado, deben seleccionar candidaturas legítimas, que no busquen simplemente el poder por el poder y, por otro, deben ser capaces de encontrar espacios de participación para todas aquellas personas que no obtengan una candidatura, con la finalidad de no causar un desgarramiento interno.
Es una disyuntiva sumamente compleja, pues además de definir candidaturas para las 15 gubernaturas que se disputarán el próximo junio, Morena aún tiene que decidir quiénes abanderarán los esfuerzos en los niveles locales, en donde para la mayoría de los espacios hay un número considerable de personas aspirando a convertirse en candidatas y candidatos. Y aunque los plazos se están venciendo, lo cierto es que Morena no ha sido capaz de unificar voluntades, al contrario, existen espacios en donde se avizora una ruptura entre los grupos que logren hacerse con una candidatura y aquellos que queden fuera de la contienda.

Frente a esta situación, es necesario que nuestro movimiento se aleje de las resoluciones centralizadas; que desde un lugar de poder deje de tomar decisiones apresuradas en detrimento del trabajo realizado por liderazgos locales que legítimamente aspiran a participar en la contienda, pues esto solamente generará mayor inconformidad a nivel nacional y erosionará aún más las ya desgastadas bases de Morena.
No hay camino fácil; la selección es complicada, especialmente cuando miles de personas buscan unirse y participar en el movimiento que actualmente cuenta con la mayor popularidad a nivel nacional. Sin embargo, la falta de mecanismos y la indecisión causarán daño al interior del partido, pero además servirán como herramientas a sus adversarios, quienes, con tal de frenar la transformación, han llevado a cabo alianzas ideológicamente incoherentes.
Hace tres años, durante la campaña presidencial, a estas alturas del proceso ya se tenían completas la organización electoral y las candidaturas de las elecciones federal y locales. Además de esta gran organización, de abajo hacia arriba, Morena tenía un activo y una fortaleza indiscutibles en la boleta, pues el solo liderazgo y el carisma de Andrés Manuel López Obrador funcionaron como un alimento para el entusiasmo y la voluntad de más de 30 millones de personas, que quisieron participar en la contienda y apoyar a Morena. Esta misma inercia facilitó el triunfo de un gran número de aspirantes que hoy ocupan cargos de elección popular.
Pero aquel escenario, aquel tsunami electoral, no ocurrirá en esta ocasión. El no contar con el arrastre de la figura de AMLO obligará a quienes ganen las encuestas a recorrer pueblos, barrios y secciones electorales en un corto plazo de apenas 60 días, tarea que se complicará aún más frente a los devastadores efectos y consecuencias brutales de la pandemia de COVID-19.
Todo esto nos lleva a reconocer que estamos ante una elección sin parangón, la más grande en la historia del país, así como a enfrentar la realidad lamentable de que aún hay prácticas soterradas e ilegales que persisten desde gubernaturas, presidencias municipales y diversos cargos del servicio público, las cuales desvirtúan y agreden la democracia.
Así, es posible advertir que la de junio próximo será una elección en la que los recursos privados y de sectores económicos serán, y ya están siendo, utilizados para intentar regresar a las viejas prácticas. Son estas mismas personas quienes en los primeros años de gobierno han atacado de manera permanente al presidente de la República, y quienes, para tratar de frenar el avance de la construcción de un Estado de bienestar sólido, han logrado amalgamar una alianza inimaginable, integrada por los partidos que durante más de 100 años le negaron al pueblo de México la capacidad de ser dueño de su propio destino. Estos grupos son los que sistemáticamente saquearon al país, y cuyo único propósito ha sido desprestigiar a Morena, que apenas cumplirá la primera parte de su responsabilidad constitucional.
Todo esto nos lleva a una reflexión final y trascendental: quienes integramos y simpatizamos con Morena tenemos que actuar con sensatez y apertura. No debemos excluir ni marginar a personas libres que desean participar en los procesos. Es preciso que respaldemos las políticas públicas del presidente de la República, pues de ellas, junto con los cambios legislativos impulsados por la mayoría parlamentaria, han surgido otros en los que se sustenta la construcción de las bases de la transformación de la vida pública del país.

Debemos enviar a todos los niveles una alerta: la de la amenaza de quienes buscan entorpecer el avance del cambio de régimen, y la de aquellas personas que no sean capaces de dejar de lado sus aspiraciones personales para aportar al proyecto alternativo de nación que llegó al poder en 2018.
Tenemos, de igual manera, que expresar nuestra preocupación frente a la urgencia de presentarnos como un movimiento plural, pero unido, sin divisiones internas, capaz de abanderar el proceso de profundización de la democracia y el cambio de régimen que nos propusimos.
De nosotros, de nuestra responsabilidad moral, dependerá que no nos quedemos a la mitad del camino, y que el anhelo de la transformación profunda de las instituciones nacionales no quede inconcluso.
Hoy se juega todo. Hoy se tiene que decidir con gran libertad, pacíficamente, lo que deseamos para nuestro país: regresar al viejo régimen de corrupción o continuar profundizando la transformación. No hay otro momento, no hay otra oportunidad. Es ahora o nunca; es la hora, no habrá más.
Twitter y Facebook: @RicardoMonrealA
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El doctor en Derecho, Ricardo Monreal Ávila, nació el 19 de septiembre de 1960 en Plateros, Zacatecas, en el seno de una familia de catorce hijos.
Estudió Derecho en la Universidad Autónoma de Zacatecas y luego cursó estudios de maestría y doctorado en Derecho Constitucional y Administrativo en la Universidad Nacional Autónoma de México.
En 1975 comienza su trayectoria política militando en las filas del Partido Revolucionario Institucional (PRI), allí ocupó varios cargos: fue coordinador nacional de la Defensa Jurídica del Voto en la Secretaría de elecciones de la dirigencia nacional; presidió el Comité Directivo Estatal de Zacatecas y, posteriormente, fue secretario de Acción Política de la Confederación Nacional Campesina. En éste periodo de militancia participó en el Congreso de la Unión, fue diputado federal dos veces (1988-1991 y 1997-1998) y llegó al puesto de senador (1991-1997).
En 1998, Monreal Ávila abandona al PRI para unirse a las filas del PRD y contender, ese mismo año, a la gobernación del estado de Zacatecas.
Fue diputado federal en tres periodos: de 1988 a 1991 y de 1997 a 1998 por el Partido Revolucionario Institucional (PRI), y entre 2012 y 2015 por Movimiento Ciudadano y por el Movimiento Regeneración Nacional (Morena).
Cumplió labores como senador en dos periodos, de 1991 a 1997 y de 2006 a 2012 por el Partido de la Revolución Democrática (PRD) y el Partido del Trabajo (PT).
Ahora por tercera ocasión es Senador de la República y coordinador de la fracción parlamentaria de Morena.

