La encrucijada

María Moliner propone dos acepciones para la palabra encrucijada. La primera es: “Lugar de donde parten varios caminos en distintas direcciones”. La segunda: “Situación difícil en que no se sabe qué conducto seguir”.

 

La hipótesis que aquí se plantea es que actualmente México está en una encrucijada democrática. Hasta 2018, la vida pública del país había seguido un solo rumbo, transitando por un solo camino. Durante más de un siglo, partiendo de 1917 como punto de referencia, la democracia nacional estuvo contenida por los muros de un sistema presidencial y de partido hegemónico.

 

A lo largo de ese periodo de tiempo hubo momentos coyunturales, en los que se suscitaron avances que poco a poco resquebrajaron aquellas paredes que impedían la maduración de la democracia, pero fue hasta 2018 cuando los senderos se empezaron a bifurcar.

 

Después del triunfo de 2018, encabezado por Andrés Manuel López Obrador, con el partido Morena como vehículo plural de causas, México entró a una etapa antes desconocida: la de una vida verdaderamente democrática. El Movimiento Regeneración Nacional (hoy, Morena) se consolidó como asociación civil en 2011, y en sólo siete años logró romper las ataduras con las que había estado sostenida la vida política del país.

 

En 2018, las mexicanas y los mexicanos, especialmente quienes apoyaron al movimiento con su voto, enfrentaron una encrucijada, pues tuvieron que decidir entre dos alternativas: respaldar al antiguo régimen o iniciar la Cuarta Transformación de la vida pública del país. Hoy, tres años después, quienes integramos Morena estamos situados en una nueva encrucijada: anteponer el cumplimiento del mandato que popularmente nos fue encomendado o basar nuestro comportamiento en intereses personales y sectarios que históricamente han dividido a la izquierda en el mundo.

 

La unidad del movimiento-partido permitió conquistar el triunfo en 2018, y de ella dependerá que podamos hacer frente a las resistencias —partidistas, empresariales, políticas y sociales— que actualmente buscan frenar la transformación del país. Entender la trascendencia de este momento requiere de un breve repaso sobre el largo camino que implicó la conformación de Morena, así como de una reflexión sobre los efectos nocivos y destructivos que tendría para la democracia en México y el mundo desaprovechar esta oportunidad histórica.

 

Si pensamos en la democracia como la lucha pacífica e institucional para alcanzar el poder, sustentada en el principio de que, quien no se encuentra facultado/a para ejercer el poder público puede, eventualmente, acceder a él, entonces resulta evidente que en México la democracia fue durante casi cien años más un espejismo que una realidad.

 

 

 

Por eso, un primer momento de quiebre en el sistema político del antiguo régimen llegó en 1976, cuando José López Portillo, el candidato del entonces partido hegemónico, se presentó como aspirante único a la Presidencia de la República ¿Por qué sucedió esto? Simplemente porque no existían los mecanismos legales para facilitar la participación de grupos, principalmente de izquierda. Este momento, esta primera encrucijada, llevó al antiguo régimen a dar una concesión política importante: la reforma de 1977.

 

Con aquella reforma se dio una primera ampliación del sistema de partidos y se estableció el modelo mixto de la representación, añadiendo la figura de legisladoras y legisladores plurinominales. Fue trascendental porque, a pesar de la presencia de movimientos sociales previos, siendo el de 1968 el más icónico, los cambios democráticos habían sido mínimos, y para constatarlo basta considerar que, en 1970, Luis Echeverría concentró el 86 por ciento de los votos. ¿En qué país que pueda llamarse verdaderamente democrático se presentaría una situación semejante?

 

En gran parte, Morena es heredera de movimientos como los de 1968 o 1971, pero su génesis como partido institucional se puede equiparar con la aprobación de aquella reforma, porque, aun de manera incipiente, fue entonces cuando la izquierda pudo entrar al sistema político-electoral mexicano. Sin embargo, el cambio de 1977 resultó insuficiente para 1988, cuando el partido hegemónico pasó por encima de cualquier normatividad y volvió a recurrir a las prácticas autoritarias. No obstante, a pesar del fraude, 1988 sería un segundo momento de impulso para la formación de Morena.

