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El nuevo juego del tapado
Las cosas de la política no son igual que antes; pero, ¡cómo se parecen! El juego de la sucesión en el grupo gobernante es distinto, aunque en lo fundamental no ha cambiado. El presidente tiene sus modos y al hablar de que en 2024 habrá continuidad con cambio significa cuando menos tres cosas: primero, que él ha hecho su prioridad conducir la sucesión; segundo, que el candidato o candidata será quien le garantice continuidad, y tercero, que el método de selección se someterá a su personal visión e interés.
Lo diferente de ahora es la visibilidad del proceso sucesorio. Adelantó los tiempos a manera de evitar que la debacle electoral en el Valle de México acabara con las posibilidades de la favorita, Claudia Sheinbaum. De mal modo se inventaron responsables: Ricardo Monreal, los medios de comunicación y el aspiracionismo de las clases medias.
La visibilidad del proceso genera inercias fuera de control. Sin embargo, no hay arrebatos y hasta el momento tampoco fisuras. Se dice que Dante Delgado va tejiendo la posibilidad de una candidatura con Ebrard o Monreal. Es pensable y posible, pero no es lógico, menos para el rigor de juicio del veracruzano. Movimiento Ciudadano tiene al mejor prospecto, Luis Donaldo Colosio; quien, hasta ahora, ha sido buen alcalde en un municipio difícil de gobernar y en condiciones muy complicadas, como la escasez de agua y el incremento en la zona metropolitana de la inseguridad y, en especial, los feminicidios. Colosio muestra fortaleza ante la adversidad, no así Sheinbaum.
Hasta hoy la visibilidad es útil y funcional al presidente y a su proyecto. Llegará el momento de la decisión, en el último trimestre del próximo año. Mientras, los prospectos se dejan ver y cortejar. Por razón de los números, quien tiene más por crecer es Adán Augusto. Sin embargo, en el nuevo juego del tapado no serán los números de las encuestas que se conocen, las que determinarán al candidato o candidata.
López Obrador disfruta y se divierte con el juego del tapado. Es una falsa sensación de fortaleza; es el último acto de ejercicio discrecional del poder en condiciones de supremacía total. De allí en adelante las decisiones son compartidas y/o ponderadas a partir de los intereses y visión del candidato o candidata.
Quizás piense de sí mismo que él debió llegar a la presidencia en 2006 y no doce años después. Si en ese entonces hubiera ganado, el triunfo hubiese sido en condiciones muy adversas por la división en la sociedad, porque su coalición hubiera sido minoritaria en el Congreso y por una precaria presencia en gobiernos locales. 2018 fue una historia distinta, su triunfo impactó todas las preferencias y le redituó en mayoría absoluta en el Congreso y triunfos en casi todas las contiendas locales concurrentes.
Acontecimiento irrepetible. Es posible que prevalezca en la elección quien lo apoye, pero es prácticamente imposible que suceda igual que hace seis años. Más bien se perfila el regreso de la pluralidad, para la que serán necesarios términos de entendimiento y coexistencia radicalmente diferentes a los actuales. La oposición no parece comprender los términos del nuevo desafío. Tema para otro momento.
Columna de Federico Berrueto en SDP Noticias
Foto SDP
clh