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Dormir

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Cierto, a esas horas se puede leer, incluso escribir, pero la verdad es que uno quisiera dormir y no subir la escalera en tinieblas del desconcierto.

El gran poeta argentino Roberto Juarroz ha escrito que “despertar es una difícil emergencia”. Desde hace años me pasa lo contrario: dormir es una difícil emergencia.

No hablo de insomnio sino de ese momento en la alta madrugada en que te sorprende la vigilia y en la oscuridad te conviertes en un ser irremediable. Los ejércitos de la noche acechan y logran un cerco del que no se salva nadie.

Me impresiona sobre todo el despojo de las armas de la lógica: los pensamientos se enciman unos en otros, un teatro de la memoria actuado por un loco. Sé lo que piensan: tómate un ansiolítico y sanseacabó.

Pero qué pasa si lo tomas y aun así despiertas a las 4:30, la hora del fracaso, de los reproches, las mortificaciones que diría mi madre. Una pila gastada, inservible, que ya dio toda su energía, ¿dónde ponemos la pila? Y ahora a éste, ¿qué le pasa?, se preguntarán el lector o la lectora.

No es tanto un lamento como el reconocimiento de un misterio, como si alguien entrara entre las sombras a entregarnos un mensaje: aquí están estas líneas de tu vida que te envían de acá, de muy cerca, no dejes de memorizarlas.

Cierto, a esas horas se puede leer, incluso escribir, pero la verdad es que uno quisiera dormir y no subir la escalera en tinieblas del desconcierto. Y si la estación sombría ocurre a las 2:30 y no a las 4:30, se jodió la bicicleta.

No quiero exagerar, tomo con filosofía, como se decía antes, estos episodios nocturnos. He encontrado sospechosos y realizado detenciones preventivas: el café, ni uno después de las doce del día, respuesta incorrecta; el alcohol en la noche, se retira Gay-Lussac, respuesta incorrecta; el estrés, búsqueda incorrecta, todo es estrés; la pandemia, ah, la pandemia se ha convertido en el gran pretexto de todos los males.

No voy a minimizar la tragedia y el desconsuelo, pero resulta que según mis cuentas vivo en pandemia desde los diez años. Victor Hugo decía que las doce horas negras acechaban siempre, incluso durante el día. En cambio, Goethe era un optimista, o un parrandero, pues consideraba que “la noche es la mitad de la vida y la mejor mitad”.

 

Columna de Rafael Pérez Gay en Milenio

Foto: Consultario

mgh

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