- Nación
Secretaria Kristi Noem, con respeto le preguntó: ¿Qué culpa tiene el tomate?
Secretaria Noem:
Leo en Forbes: “Índice de aprobación de Trump: por debajo del 40%… Cayó tres puntos en la última encuesta publicada el miércoles por la Universidad de Quinnipiac”.
Estará usted de acuerdo, Kristi, en que algo deberá corregir la administración de Donald Trump para mejorar la anterior estadística. Porque nadie puede gobernar con la reputación a la baja. La aprobación del presidente de Estados Unidos no ha llegado a mininos que se traduzcan en ingobernabilidad, pero no ha dejado de caer. Es preocupante, sin duda.
¿La crisis de Los Ángeles mejorará la aprobación del presidente Trump? No lo creo, al menos no en el llamado Gran Boston, todavía líder mundial en biotecnología, inteligencia artificial, ingeniería, educación superior.
Le recomiendo, secretaria, la lectura de un artículo publicado en Times Higher Education, “¿Puede algo salvar la ciencia estadounidense?”.
Lo vi esta madrugada y recordé aquello de Víctor Jara, que seguramente usted no conoce:
Qué culpa tiene el tomate
Que está tranquilo en la mata
Y viene el gringo (y la gringa)
Y lo mete en una lata
No logro entender, secretaria Noem, qué busca el gobierno de Estados Unidos persiguiendo a quienes trabajan en los oficios que nadie en su país quiere ejercer (migrantes) y también a quienes piensan y desarrollan conocimiento en las maravillosas universidades de su país (gente de ciencia).
Sintetizo enseguida el texto de Jack Grove de Times Higher Education; lo hago, con ingenuidad, esperando contribuir en el proceso de toma de decisiones del gobierno del presidente Trump. Gracias por su atención, señora secretaria.
Jack Grove empieza citando a un científico, Kenneth Kaitin: “Nunca pensé que la venganza, el rencor… jugarían un papel tan importante en las decisiones”.
Como muchos científicos y científicas estadounidenses, Kaitin, profesor de la Facultad de Medicina de la Universidad de Tufts, esperaba que el segundo mandato de Trump fuera difícil para las universidades de investigación de Estados Unidos, pero… ¡las cosas han ido demasiado lejos!
El gobierno de Estados Unidos ha cancelado más de 2 mil subvenciones a proyectos de investigación, por valor de casi 10 mil millones de dólares. “Eso se suma a la suspensión de la emisión de visas a estudiantes extranjeros, una importante fuente de ingresos y capacidad intelectual doctoral”.
Lo peor, “estudiantes internacionales que han dicho previamente cosas que el gobierno desaprueba han sido encarcelados y deportados”. Le ocurrió a la candidata a doctorado de Tufts, Rümeysa Öztürk, quien criticó el manejo de las protestas a favor de Gaza por parte de la universidad en un artículo difundido en el periódico del campus.
El gobierno estadounidense busca castigar a Harvard cancelando la emisión de todas las visas para estudiantes internacionales y congelando unos 2 mil 600 millones de dólares en subvenciones federales de investigación.
¿Pecado de la Universidad de Harvard? “El supuesto fracaso de la institución para abordar el antisemitismo” y su negativa a “someterse al control generalizado del gobierno sobre sus contrataciones y planes de estudio”.
El citado Kaitin piensa que debido a lo anterior el liderazgo científico de Estados Unidos disminuirá en muchas áreas, y advirtió que “el ataque sostenido a Harvard en particular tendrá un ‘impacto catastrófico’ en el ecosistema biotecnológico anteriormente floreciente del área de Boston, ahora el más grande del mundo, responsable de alrededor de 140 mil puestos de trabajo y decenas de miles de millones de dólares de exportaciones”.
Y, el colmo, el ataque a la investigación estadounidense “apenas está comenzando”. Vienen enormes recortes a las agencias científicas: “25 por ciento para la NASA, 40 por ciento para los Institutos Nacionales de Salud (NIH) y un asombroso 57 por ciento para la Fundación Nacional de Ciencias (NSF)”. Esto se traducirá en que “el número de personas que reciben apoyo de la NSF caerá de 330 mil a 90 mil”, de acuerdo a información de Nature.
Dos preguntas se hace la comunidad científica: (i) ¿Por qué los recortes claramente dañinos para Estados Unidos? (ii) ¿Hay manera de reemplazar la financiación perdida?
