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El riesgo del desahogo

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En su ensayo sobre la política y la democracia, Javier Treviño desarrolla el desahogo colectivo, fenómeno social que cumple funciones de legitimidad y pertenencia

En vísperas de un año electoral decisivo, la política siempre adquiere un tono más emocional, visceral e impredecible. No es casualidad. La democracia no sólo es un sistema de instituciones, normas y procedimientos; es también un espacio de desahogo colectivo. En él, los ciudadanos canalizan frustraciones, resentimientos y esperanzas.

Alexis de Tocqueville ya lo advertía en “La democracia en América” (1835): “Los pueblos soportan con paciencia las miserias inevitables, pero se indignan contra las que parecen el fruto de la negligencia de sus gobernantes”. Esa indignación puede ser catártica, pero también peligrosa.

La política como espacio de catarsis

Desde Aristóteles, la idea de la catarsis ha ocupado un lugar central en la teoría política y social. Así como la tragedia permitía a los ciudadanos de Atenas purgar emociones a través de la representación teatral, la política democrática ofrece canales institucionales para expresar enojo, frustración o esperanza.

 

Como decía John Adams, segundo presidente de Estados Unidos: “La democracia nunca dura mucho. Se desperdicia, se agota y se suicida. Nunca hubo una democracia que no se autodestruyera”. El exceso de desahogo ciudadano, cuando se desborda más allá de los cauces institucionales, puede acercar a las sociedades a ese abismo.

El desahogo como motor de cambio

La historia reciente ofrece ejemplos contundentes de cómo el desahogo ciudadano ha desencadenado movimientos políticos de gran alcance.

Estados Unidos y el Tea Party (2009–2010)

Nacido como protesta fiscal contra el gobierno de Barack Obama, el Tea Party se convirtió en un vehículo para el enojo de una clase media blanca que sentía amenazada su posición económica y cultural. Su capacidad de desahogo masivo generó un movimiento que redefinió al Partido Republicano. Lo que inició como una catarsis contra los impuestos y la reforma de salud terminó por abrir el camino a la presidencia de Donald Trump en 2016.

Brexit (2016)

Más allá de los argumentos técnicos sobre comercio y soberanía, el referéndum británico fue una expresión de catarsis nacionalista y anti-elitista. El resentimiento acumulado contra Bruselas y contra la globalización se tradujo en un voto cargado de emoción. Como dijo Winston Churchill en tiempos más oscuros: “Un fanático es alguien que no puede cambiar de opinión y no quiere cambiar de tema”. Esa rigidez emocional, transformada en política, condujo a una decisión histórica que aún redefine la economía y la diplomacia del Reino Unido.

La Primavera Árabe (2011)

En TúnezEgipto y otros países, la frustración por décadas de represión encontró en la calle el espacio para un desahogo explosivo. El vendedor ambulante Mohamed Bouazizi, que se inmoló en protesta contra la humillación burocrática en Túnez, se convirtió en símbolo de una indignación colectiva. Aunque los resultados fueron dispares —una democracia titubeante en Túnez, un retorno autoritario en Egipto, guerras civiles en Siria y Libia—, el fenómeno mostró la fuerza transformadora del desahogo.

América Latina: Argentina y Chile

En Argentina, la crisis de 2001 desató un grito social de “¡Que se vayan todos!”, un desahogo colectivo que acabó derribando cinco presidentes en cuestión de semanas. En Chile, en 2019, el alza en el precio del transporte público se convirtió en catalizador de una protesta masiva contra la desigualdad. Gabriel García Márquez decía, al describir la política latinoamericana: “Las estirpes condenadas a cien años de soledad no tienen una segunda oportunidad sobre la tierra”. En ambos países, el desahogo abrió procesos constituyentes, pero también dejó la huella de un malestar difícil de gobernar.

El lado oscuro del desahogo

El desahogo político no siempre conduce a reformas constructivas. A menudo, genera consecuencias negativas.

Primero, puede fortalecer liderazgos populistas que se alimentan de la rabia ciudadana. En el libro “Populismo: una breve introducción”, el politólogo Cas Mudde advierte: “El populismo no es la voz del pueblo, sino una voz que afirma ser la única legítima”. Ese monopolio emocional se traduce en polarización.

