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Yo, la esclava de Salinas Pliego

No Ricardo, mientras trabajé en TV Azteca, nunca me sentí tu esclava, lamento decepcionarte. Me pagabas muy bien, más de lo que gana un Senador de la República

Este jueves, en un tuit de media noche, el señor Salinas me pidió que le contara cómo me sentía cuando era su “esclava”, es decir, en los años en que trabajé en su televisora. 

@sabinaberman contésteme pues!!!, ya me está dando sueño y todavía no me ha dicho cómo se sentía cuando era mi esclava en @adn40

No pude contestarle de inmediato, porque estuve atendiendo asuntos importantes, sin embargo ahora lo hago con cierta largueza e invitando a la conversación a quienes deseen enterarse. 

No Ricardo, mientras trabajé en TV Azteca, nunca me sentí tu esclava, lamento decepcionarte. Me pagabas muy bien, más de lo que gana un Senador de la República. Eso, y el hecho que mis principales ingresos vienen de mis derechos de autor como dramaturga, me dio la oportunidad de gastar en lo que me hace más feliz. Comprar una casa en medio de un bosque pródigo en pinos gigantes, ardillas y seis especies de pájaros. 

Mil gracias, Ricardo. 

Además, las mil y una veces que tus empleados intentaron coartar mi libertad de expresión, censurándome, te llamé por teléfono y les ordenaste sacar sus tijeras de mi trabajo periodístico. Cómo olvidar el tremendo debate sobre si debería o no entrevistar a las líderes del movimiento pro derechos de los transexuales

—Si pagan impuestos, tienen los mismos derechos ciudadanos que yo y que todos —dijiste como un buen liberal. 
Qué gran época de tele: les dimos voz e imagen por primera vez en el país a las minorías en busca de sus libertades plenas. 

Luego, tú te fuiste de la televisora y yo empecé a resentir la censura. Pero el problema de la esclavitud no se presentó sino al inicio de la pandemia

Fue entonces que tú decidiste que los que trabajábamos en tus empresas teníamos que ir a las instalaciones, en contra de las órdenes de la autoridad sanitaria federal, que llamó a que nos quedáramos en casa, los que podíamos hacerlo. Y yo, era obvio, podía hacer el programa desde mi casa, por internet –como lo empezaron a hacer casi todos los conductores de las otras televisoras del país y del planeta. 

No quería poner en riesgo mis débiles pulmones, ni la vida de dos personas de mi equipo —el Largo, que tiene más de 70 años y acababa de recuperarse de un ataque cardiaco, y alguien más, cuyo nombre protejo, que padece de un cáncer recurrente— y por fin, no quería dar un mensaje suicida a la gente que ve la televisión, darles a entender que el virus no es lo peligroso.

En cambio tú te entercaste contra la idea, para ti honda y horripilante como un abismo, de dejar de ingresar dinero a tu consorcio. Querías mantener abiertas y trabajando a tus tiendas Elektra, a tus oficinas de Total Play, a las instalaciones laborales de tus otras cincuenta empresas; y los conductores de TV Azteca teníamos, según tú, que dar en las pantallas el ejemplo. 

“Acá somos valientes”, empezaron a repetir dóciles en pantalla. “Acá somos libres y no obedecemos al gobierno”, gemían y tragaban saliva. 

—Pues díganle a Ricardo que yo no me sacrifico ni sacrifico a nadie por su loco afán de ganar dinero. 
Eso le respondí yo a tus empleados y ellos cancelaron mi programa. 

Pero no nos engañemos, Ricardo. Entonces como ahora, el tema que realmente importa y que me trasciende a mí, es el riesgo al que has sometido a tus 90 mil trabajadores, la red de focos de infección en que has convertido a tus instalaciones —una red tendida a lo largo y ancho de México—, las muertes que han ocurrido en consecuencia, y tu afán de invitar a la gente a salir de sus casas, aún ahora, en medio de una escalada de contagios y de muertes.

Bueno, ya está, ya te respondí. Mientras trabajé en tu televisora, no fui tu esclava. Fue una colaboración de mutuo beneficio, incluso de sincero afecto. Solo cuando me pediste que fuera en contra de mi convicción de que la vida es sagrada —mi vida y la de otras personas: las de mi equipo y las de los millones de televidentes de TV Azteca— es que reflexioné si plegarme a Salinas Pliego y en consecuencia volverme su esclava. 

Tres minutos de reflexión bastaron para contestarte, vía tus ejecutivos: 

—Nunca. Ni loca. Y a ustedes deberían encarcelarlos, por nocivos a la salud colectiva.

Columna Sabina Berman/El Universal

Fotografía Especial

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