 

Después de la reforma de 1977, la izquierda se empezó a institucionalizar, dando paso al registro de institutos políticos como el Frente Democrático Nacional (FDN), el Partido Demócrata Mexicano (PDM), el Partido Comunista Mexicano (PCM), el Partido Socialista de los Trabajadores (PST) y el Partido Socialista Unificado de México (PSUM), entre otros.

 

El surgimiento de estos partidos abrió la contienda presidencial de 1982, pero la competencia de la izquierda en ese momento llegó fragmentada a las urnas, lo que sirvió como una lección importante para los comicios de 1988. En esa ocasión, los partidos que se institucionalizaron a raíz de la reforma se unieron para hacer frente a la imposición de Carlos Salinas de Gortari como candidato a la Presidencia. Esta unidad dio paso a la formación del Frente Democrático Nacional (FDN), encabezado por Cuauhtémoc Cárdenas, pero integrado por otras figuras históricas de izquierda, como Ifigenia Martínez Hernández, Heberto Castillo Martínez y Porfirio Muñoz Ledo.

 

Aunque las ideas en que se sustentó la formación del FDN son múltiples, en síntesis, se puede decir que su objetivo central era frenar los efectos negativos de la globalización neoliberal en México, al reivindicar la intervención del Estado en todos los ámbitos de la vida pública del país, lo que sembraría una semilla que poco a poco debilitará al régimen neoliberal[1] Esta idea, contraria a los cánones neoliberales, hizo eco en el pueblo de México, el cual, en un acontecimiento sin precedente, se volcó para apoyar la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas. Sin embargo, este respaldo se vio suprimido por el fraude autoritario.

 

 

Si bien la decepción democrática de 1988 causó una separación —que hasta el día de hoy se puede sentir— entre la ciudadanía y las instituciones, también generó el inicio de la fractura del sistema político dominado por un solo partido, por un solo hombre y sus caudillos. A partir de entonces se puede encontrar la semilla de una democracia incipiente, cuyos primeros años de gestación derivaron en la alternancia electoral en algunos espacios municipales, estatales y federales.

 

Desde ese momento, en México empezaron a surgir nuevas instituciones y personajes que aumentaron el grado de complejidad de la vida pública. El FDN se convirtió en el PRD, un partido que, en 1997, bajo el liderazgo de Andrés Manuel López Obrador, logró arrebatar por primera vez la mayoría absoluta al PRI en la Cámara de Diputados federal, y tres años después, hacerse con la jefatura de gobierno del entonces Distrito Federal.

 

La década de los noventa del siglo XX fue políticamente compleja tanto en el nivel nacional como en el internacional. La caída del Muro de Berlín representó un debilitamiento de la izquierda, que en esos momentos era representada mayoritariamente por partidos comunistas o socialistas. Además, empezaron a surgir nuevas causas, como la lucha por el respeto a la diversidad sexual, la igualdad de género, la protección del medio ambiente, la participación de las juventudes y muchas otras que no embonaban en la lucha de clases convencional en que los partidos de izquierda se sustentaban.

 

Por eso, cuando Andrés Manuel López Obrador llegó a la jefatura de gobierno, las políticas que enarboló desde uno de los centros de gravedad ideológica del país estuvieron alimentadas de estas causas, las cuales a su vez resonaron en el resto del territorio nacional y fueron acompañadas de dos ejes fundamentales: acabar con la pobreza y terminar con la corrupción. Esta postura progresista preocupó desde entonces a la clase dominante, cuyo modelo de subsistencia dependía del adelgazamiento del Estado a favor del mercado. Este temor, en conjunción con el crecimiento de la popularidad de Andrés Manuel López Obrador, llevó a la clase política en el poder a tratar de exiliarlo políticamente a través del desafuero, lo cual fracasó, al encontrarse con el muro de contención más potente de todos: el apoyo legítimo del pueblo.