La administración Trump ha llegado a decir que tales recortes son para “revitalizar la ciencia de Estados Unidos”. La idea, se supone, es ver más allá de las estructuras existentes que podrían, en algunas áreas, haberse vuelto improductivas. El asesor de ciencia y tecnología de Trump, Michael Kratsios, dijo en la Academia Nacional de Ciencias el pasado 19 de mayo que la ciencia estadounidense se ha enfrentado a “rendimientos decrecientes” de la financiación de la investigación biomédica, lo que debería “estimularnos a experimentar con nuevos sistemas, nuevos modelos, nuevas formas de financiar, conducir y utilizar la ciencia”. Pareció atribuir las fallas del actual modelo a las “modas políticas”.
Pero, dice el periodista de Times Higher Education, el presupuesto propuesto para 2026 luce diseñado por la más lamentable politiquería: “El NIH, dice, ha ‘roto la confianza del pueblo estadounidense con un gasto derrochador, información engañosa, investigación arriesgada y la promoción de ideologías peligrosas que socavan la salud pública’. El principal de sus crímenes es no probar la opinión de derecha de que el Covid-19 se originó en la investigación financiada por los NIH en el Instituto de Virología de Wuhan”. Esto es, se culpa a los NIH de financiar proyectos peligrosos que involucran virus.
El hecho es que no solo habrá menos recursos para la investigación biomédica, sino también para combatir enfermedades crónicas, otras epidemias, cambio climático energía limpia, ciencias sociales, del comportamiento y económicas.
Parte de la culpa es de un multimillonario tecnológico Peter Thiel, fundador de PayPal. Este hombre “ha entregado cientos de becas de 100 mil dólares a jóvenes para dedicarse a empresas tecnológicas o investigaciones científicas, evitando las formas académicas tradicionales de hacer las cosas”.
Durante la pandemia, “Thiel y otros magnates de la tecnología, incluidos Mark Zuckerberg y Elon Musk, invirtieron 50 millones de dólares en el organismo de filantropía científica Fast Grants para enfrentar el desafío del Covid-19, creyendo que la maquinaria burocrática de los NIH no se estaba moviendo lo suficientemente rápido”.
El colaborador de Times Higher Education apunta que “esta mentalidad de Silicon Valley de que los proyectos de investigación pequeños pero inteligentemente dirigidos, centrados en personas excepcionales, podrían superar a los modos más establecidos de ciencia revisada por pares también podría ser parte de la explicación del recorte de costos liderado por Musk de los últimos meses”.
La situación se agrava por causa de opiniones acerca de que los enormes pasos realizados por la inteligencia artificial demuestran que “los resultados transformacionales se pueden lograr a una fracción del costo de los métodos de investigación tradicionales”.
Hay quienes piensan, como el fundador de DeepMind, Demis Hassabis, que tecnología podría “curar todas las enfermedades”en una década. El excesivo optimismo espanta.
Se olvida que no pocas de las tecnologías innovadoras “han surgido de proyectos de investigación financiados por el gobierno de los Estados Unidos durante décadas”.
¿Existe el remedio para la enfermedad que está acabando con el financiamiento a la ciencia en Estados Unidos? Según el asesor científico de Trump, “la industria podría intervenir para llenar el vacío de financiación”. Pero esto no parece probable.
Como dijo el científico Kenneth Kaitin a Times Higher Education, las grandes farmacéuticas dependen cada vez más de la ciencia académica para ideas novedosas; a tales empresas no les alcanza con su propia investigación: hace treinta años era común que las compañías farmacéuticas hicieran sus propios descubrimientos —Merck era famosa por hacer esto, con muchos ganadores del Nobel trabajando en la industria—. Pero el advenimiento de la genómica hizo que la industria “tomara la decisión colectiva de que era imposible justificar este tipo de gasto”.
Lo cierto es que “en el ecosistema biotecnológico de Boston, Harvard, el Instituto de Tecnología de Massachusetts y otras instituciones de élite del Gran Boston ayudan a proporcionar los ‘laboratorios de investigación transformacional donde se producen ideas’. Si eliminas uno de los pilares clave del ecosistema, corres el riesgo de colapsar todo el sistema’…”.
¿Hay una salida? Ya hay gente buscando, más allá de Estados Unidos, fuentes de financiación para nuevos proyectos.
El avance del conocimiento no se detendrá si el gobierno de Estados Unidos decide dejar de apoyarlo. El mundo es mucho más grande que el país líder, y ya se sabe, cuando quien va ganando en una competencia deportiva se equivoca, siempre hay alguien que lo rebasa.
Culpa o no del tomate, si EEUU renuncia a hacer ciencia, otro país lo reemplazará.
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Columna de Federico Arreola en SDP Noticias
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