• Izucar de Matamoros

Hace 110 años una imagen de la Virgen lloró en Izúcar

  • Lidchy Cano
El hecho conmocionó a la ciudadanía en ese entonces

Izúcar de Matamoros, Pue.- En Izúcar de Matamoros se cumplieron 110 años de que una imagen de la virgen lloró en una casa de la calle Victoria, ubicada en la zona centro de esta ciudad, así lo dio a conocer Raúl Martínez, cronista de este lugar, hecho que conmocionó a la ciudadanía en ese entonces.

Señaló que ese suceso fue un aviso del movimiento revolucionario que en 1910 cambiaría a Izúcar y a todo México.

El hecho ocurrió el 24 de septiembre de 1909, a casi un año de que iniciara la Revolución Mexicana y que trajera graves consecuencias económicas, sociales y sobre todo en la misma población al haber hambre, enfermedades y muerte.

Este hecho con el tiempo se convirtió en una leyenda, pues si bien ocurrió hace 110 años, fue pasando de generación en generación hasta que casi 50 años más tarde, el señor cura don Arturo Márquez Aguilar Q.E.P.D. recoge y manda imprimir en una hoja esta narración, y no es sino hasta hace unos años que durante la estancia de la maestra Josefina Esparza Soriano escucha esta narración y le imprime su toque literario para convertirla en una bella leyenda.

Según la leyenda, por aquellas fechas vivía una modesta familia en una insalubre “accesoría” de la “Calle de la Acequia Chiquita”, actualmente, Segunda Calle de Victoria, cuyo dueño era el conocido terrateniente don Néstor Torres. La familia estaba formada por el jefe, don Rafael Soriano, casado con doña Nazaria Flores y padres de una tímida y soñadora jovencita, aproximadamente de 16 años, cuyas virtudes eran conocidas por todo el vecindario.

​La imagen de la virgen había sido regalo de bodas de una vieja dama de un pueblo del estado de Guerrero, tía de doña Nazaria. El marco de la imagen estaba despintado casi en su totalidad y tenía una madera aún olorosa de las que se cultivan en el estado de Guerrero, tan apreciadas en la actualidad. Por la noche la imagen era iluminada por la mortecina luz de una veladora que nunca faltaba, aunque la miseria era apremiante, pues cada día el pago de la semana era la primera compra que hacía el matrimonio Soriano.

​La bellísima imagen estaba pintada al óleo, tal vez un anónimo pincel de España o de México, ya que era muy frecuente en aquel tiempo, que la mayoría de las imágenes llegaran de Italia o España.

Esta imagen tan famosa en el mundo católico tenía algo irreal, cierto magnetismo que irradiaba haciendo que todo el mundo que pasaba por esa calle se detenía a contemplar la imagen por unos minutos, aunque la invadiera la prisa por llegar a su destino. A pesar del aparente abandono en que se encontraba la imagen, pues estaba colocada en un rincón de la pobre habitación, su color violeta se clavaba en la mirada de los admiradores haciéndolos sentir una agradable sensación de optimismo y tranquilidad, aunque esta virgen es fiel retrato de la tristeza, el puñal que atraviesa el pecho de ella, es tan natural que se puede tocar.

​Un día en que las dos mujeres del relato se encontraban afanosas desempeñando sus labores hogareñas, la joven Ana María, quedó perpleja, vio que de los ojos de la Virgen brotaban auténticas lágrimas que corrían por las mejillas y se perdían en el marco deteriorado de la imagen, incrédula por esta visión, tocó la humedad de las mejillas de la virgen y no pudiendo controlar su nerviosismo, lanzó un grito de estupor mezclado con alegría. Al oír gritar a su hija en forma desacostumbrada, la madre, que estaba en el otro extremo de la habitación preparando la frugal comida, junto a un tosco anafre de barro, asustada interrogó a su hija.

​¿Qué te pasa hija mía? ¿Te picó un alacrán?  Dame tu mano te voy a curar con ajo.

​¡No mamá! Gritó la muchacha, la virgen ha llorado… ¡Mírala!

​ La madre comprobó la veracidad de las palabras de la hija, tocando la mejilla de la virgen todavía húmeda.

Surcó su mente la palabra milagro y quiso hacer copartícipes de tal hecho a sus vecinos.

​Pasada la sorpresa a su llamado Don Agustín Verdín y Doña Luisa Cuevas y ésta acompañada de su hija María Montaño… llegaron a la habitación de los Soriano, dispuestos a contemplar el milagro que su vecina les había participado entre voces entrecortadas por la emoción, se arrodillaron y santiguaron frente a la virgen venerada y poco a poco atraídos por la noticia empezaron a llegar más vecinos, pues llamaba la atención de todos los que pasaban, la aglomeración que se iba formando hasta la calle donde habitaba la modesta familia y un hombre ya entrado en años y seminarista en su adolescencia pronunció las conocidas palabras:”¿Quist est homo, qui nom floret chisti natren si dideret in tanto supplicio?”. Que traducido a nuestro español es ¿Qué hombre no lloraría, si viese a la madre de Cristo en tan atroz suplicio?