 

Fue así como en 2006 López Obrador participó por primera vez en la contienda electoral a la Presidencia de la República, siendo víctima de un primer fraude que mostró hasta dónde estaban dispuestos a llegar los dueños del dinero para frenar la verdadera transición democrática en México. Tres años después, en 2009, las elecciones intermedias marcaron lo que ya se sentía como el regreso del PRI a espacios políticos de influencia, en gran parte, debido a la división que el PRD sufrió después de la elección de 2006.

 

Esta balcanización del PRD, en conjunto con el uso ilícito de recursos públicos para inflar la popularidad de quien se perfilaba como el candidato a la presidencia del PRI, encendieron los focos de alerta entre quienes habíamos estado luchando para lograr que la izquierda llegara al poder. Las señales indicaban que, de no encontrar un mecanismo coherente y eficiente, cercano a la gente, capaz de enarbolar los reclamos y las causas plurales que la sociedad manifestaba, el espejismo democrático en México se alargaría durante otros cien años.

 

 

Esta reflexión llevó a Andrés Manuel López Obrador a fundar el Movimiento Regeneración Nacional. Un año antes de las elecciones presidenciales de 2012, el 2 de octubre de 2011, se llevó a cabo la Asamblea Constitutiva de Morena, donde se presentó a quienes integrarían sus órganos de gobierno. Surgido como asociación civil, retomaba las causas de las y los estudiantes, pero también las causas nacionalistas de la Revolución, así como la protección a las personas en situación de pobreza y la inclusión de causas plurales en defensa de la libertad, las cuales quedaron de manifiesto en la composición del primer Consejo Consultivo del movimiento, integrado mayoritariamente por personajes del ámbito académico y activistas sociales.[2]

 

En pocos años, Morena pasaría de ser un incipiente movimiento, a convertirse en el primer partido claramente de izquierda, que se transformó en un movimiento-partido en 2014, y que llegaría al poder de manera contundente en 2018. Para algunas voces, esto se debió al momento de hartazgo que la sociedad mexicana vivía, lo cual es cierto.

 

Morena nace en un momento en que la democracia mexicana había sido constantemente pisoteada, y los partidos políticos tradicionales del país habían utilizado constantemente tácticas fraudulentas para acceder al poder.

Sin embargo, es también heredera y recipiente de todas las pequeñas y grandes luchas de resistencia que buscaron ampliar las libertades en el país.

 

Cuatro años después, el partido-movimiento logró triunfar en las urnas de manera irrefutable, pero las resistencias que marcaron el camino hasta ese punto no se destruyeron, sólo se transformaron. Los primeros años de gobierno han sentado las bases de la Cuarta Transformación en México, pero también han mostrado los retos que existen al tratar de alcanzar la igualdad y la libertad democrática. No solamente las resistencias al cambio se han agudizado, sino que la inesperada pandemia hace que el camino se encuentre aún más cuesta arriba.

 

Pero por muy complejo que resulte el reto, quienes formamos parte de Morena tenemos la responsabilidad moral de cumplir los mandatos de la gente y también de reconocer el esfuerzo histórico realizado por todas las personas que hoy ya no nos acompañan, y que dedicaron su vida a que la izquierda partidista llegara al gobierno, para construir condiciones de justicia, igualdad y libertad.

 

Tres años después de ese histórico triunfo, la fuerza transformadora se enfrentará en las urnas una vez más a la estática resistencia, la cual, lejos de buscar que avancemos juntos para mejorar la vida de las personas, se enfoca en frenar la construcción de las bases de un nuevo régimen. Sin embargo, a pesar de su falta de propuestas a favor del pueblo, estas resistencias se encuentran unidas, amalgamadas en el objetivo de impedir que el Estado de bienestar se posicione por encima de los intereses del mercado. Mientras tanto, Morena, víctima de la inmadurez propia de su juventud, aún está en formación. Por ello, se encuentra en una encrucijada: unirse para hacerle frente a las resistencias o caer en la trampa divisionista, de la cual la izquierda recurrentemente ha sido víctima.

