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El ejemplo israelí: desalinización para combatir la escasez de agua potable

  • Xóchitl Montero
Este país ha instalado cinco plantas desalinizadoras bajo un modelo de operación público-privado, en donde empresas privadas gestionan las plantas con contratos gubernamentales

En un territorio donde el agua es un bien escaso y el desierto domina gran parte del paisaje, Israel ha logrado una hazaña que hoy resulta fundamental para su supervivencia: convertir agua de mar en potable a gran escala. Actualmente, cerca del 70% del agua que consumen sus más de 10 millones de habitantes proviene de plantas desalinizadoras distribuidas a lo largo de sus costas en el Mediterráneo.

Este país, con apenas 270 kilómetros de litoral, ha instalado cinco plantas desalinizadoras bajo un modelo de operación público-privado, en donde empresas privadas gestionan las plantas con contratos gubernamentales. La más destacada es la planta Sorek, situada a unos kilómetros de Tel Aviv y considerada la más grande del mundo en su tipo. En esta instalación, el agua de mar se somete a un proceso llamado ósmosis inversa, que permite eliminar la sal mediante filtros especiales, en un procedimiento que dura menos de una hora desde que el agua entra hasta que sale lista para consumo.

Antes de esta revolución tecnológica, Israel dependía de fuentes limitadas como el Mar de Galilea y su red de acueductos. Sin embargo, con la llegada de estas plantas, el país no solo cubre sus necesidades internas, sino que incluso genera un superávit de agua, que comparte con territorios vecinos como Palestina y Jordania. Otro dato relevante es que el 90% del agua utilizada en el país es reciclada, una medida que refuerza su estrategia para optimizar recursos hídricos.

En términos de inversión, la planta Sorek ocupa 10 hectáreas y tuvo un costo aproximado de 500 millones de dólares. Además, el gobierno israelí paga a las empresas privadas una tarifa cercana a los 0.685 dólares por metro cúbico de agua producida. El financiamiento, en última instancia, proviene de los usuarios a través del pago de tarifas, lo que garantiza el funcionamiento sostenible del sistema.

El agua residual resultante del proceso no queda en el olvido: es devuelta al mar tras estudios que aseguran que no genera impactos negativos en el ecosistema marítimo. De hecho, esta atención ambiental es una parte fundamental para que la operación sea viable a largo plazo.

En el contexto actual de México, donde la crisis hídrica afecta a varias regiones, el modelo israelí se presenta como un ejemplo práctico que podría ayudar a mitigar la escasez. La clave está en adaptar esta tecnología a las condiciones locales, tomando en cuenta costos, impacto ambiental y formas de financiamiento.

 

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