​En la provincia poblana todos los habitantes forman una gran familia y ante este hecho sobrenatural, todo el pueblo matamorense se volcó pleno de fervor ante la imagen realmente milagrosa y aquel humilde hogar fue en unas cuantas horas el polo de atracción de todos los matamorenses, de todos los rumbos de la ciudad se presentaban verdaderas romerías, todos querían presenciar el milagro de la Virgen que lloró frente a la ingenuidad de la virtuosa chiquilla, esta noticia pronto traspasó los límites de la ciudad y las poblaciones circunvecinas llegaban en carretas, asnos o caballos, un gran número de creyentes que no querían quedarse sin conocer a la Virgen milagrosa. También llegó la noticia a los oídos del cuerpo sacerdotal, estos sacerdotes se presentaron ante los miembros la familia y sus vecinos les dijeron que sólo había sido una alucinación de la hija, que no era posible tal milagro y a pesar de las súplicas del vecindario, los sacerdotes no hicieron caso de sus peticiones de rezar allí mismo una misa por tan inaudito Milagro.

​El señor cura de Izúcar, ese día no se encontraba en la ciudad, pues había ido a ciudades vecinas a cumplir con su ministerio, sin embargo, a tantas súplicas de los vecinos del matrimonio Soriano, enviaron a un mensajero a avisar al señor cura que su presencia era requerida urgentemente por tal motivo.

​Una vez que le señor cura llegó a la casa, tantas veces mencionada se arrodilló frente a la imagen y después de interrogar detenidamente a la familia, comprobó la realidad de los hechos la virgen presentaba los párpados enrojecidos por el llanto y todavía frente al sacerdote resbaló una gruesa lágrima, ante esa evidencia el señor cura dirigió a los feligreses una magnífica alocución y se organizó un monumental rosario a la imagen del milagro que no solamente era capaz de llorar, sino que para dar mayor muestra a los fieles, llegó a sudar ante ellos, quienes vieron una diadema luminosa sobre la frente de la virgen hecha con gotas de sudor.

​El pueblo matamorense quedó maravillado y agradecido por tal privilegio ser ellos los testigos de un hecho milagroso en que La Virgen de los Dolores, dentro de un despintado marco de madera había cobrado vida inexplicablemente y ofrecer al pueblo el llanto, ya no por su hijo, sino por todo el pueblo ya que todos se consideraban hijos de la Virgen y ella como la madre espiritual de todos los católicos estaba afligida por los dolores de todos sus hijos que sufrirían el ver desmembrarse familias enteras con el pronto advenimiento de un movimiento armado que ya se vislumbraba en aquella época. Así lo interpretaron los más fervientes creyentes de los milagros de la Virgen, tiempo después.

​Un reconocido católico de la ciudad, invitó a los vecinos para dedicar diariamente una misa a la dolorosa, desde luego acompañada por las más prestigiadas voces de damas católicas que formaban un coro monumental. Una piadosa señorita de la localidad llevó a dos inocentes niñas, las hermanitas Carmen y Refugio Ibarra ante quienes la Virgen volvió a llorar, la inocencia de las niñas enjugó el llanto de la virgen.

​Pasados algunos días del milagro y en una de esas espléndidas noches matamorenses llegó el señor cura , a pesar de la evidencia, todavía incrédulo, al rezar ante la imagen y al estar ensimismado en sus oraciones, de pronto observó que del rostro de la virgen brotaba un regio resplandor que los hizo temblar de pies a cabeza y, tremendamente conmovido ante esa nueva prueba como respuesta a su incredulidad permaneció arrodillado frente a la virgen y tomó una decisión definitiva, dijo a los dueños de la imagen que no podía permanecer más tiempo en ese humilde rincón, que posiblemente había hecho el milagro porque al igual que la Guadalupana en otro tiempo, lo que deseaba era tener un lugar propio para permanecer todo el tiempo venerada por los feligreses, que esa imagen aunque a ellos les perteneciera, debería estar en un lugar digno de ella y ese lugar debía ser la Iglesia de Santo Domingo donde ya le habían preparado un altar.

El matrimonio entre lágrimas y oraciones entregaron la imagen al Señor Cura para que fuera colocada en el altar que ya estaba preparado para ella, donde a través del tiempo todo el pueblo la reverenciaría.

​Actualmente el pueblo matamorense sigue venerando esta imagen en el templo de Santo Domingo, como lo anunciara aquel preclaro sacerdote que eligió para ella ese lugar. El matrimonio Soriano ha desaparecido, pero el pueblo a través de los descendientes de algunos testigos de aquel hecho, sigue narrando a las nuevas generaciones aquel famoso milagro de “La Virgen que Lloró”.

​Durante muchos años, la Señorita Josefita Espinobarros, tuvo a su cargo las Misas de cada mes y la Festividad, posteriormente Doña Virginia Ruiz de Armenta, al igual también que algunos años después Carmelita Campos Armenta, apoyada por vecinos devotos de la Virgen que Lloró, continuando esta tradición Segundo González Gamboa y también Noé López García, pero que desafortunadamente durante el sismo del 19 de septiembre se dañó su nicho, más no así la milagrosa imagen.

 

Foto: Lidchy Cano

 

cdch

 

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