 

ricardomonreala@yahoo.com.mx

Twitter y Facebook: @RicardoMonrealA

 

Fuentes

[1] Para una explicación más amplia de la creación del FDN, se puede consultar: Monreal, Ricardo (2019). Los dos regímenes antiguos. Péndulo Político: experiencia mexicana. ¿Izquierda o social democracia? (pp. 155-166)

[2] Quienes integraron el primer Consejo Consultivo anunciado ese día fuimos: Rosario Ibarra, Carlos Pellicer, Carlos Payán, José María Pérez, Armando Bartra, Bernardo Bátiz, Luciano Concheiro, Rolando Cordera, Arnaldo Córdova, Héctor Díaz, Alfonso Durazo, Laura Esquivel, Víctor Flores, Luis Javier Garrido, Lilia Rossbach, Antonio Gershenson, Hugo Gutiérrez, Octavio Rodríguez, Ignacio Marván, David Ibarra, Alfredo Jalife, Jaime Cárdenas, Enrique González, Adolfo Hellmund, Dolores Heredia, Adolfo Sánchez, Paco Ignacio Taibo, Carlos Tello, Víctor Manuel Toledo, Enrique Dussel, Asa Cristina Laurel, Luis Linares, Bertha Maldonado, Luis Mandoki, Laura Manjarrez, José Luis Marín, Mily Martínez, Jorge Eduardo Navarrete, Enrique Semo, Blanca Montoya, Roberto Morales, Jesusa Rodríguez, Regina Moreno, Patricia Ortiz, Etelberto Ortiz, Luisa Paré, Juan José Paullada, Gabriela Peña, Martha Pérez, Marisol Sánchez, Jazmín Reyes, Jennifer Cristel Parra, Olivia Rodríguez, Ida Rodríguez, Consuelo Sánchez, Layda Sansores, Julio Scherer, Rafael Segovia, Bernardo Segura, Raquel Serur, Irma Eréndira Sandoval, Federico Arreola, María Sierra, Víctor Suárez, Margarita Valdés, Emiliano Zapata, Alfredo “Zurdo” Ortiz, Esperanza Lira, Bertha Luján, Rubí Guzmán, Juanita Gómez, Janet González, Laura Gutiérrez, Socorro Díaz, Agustín Díaz, Margarita Castillejos, Itzel Chávez, María Elda Nevares, María de la Luz Núñez, Candelaria Ochoa, Amalia Ochoa, José Eduardo Beltrán, Gilda María Aké y Ricardo Monreal.

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Ricardo Monreal

El doctor en Derecho, Ricardo Monreal Ávila, nació el 19 de septiembre de 1960 en Plateros, Zacatecas, en el seno de una familia de catorce hijos.

Estudió Derecho en la Universidad Autónoma de Zacatecas y luego cursó estudios de maestría y doctorado en Derecho Constitucional y Administrativo en la Universidad Nacional Autónoma de México.

En 1975 comienza su trayectoria política militando en las filas del Partido Revolucionario Institucional (PRI), allí ocupó varios cargos: fue coordinador nacional de la Defensa Jurídica del Voto en la Secretaría de elecciones de la dirigencia nacional; presidió el Comité Directivo Estatal de Zacatecas y, posteriormente, fue secretario de Acción Política de la Confederación Nacional Campesina. En éste periodo de militancia participó en el Congreso de la Unión, fue diputado federal dos veces (1988-1991 y 1997-1998) y llegó al puesto de senador (1991-1997).

En 1998, Monreal Ávila abandona al PRI para unirse a las filas del PRD y contender, ese mismo año, a la gobernación del estado de Zacatecas.

Fue diputado federal en tres periodos: de 1988 a 1991 y de 1997 a 1998 por el Partido Revolucionario Institucional (PRI), y entre 2012 y 2015 por Movimiento Ciudadano y por el Movimiento Regeneración Nacional (Morena).

Cumplió labores como senador en dos periodos, de 1991 a 1997 y de 2006 a 2012 por el Partido de la Revolución Democrática (PRD) y el  Partido del Trabajo (PT).

Ahora por tercera ocasión es Senador de la República y coordinador de la fracción parlamentaria de Morena.