- Nación
El desaliento de vivir en México
Pues, miren ustedes, lo más aberrante y escandaloso es que se trasmutan, sin mayores problemas, en amenazantes criminales dedicados a extorsionar a la gente de bien.
La última vez que utilicé el servicio de Uber, en Morelia, entablé la habitual conversación con el conductor y, al saber que venía de la zona guerrerense de Tierra Caliente no pude menos que abordar el tema de la violencia que azota a esa región, colindante con Michoacán y el Estado de México. Me dijo que la situación es simplemente espantosa y que los pobladores viven en una total indefensión, víctimas de despojos, robos, asesinatos y secuestros. Pero el relato del operador —un hombre joven, muy correcto, que conducía con total acatamiento a los límites de velocidad— no se redujo a esbozar tan estremecedor panorama, sino que me contó su última experiencia en una comarca más cercana.
Iba el muchacho en su coche hacia Moroleón, una ciudad de Guanajuato que se encuentra justo luego de cruzar los límites de Michoacán cuando se emprende el rumbo a Salamanca y poco antes de llegar a la caseta de peaje fue interceptado por dos vehículos de la Guardia Nacional, una camioneta Suburban sin emblema alguno y un coche policial con las insignias características del recién creado cuerpo de seguridad. “¿Vienes jalando?”, le espetó uno de los agentes.
El conductor no entendió la pregunta y, creyendo que se refería al consumo de alcohol, le respondió que no, que no había bebido. “¡No te hagas pendejo, vienes jalando!”.
Se refería el sujeto a que venía el joven de avanzada, por así decirlo, precediendo a un grupo de coches y advirtiéndoles por el teléfono celular de la presencia de patrullas o retenes de seguridad. No hubo manera de argumentar, ni de convencer, ni de testimoniar de su mera condición de operador de Uber, así fuere que en el asiento delantero viajara su mujer embarazada y de que insistiera, una y otra vez, que se dirigían a encontrarse con familiares en Moroleón y nada más. “En la agencia del Ministerio Público no te la vas a acabar, te van a detener y a ver cuándo sales”. Sabía el muchacho que el cuadro amenazante era parte de una estrategia de intimidación, pero no podía arriesgarse a afrontar la experiencia de ser llevado a un lugar así. Luego de 40 minutos de revisiones y amagos, vino la propuesta de arreglo. Primera respuesta a la negociación: “¿500 pesos? ¿Pues qué te crees que soy, policía municipal?”.
Cinismo descarado. Arbitrariedad pura. Impotencia total.
La pesadilla se arregló finalmente con 2 mil pesos. Me dijo el muchacho, antes de terminar el servicio: “Con razón tanta gente se quiere ir a Estados Unidos”. Sí. Qué realidad tan desalentadora, señoras y señores. Ah, y es la “Guardia Nacional”.
Columna de ROMÁN REVUELTAS RETES
Milenio
Foto ArchivoM
vab