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El origen y la causa de la violencia política
Leí en el sitio de cierto instituto de astrofísica acerca de “uno de los principios centrales de la ciencia”, que es el de la causalidad, según el cual “las causas han de preceder siempre a su efecto”. Por tal razón, los “investigadores están dispuestos a admitir cambios muy importantes en sus teorías” antes que aceptar que el principio de causalidad puede fallar.
Pregunta: ¿Cuál es la causa de la violencia en las elecciones? Respuesta: las elecciones. Si alguien ataca a un candidato lo hace para influir en el resultado electoral del proceso en el que participa ese candidato y, también, para influir en todos los procesos electorales que se desarrollan en el país.
La prensa mexicana ha sido insistente en destacar la violencia electoral. Desgraciadamente los y las comentaristas no actúan con objetividad al analizar las causas del fenómeno. Coinciden en una supuesta causa —que falló la política de abrazos y no balazos del presidente Andrés Manuel López Obrador—, pero me parece que esta simplificación no explica lo fundamental. Se puede decir, si se quiere, que AMLO no ha tenido todo el éxito deseado en el combate a la violencia, pero no hay sensatez en atribuirle las causas de la misma ni, tampoco, culparlo por haberla originado.
En el origen de la violencia que nos aterroriza desde hace 18 años está en un proceso electoral, específicamente en un fraude electoral. En 2006 se robaron las elecciones el entonces presidente Vicente Fox, los dueños del dinero en México organizados en el Consejo Coordinador Empresarial, los grandes medios de comunicación de aquella época, el PAN, el PRI, los sindicatos —destacadamente el de maestros y maestras encabezado por Elba Esther Gordillo—, los gobernadores priistas y panistas de entonces y expresidentes con cierto poder y mucha capacidad de manipulación mediática como Carlos Salinas de Gortari.
El fraude electoral le quitó la presidencia a AMLO y se la dio a Felipe Calderón. Vivimos ese año una de las mayores protestas políticas de la historia, enorme sin duda pero ejemplarmente pacífica: un plantón de varias semanas de duración a lo largo del Paseo de la Reforma y de las avenidas Juárez y Madero que llegaba hasta el Zócalo. El plantón sirvió para retar al sistema que había violentado la legalidad electoral, pero también para evitar que la gente inconforme pensara en la violencia como la única posibilidad de cambio.
Buena parte de la sociedad mexicana estaba convencida de que Calderón había logrado alcanzar la presidencia con trampas. Entonces, para conseguir la legitimidad que no le dieron las urnas de votación, declaró a tontas y a locas la guerra contra el narco, absolutamente fallida. Desde el principio tal guerra la perdió el Estado mexicano y la ganaron las mafias, que inclusive corrompieron al principal estratega y operador de las operaciones bélicas, el secretario de Seguridad del gobierno calderonista Genaro García Luna, actualmente preso en una cárcel de Estados Unidos acusado de haber trabajado para el crimen organizado cuando tuvo la responsabilidad de combatirlo.
En 2006 está el origen de la violencia actual. Una de las causas de que no termine de pacificarse México radica en el gigantesco poder que el narco obtuvo cuando corrompió al principal colaborador de Calderón, el mencionado García Luna, e inclusive al propio Calderón —este es un asunto pendiente de investigar—. Una causa adicional para explicar que sean tan fuertes las mafias debemos buscarla en lo enormes que son sus ejércitos; estos, por más bajas que sufren, no parecen disminuir en cantidad de elementos, sino incluso cada día se incrementa el número de sicarios. ¿Por qué tantas personas, sobre todo muy jóvenes, toman la decisión de ser soldados del narco? Por la falta de oportunidades de empleo y educación, esto es, por la pobreza.
Andrés Manuel ha luchado contra la que considera es la principal de las causas de la violencia, la pobreza. No ha descuidado el tema de las policías: liquidó a la policía federal, totalmente corrompida desde el periodo de Calderón y García Luna, para crear la Guardia Nacional. Pero si un sexenio —inclusive un solo día de 2006— fue suficiente para generar el alud de violencia, lo cierto es que esta no podrá ser vencida en un solo gobierno. Para tener éxito en una tarea absolutamente descomunal el primer gobierno distinto a los anteriores necesita continuidad —ajustando lo que deba ser ajustado, naturalmente—. La gente lo entiende y, según todos los estudios, tal continuidad con cambio tiene más apoyo popular que la opción de volver al pasado.
Como nada ha funcionado a quienes desean el retorno a los gobiernos del PRI y del PAN, recurren ahora a la violencia electoral. Lo afirmo porque los ataques a algunos candidatos y candidatas, tan difundidos en los medios, no benefician al actual gobierno y a su partido, sino a la oposición. Esto es clarísimo, aunque haya gente convencida de que es todo lo contrario, que la violencia provocará abstencionismo y que este favorece a quien está en el poder. En mi opinión se trata de un mal argumento porque no hay evidencia de que la abstención ayude al proyecto de izquierda. Si aplicamos el sentido común más bien concluiremos que la abstención perjudica a la izquierda: si la mayoría de quienes pueden votar está con Morena, entonces lógicamente la mayoría de quienes no ejerzan su derecho al sufragio debe ser morenista.
El origen de la violencia está en el fraude electoral de 2006. La causa de que se presente ahora con tanta furia en las campañas electorales son, precisamente, las campañas en las que el arma principal de quienes se enfrentan es la propaganda. En la veda electoral, cuando no debería haber propaganda, esta es intensa en los medios con el tema de una violencia que nació porque los poderes fácticos se robaron unas elecciones, violencia que solo desaparecerá si hay continuidad en la estrategia contraria a la que le dio origen.
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Columna de Federico Arreola en SDP Noticias
Foto Moisés Nava
clh