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Crueldad al extremo: feminicidios e intentos de feminicidios
Melanie fue brutalmente atacada por su ex novio, Christian de Jesús Rojas Martínez, en una fiesta de Halloween en Tamaulipas, quedando gravemente herida.
En Veracruz asesinaron a machetazos a María Antonieta, mujer de 40 años que tras una discusión con su pareja, éste se le fue encima con el arma hasta arrebatarle la vida.
Impresiona y duele la forma en que éstas y otras mujeres son asesinadas por quien fuera su compañero sentimental, a quienes en algún momento las unió el amor.
El primero de estos agresores, Christian de Jesús, está prófugo, el segundo está hospitalizado en calidad de detenido por intentar suicidarse después de la agresión. En ambos casos horroriza la saña con que atacaron a las víctimas: el homicida (u homicida en potencia, en el caso de Melanie) no se conforma con golpear, ultrajar, lastimar o asesinar a su compañera sentimental, mutila su cuerpo, lo despedaza.
También en Veracruz, en Poza Rica, se hizo viral el caso de la maestra Marina, que fue encontrada en el baño de su vivienda. Estaba desmembrada, decapitada con una motosierra, mutilada de pies y manos.
Otro caso, éste en la autopista México-Querétaro, es el de Viviana, presuntamente asesinada por su novio, quien la aventó desde una motocicleta en movimiento para darse a la fuga.
Por desgracia no hay día en que no sepamos por medio de redes sociales o portales informativos de algún feminicidio o hecho violento de alguna mujer.
En nuestro país la violencia feminicida engloba un conjunto de factores que van desde lo cultural, derivado de la cultura machista, pasando por la discriminación, la inseguridad del agresor, la celotipia, hasta llegar a privar de la vida a una mujer. Lo más doloroso es que en la mayoría de los casos el feminicida es alguien cercano a la víctima, por lo general su novio, esposo, concubino o padre.
Ayer por la tarde recibí la llamada de una amiga que lloraba porque “don Pedro”, su esposo, ya estaba cansado de ella, que “no lo atiende como se debe” ni le “cumple” en la intimidad como él desea, debido a un cáncer de útero con el que batalla desde hace meses.
Le insistí que lo mandara al diablo porque su furia había llegado al extremo de golpear a su nieta de 3 años, con los gritos e insultos hacia todos los miembros de su familia son un día sí y el otro también.
Me respondió que aunque fuera “enojón” era buena persona y no podía entender la vida sin él. Además, remató, “así son los hombres”.
Como ella hay millones de casos en México, que pese a los diferentes tipos de violencia o discriminación que padecen en el hogar, se viven justificando la presencia del agresor cerca porque “ya se les pasará”.
El problema es que no pasa, se incrementa y tolerarlo puede ser un arma letal.
En nuestro país sabemos de sobra que uno de los principales retos que tenemos como sociedad es reeducarnos para impedir que la violencia feminicida siga en aumento, pero ocurre lo contrario, va en aumento y con mayores niveles de crueldad.
Y es que además la prevención desde el hogar y dentro de los planteles educativos sigue siendo insuficiente, y solo sabemos de mujeres agredidas cuando han sido asesinadas o sobreviven al ataque con secuelas físicas, como en el caso de Melanie, intervenida de emergencia para salvarle un ojo y tendrá otra cirugía en la nariz, pues quedó con el tabique destrozado.
Algo peor: la violencia contra niñas es cada vez mayor en México y de nuevo el estado de Veracruz tiene el nada honroso segundo lugar, según datos de Red por los Derechos de la Infancia en México.
Por terrible que parezca, nuestra infancia está siendo agredida cada vez más dentro del seno familiar. De enero de 2015 a agosto de 2024 se han registrado 2,509 asesinatos de niñas y adolescentes a nivel nacional.
Mientras esta tragedia nos envuelve, en nuestro país las condenas para los feminicidas muestran diferencias significativas en cada entidad federativa, por ejemplo en Baja California, Coahuila, Michoacán, Querétaro, San Luis Potosí y Zacatecas un feminicida pasará en prisión menos de 20 años, en tanto en Yucatán la pena es de 45 años de prisión y en la Ciudad de México, Estado de México, Jalisco, Morelos, Veracruz, 70 años.
Estas cifras y años de condena parecen no asustar a quien acaba con la vida de una mujer, pues cada día la violencia por razones de género aumenta.
Para cerrar este comentario diré que aunque se tenga la idea que estos delitos ocurren en mayor medida en zonas de marginación o pobreza extrema, la violencia se da en cualquier estrato social.
Sin embargo, el Estado mexicano tiene la obligación de romper el círculo de pobreza implementando políticas educativas y laborales que permitan que las mujeres y niñas aprendan a valerse por sí mismas y derribar de ese modo la cultura patriarcal que muestra al varón como único proveedor y dueño de todo lo que hay en el hogar, que aunque suene espantoso, incluye la vida de sus habitantes.
Hay mucho por hacer y es tarea de todos.
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Columna de Margot Pereyra en SDP Noticias
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