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Fue la mejor negociación posible, pero ahora hay que aprovecharla

El aplazamiento logrado —90 días sin aranceles adicionales y con espacio para construir opciones— fue, en realidad, el mejor de los escenarios posibles.

Hubo quienes con rapidez se lanzaron a criticar el resultado de la reciente negociación entre México y Donald Trump.

Señalan que haber aceptado un plazo de 90 días para seguir negociando mantiene la incertidumbre y prolonga la amenaza arancelaria que pende sobre las exportaciones mexicanas.

Algunos incluso afirman que se trata de una claudicación, un retroceso diplomático o —peor aún— una aceptación tácita de la violación del T-MEC.

Más allá de los elementos de certeza que tienen estos juicios omiten un detalle fundamental: el contexto.

En un mundo ideal, ningún país debería negociar bajo presión ni mucho menos bajo amenaza. En un mundo ideal, los tratados se respetan a rajatabla y los líderes de las grandes potencias se apegan a lo pactado.

Pero el escenario actual, está lejos de ser ideal, y los críticos que condenan la postura del gobierno mexicano parecen pasar por alto este dato esencial.

El aplazamiento logrado —90 días sin aranceles adicionales y con espacio para construir opciones— fue, en realidad, el mejor de los escenarios posibles.

No fue una concesión gratuita, sino una jugada táctica para evitar un golpe inmediato. Otros países no corrieron con la misma suerte: Canadá, por ejemplo, fue blanco de medidas punitivas sin margen de maniobra ni espacio para replicar. El alza a 35 por ciento de sus exportaciones fuera del T-MEC fue inmediata.

La diferencia es clara: mientras algunos recibieron una sentencia inmediata, México logró una tregua para buscar una salida negociada.

Quienes afirman que México “aceptó la violación del T-MEC” parecen olvidar con quién se está negociando.

Trump no es un interlocutor tradicional, así lo hubiera sido en su primer mandato.

Es un dirigente que ha roto normas, desafiado instituciones y mostrado reiteradamente desprecio por los acuerdos multilaterales. Pretender que se le puede forzar, mediante invocaciones jurídicas, a respetar cláusulas del tratado es desconocer el tipo de poder con el que se está lidiando.

Lo importante no era ganar una batalla legal —que de todos modos habría sido larga, incierta y probablemente inútil en el corto plazo— sino evitar un daño económico inmediato y mantener abiertas las vías de diálogo.

Desde luego, hay razones válidas para criticar ciertos aspectos de la negociación. El simple hecho de tener que volver a sentarse a la mesa ya revela la fragilidad del orden comercial actual. Y es cierto que una prórroga no es una solución definitiva. Pero reducir la complejidad del escenario a una supuesta debilidad mexicana es, cuando menos, injusto.

México no se presentó a la mesa con la cabeza baja. Al contrario: defendió los principios del T-MEC, señaló los costos de una escalada comercial y puso sobre la mesa los efectos que tendría para ambos países una ruptura. La conversación entre Trump y Sheinbaum fue el inicio de un proceso de negociación, no su culminación.

Es fundamental entender que el entorno global que ha creado Trump obliga a repensar las estrategias diplomáticas tradicionales. En su visión, las reglas no son un marco vinculante, sino una herramienta de presión. Y bajo esa lógica, lograr una pausa —aunque sea temporal— equivale a ganar tiempo, y tiempo es poder.

Además, la prórroga de 90 días no es un cheque en blanco. Es una ventana de oportunidad. Permite al gobierno mexicano preparar una estrategia más robusta, afinar su coordinación con el sector privado, activar contactos con actores clave del Congreso estadounidense y reforzar sus vínculos con gobiernos estatales y lobbies industriales que también se verían afectados por una guerra comercial. En pocas palabras: permite jugar con mejores cartas.

La crítica apresurada y maximalista suele ignorar las realidades del poder. Pedir que México imponga condiciones a Estados Unidos —como si ambos países negociaran en igualdad de circunstancias— es olvidar la asimetría estructural que ha definido siempre la relación bilateral. Lo que distingue a un liderazgo hábil no es el deseo de imponer, sino la capacidad de obtener resultados razonables en condiciones adversas.

Hoy, México tiene 90 días para demostrar que puede convertir una amenaza en una ventaja. Hay que aprovechar cada día. Hay que construir alianzas, afinar discursos, plantear escenarios y, sobre todo, posicionarse como un socio indispensable. Porque lo que está en juego no es solo una disputa comercial, sino el lugar que México quiere ocupar en la economía de América del Norte en los próximos años.

En lugar de lamentarse por no haber conseguido lo imposible, conviene reconocer que se logró evitar lo peor. No hubo aranceles inmediatos. No hubo ruptura. No hubo confrontación abierta. Lo que hubo fue política. De la que sabe leer el momento, evitar la trampa del orgullo nacionalista y construir una salida viable.

Gobernar, negociar y preservar los intereses nacionales en medio de un vendaval, requiere de cabeza fría como la que razonablemente se mostró en la negociación.

Por eso, el juicio justo sobre esta negociación no debe hacerse hoy. Habrá que esperar 90 días. Y será entonces, con los resultados en la mano, cuando sabremos si esta prórroga sólo pospuso el daño o fue el inicio de una solución inteligente y duradera.

 

Columna de Enrique Quintana publicada originalmente en El Financiero.
Lee la columna original aquí: https://www.elfinanciero.com.mx/opinion/enrique-quintana/2025/08/02/fue-la-mejor-negociacion-posible-pero-ahora-hay-que-aprovecharla/

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