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Llegó borracho el Zedillo y los cantineros de la prensa ya no tenían bebidas

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Se emborrachó de más Zedillo. Es absurdo exigir —peor aún, hacerlo para supuestamente defender la democracia— que Claudia detenga una elección constitucional que en dos meses concluirá

Este artículo está inspirado en la interpretación que hizo Eulalio González Ramírez, alias Piporro, de “Llegó borracho el borracho”, famosa canción de José Alfredo Jiménez.

Piporro añade a la letra una reflexión profunda: “No tiene nada de malo tomarse una copita cuando a uno le por estar alegre, estar contento. Malo que le dé a uno por pelearse o por no pagar”.

La canción de José Alfredo empieza así: “Llegó borracho el borracho pidiendo 5 tequilas”. Piporro hace cuentas y no le salen: (i) un tequila para mojar labio, (ii) otro para abrir boca, (iii) otro para entrar en calor y (iv) el cuarto para agarrar valor porque iba a pedir fiado. ¿Y el quinto tequila? Ya se lo había bebido Zedillo en la Universidad de Yale.

Llegó borracho el Zedillo a la cantina de la comentocracia mexicana, en la que todos están borrachos… y angustiados porque, como en la canción de José Alfredo Jiménez, desde que llegó la 4T “se acabaron las bebidas”.

Antes del presidente López Obrador y la presidenta Sheinbaum sobraban en las cantinas de la prensa tequilas —y whiskys y cervezas y aun champán—, y no había necesidad de pedir fiado: las parrandas las pagaban los anteriores presidentes.

Han perdido potencia, ya no se escuchan, los gritos de los borrachos favoritos del PRI, del PAN y de la misma comentocracia. Por eso, cuando llegó un gritón que se emborrachaba en las cantinas de Estados Unidos, se animaron los dirigentes intelectuales del cada vez más reducido grupo de personas que combaten deslealmente a la 4T.

Cuánto han celebrado los chillidos de Ernesto Zedillo quienes conducen a la oposición desde Letras LibresNexosReformaEl UniversalEl FinancieroExcélsior, etcétera.

Llegó Zedillo el borracho no solo berreando por el exceso de alcohol tomado en tabernas de Estados Unidos, sino con una dotación de bebidas importadas de contrabando para servirlas a intelectuales y columnistas locales. Y se armó la fiesta, que ya llega a su fin porque Zedillo seguirá en su nuevo país, el vecino del norte, en su pintoresca casa de New Haven, Connecticut, donde se muere de envidia porque él no tuvo como presidente, ni de cerca, la atención que los grandes diarios del mundo le brindan a la presidenta Sheinbaum.

Por cierto, la borrachera zedillista que tanto alborotó a la prensa mexicana no ha sido comentada en los periódicos importantes de EEUU —a Zedillo no lo pelan—, y qué bueno para don Ernesto que así sea, porque si ha habido algo noticioso acerca de su gritarío en México es que a él y a su familia se les relaciona con las mafias del narco.

Los borrachos de la comentocracia mexicana siguen excitados —inclusive sexualmente excitados— por las palabras del Zedillo y las difunden sin rigor analítico.

Entre las tantas cosas que dijo Ernesto Zedillo está su propuesta —en entrevista con el muy buen periodista León Krauze— de que Claudia Sheinbaum impida el proceso electoral de las personas juzgadoras, ya bastante avanzado como bien sabemos. “Zedillo a Sheinbaum: detenga la reforma judicial”, así sintetizó León ayer lunes 5 de mayo la idea del borracho expresidente.

Sin duda se emborrachó de más don Ernesto Zedillo. Es absurdo exigir —peor aún, hacerlo para supuestamente defender la democracia— que la presidenta detenga una elección constitucional que en dos meses concluirá.

Seguramente Zedillo piensa que las cosas en México siguen siendo como en sus tiempos, cuando él, desde el despacho presidencial, pudo de un solo golpe y de plano sin consultarlo con nadie, cambiar a toda la Suprema Corte de Justicia de la Nación.

No es democrático pedir a la presidenta parar un proceso electoral tan avanzado. Los presidentes del PRI habrían podido hacer eso y mucho más porque contaban con el inmenso poder que tienen los gobernantes en los regímenes autoritarios. Pero ya no es así. Claudia Sheinbaum influye, sin duda, pero no encabeza una dictadura, ni perfecta ni imperfecta: gobierna en una democracia, que podrá no gustarle a Zedillo, a Krauze, a Aguilar Camín, pero que comprueba su fortaleza democrática con votos.

Si Zedillo quería cambiar la reforma judicial debió haber hablado mucho antes, y aun debió haber cambiado su residencia a México —nuestra nación que evidentemente no le gusta— para dirigir a la oposición en los debates legislativos. No lo hizo, ahora habla solo porque anda borracho.

A Zedillo le dio por quitarse la depresión recurriendo a las bebidas alcohólicas. Allá en su oficina de la Universidad de Yale se ha sentido chinche todos estos primeros meses del gobierno de Claudia porque a ella la respetan —lo dicen en todas partes— líderes políticos e intelectuales de Estados Unidos: inclusive así se expresan colegas de Zedillo en Yale. Es tan narciso el expresidente que tronó porque evidentemente él no tuvo ni tanta ni tan buena prensa en aquella nación.

En su borrachera no le importó a Zedillo quedar como títere del titiritero, el destacado historiador Enrique Krauze, quien desde febrero de esta año propuso lo que hoy propone Ernesto Zedillo: parar la reforma judicial en su artículo “Reformar la reforma”.

Se me dirá, y es cierto, que hay maneras legales de detener o posponer —o reformar— una reforma constitucional. Pero, por favor, no es democrático pretender echar abajo un proceso electoral tan avanzado, en el que participan de buena fe cientos de candidatos y candidatas que legítimamente aspiran a llegar a la judicatura.

 

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Columna de Federico Arreola en SDP Noticias

Foto Daniel Augusto

clh

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