- Nación
¡Qué orgullo!
Alicia Bárcena, mexicana, bióloga, funcionaria pública, actualmente secretaria ejecutiva de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal). Estudió en la Universidad Nacional Autónoma de México en épocas muy turbulentas, los años 70, cuando, como bien dijo Salvador Allende, “ser joven y no ser revolucionari(a), es una contradicción”. Sin titubear, se alistó al Comité de Lucha y participó en debates sobre el mundo y su devenir. Leyó entre otros, a Marx y entendió su misión.
Bióloga, científica, indignada por la masacre del jueves de Corpus, se enfrentó a Los Halcones, especie rara que, dicen algunos, se extinguió. Cantaba fuerte “Solo le pido a Dios, que el dolor no me sea indiferente” y con esa frase, ha vivido comprometida en intentar aliviar el dolor ingrato.
Su gentileza y amabilidad, su carta de presentación. Su inteligencia y capacidad para ejecutar, la llevaron a ser secretaria general adjunta de Administración de Naciones Unidas, donde quedó constancia de su manejo firme y visión estratégica. Fue después, designada secretaria ejecutiva de la Cepal.
Mexicana educada según cuentos y canciones infantiles, se quedó prendada de un empresario cuando cursaba el séptimo semestre de su carrera. Se casó, tuvo un hijo y muchos disgustos, por lo que cada quien retomó otro rumbo de vida. Pero, ya sabemos, siempre tropezamos con la misma piedra y volvió a enamorarse perdidamente de un maestro, cuando ya estaba en la maestría de Ecología. Otro tropezón, del que se recuperó pronto para seguir con brío en eso de la triple jornada. Es decir, entiende muy bien las cargas desiguales que la sociedad impone a las mujeres.
Antes de emprender altos vuelos y recién egresada de la maestría, tomó a su hijo y voló a Yucatán. Ahí, en compañía de mujeres y hombres mayas, aprendió sobre la indignante discriminación, la etnobotánica y la sabiduría de chamanas. Fue directora del Instituto Nacional de Investigaciones sobre Recursos Bióticos y creó un centro de capacitación en el que le dio curso científico a los conocimientos autóctonos sobre botánica de los indígenas mayas.
Tiene, además, una maestría en administración pública por Harvard y un hijo con doctorado en genética molecular. Desde hace años, vive con el hombre con el que comparte penas, sal, pan y alegrías: Aníbal Severino, quien también tiene un hijo, Tomás. Los cuatro han formado una familia, que, como muchas, tienen altas, bajas y amor.
Entre divorcios, conclusión de estudios y brinco a la Organización de la Naciones Unidas, fue profesora de la UNAM, directora del Instituto Nacional de Pesca, subsecretaria de Medio Ambiente y directora fundadora del Consejo de la Tierra en Costa Rica. En la reciente reunión de la Celac, fue una voz sensata y profesional. La única idea valiosa, detallada para un plan de autosuficiencia sanitaria para América Latina y el Caribe.
Con los pies en la tierra, con la fortaleza que le dan sus conocimientos, afirmó: “se requieren sistemas de atención primaria universal en América Latina y el Caribe. Urge una coordinación estratégica entre los sectores de salud, economía, industria y finanzas en la región. Es imperativo impulsar el desarrollo y la coordinación entre los sistemas de regulación y se precisa de una visión de integración regional y subregional que garantice mayor autonomía productiva y acceso universal a vacunas”. Tres retos: asegurar un mercado estable de gran escala; incentivar investigación y desarrollo de proyectos, y apoyar la producción local e integrar cadenas regionales de producción.
Una mujer a la altura de los tiempos. Una mexicana con capacidades para enfrentar desafíos con serenidad y buen humor.
Una de las más diestras para nadar en aguas turbulentas, a quien el dolor no le es indiferente.
Columna de Clara Scherer en Excélsior
Foto: Twitter Alicia Bárcena
mgh