Segundo, el desahogo tiende a amplificar la confrontación. Una de las filósofas más influyentes del siglo XX, Hannah Arendt, lo señaló con lucidez: “El peligro es que el resentimiento se convierta en una fuente política permanente”. Lo que comienza como catarsis temporal puede transformarse en odio estructural.

Tercero, existe el riesgo de que la catarsis erosione las instituciones. Ya lo advertía Benjamín Franklin en Filadelfia, tras la firma de la Constitución: “Una república, si podéis mantenerla”. El desafío sigue siendo el mismo: canalizar el desahogo ciudadano sin que se desborden los diques institucionales.

México en la encrucijada

El caso mexicano ilustra bien estas tensiones. Desde hace dos décadas, las elecciones federales han funcionado como episodios de catarsis:

En 2000, el desahogo contra el PRI permitió la alternancia después de 71 años.

En 2012, el enojo contra el PAN facilitó el retorno priista.

En 2018, el hartazgo contra el sistema de partidos tradicional impulsó el triunfo de Andrés Manuel López Obrador, cuyo discurso conectó con un país cansado de corrupción y desigualdad.

Hoy, de cara a 2027 y 2030, México enfrenta un electorado marcado por frustraciones acumuladas: inseguridad, falta de crecimiento económico sostenido, desigualdad persistente, corrupción estructural. El riesgo es que el desahogo se traduzca en un voto emocional que premie liderazgos simplistas, sin atender la complejidad de los problemas.

El propio Octavio Paz lo sintetizó en “El laberinto de la soledad”: “El mexicano no se expresa: se desahoga”. Esta frase, escrita en otro contexto, resuena con fuerza en la política actual.

La dimensión digital: desahogo sin filtros

En la era de las redes sociales, el desahogo ha encontrado un amplificador sin precedentes. Plataformas como Twitter, Facebook, TikTok y otras funcionan como espacios de catarsis inmediata, donde la indignación se viraliza y adquiere dinámicas emocionales más intensas.

La socióloga Zeynep Tufekci advierte: “Las redes sociales permiten a los movimientos políticos crecer rápidamente, pero no necesariamente los dotan de la resiliencia organizativa necesaria para lograr cambios duraderos”.

El desahogo digital no se agota en la protesta. Genera “burbujas de eco” donde los ciudadanos sólo escuchan aquéllo que confirma sus emociones. La catarsis, en lugar de moderarse con el contraste, se exacerba con la repetición.

El desahogo como oportunidad

No todo es pesimismo. El desahogo político también puede ser motor de renovación democrática. El premio Nobel Amartya Sen lo resume con claridad: “La democracia es un valor universal porque permite a los individuos participar en la vida política, expresar sus preocupaciones y, en última instancia, influir en las decisiones que los afectan”.

El reto es transformar la catarsis en deliberación y la deliberación en políticas públicas sostenibles. Para México, eso implica:

  1. Reforzar la confianza en las instituciones electorales. El INE y el Tribunal Electoral deben ser vistos como árbitros legítimos, capaces de contener la pasión democrática.
  2. Abrir espacios de participación más allá de la urna. Cabildos ciudadanos, presupuestos participativos, consultas deliberativas pueden absorber parte de la catarsis social.
  3. Fomentar liderazgos que escuchen. Los líderes políticos deben ser capaces de procesar el enojo ciudadano sin convertirlo en combustible de polarización. Como decía Nelson Mandela: “Los valientes no temen perdonar, por el bien de la paz”.
  4. Regular el espacio digital. No se trata de censura, sino de exigir mayor responsabilidad a las plataformas para frenar la desinformación que exacerba emociones.

Conclusión: en el filo de la catarsis

El desahogo es inherente a la política democrática. Ignorarlo sería ingenuo; demonizarlo, un error. Como fenómeno social, cumple funciones de legitimidad y pertenencia. Pero cuando se convierte en la única lógica de la vida pública, arrastra consigo el peligro de polarización, simplificación y erosión institucional.

Como recordó Abraham Lincoln en uno de sus discursos más citados: “Una casa dividida contra sí misma no puede sostenerse”. En tiempos electorales, la catarsis ciudadana, el desahogo, puede ser una oportunidad de renovación democrática o el inicio de una fractura más profunda.

La elección está abierta. Y depende, en gran medida, de si logramos convertir el desahogo en un ejercicio de responsabilidad colectiva y no en un acto de demolición política.

 
Columna de Javier Treviño en SDP Noticias
 
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