• Puebla

VIDEO: Dulce quería conocer el mar, su mamá quiere que viva

  • Claudia Lemuz
Por un problema congénito ya perdió un órgano, Verónica busca un urólogo que la atienda

Puebla, Pue.- A sus siete años, Dulce ya sabe lo que es el dolor, trabajar, soportar el mal humor de los adultos y estar a punto de perder la vida.

Cuando su madre Verónica te cuenta el calvario que han pasado para que Dulce se mantenga con vida, esperarías ver a un ser débil, frágil, pero ella es una guerrera, una niña juguetona que agradece el haber cumplido su sueño estas vacaciones.

Desde que nació tuvo frecuentes infecciones, producto decían los doctores, de los malos cuidados y de los pañales baratos que le compraba Verónica, quien optó por los más caros, sin que eso frenara el malestar constante de su bebé.

Por años fue víctima de malos diagnósticos y calumnias de los doctores, quienes la responsabilizaron de los ataques que tuvo Dulce. A los cinco años, la niña dejó de caminar y la desesperación se apoderó de Verónica.

Pero leer no sólo te saca de la ignorancia, sino que salva vidas, salvó la de mi hija, manifiesta con orgullo la mujer de menos de 40 años que se ha dedicado a mantener con aliento a su segunda hija.

Fue la doctora general Berenice Trejo quien me ayudó. Le manifesté mis inquietudes y las lecturas que me llevaban a creer que mi hija tenía algo más allá de infecciones en vías urinarias, recordó Verónica.

La doctora me sugirió buscar a un especialista, un urólogo, pero cuando pedí apoyo del Seguro Popular me dijeron que ya se había pasado el tiempo porque sólo cubre a niños menores de cinco años y ella quedaba fuera de rango.

Me acerqué al Hospital del Niño Poblano, pero ahí la tuvieron en observación y me la entregaron, porque tenían cuatro meses sin un urólogo pediatra. Me dieron cita un año después, pero mi hija se moría, recuerda aún con aflicción Verónica.

En ese momento, la madre de la niña, ya había perdido su empleo como responsable de una papelería porque constantemente faltaba ante las crisis de salud de Dulce. Incluso, a la fecha, ella debe atender prácticamente las 24 horas del día a su hija, porque frecuentemente va al baño y cuando le llega a faltar el aire, la debe trasladar de inmediato al hospital más cercano.

Con el apoyo de sus vecinos y de un patrocinador que quiso permanecer en el anonimato, Verónica logró que le hicieran los estudios -gammagrafia renal- a Dulce, quien sufría hemorragias con mayor frecuencia sin que nadie las pudiera controlar. La niña sangraba por arriba y por abajo, dice, el impacto de verla era tal, que un día que le tocó a su abuela María de Jesús atenderla, terminó con diabetes por el susto.

Tras recibir el resultado de los estudios, el doctor me dijo que se tenía que operar o de lo contrario su cuerpo se colapsaría, porque uno de sus riñones ya no funcionaba, ella padecía nefrectomía y le quitaron el riñón derecho a raíz de una displasia.

Ahora, con un solo riñón, además hipertrófico, Dulce volvió a caminar y enfrenta la vida con alegría, aunque su desarrollo es superior al de otras niñas y niños de su edad. Su mal es congénito, pero sus ganas de vivir rebasan cualquier diagnóstico adverso, asevera Verónica.

Así, ante la falta de un empleo y la responsabilidad de alimentarla de una manera especial que implica con todo y medicinas un gasto diario de al menos 500 pesos, Verónica optó por un trabajo que le da la libertad de cuidar a su hija, un empleo que a ella inicialmente la avergonzaba, pero que a Dulce la llena de felicidad: cantar.

Yo no canto bonito, manifiesta con sinceridad Verónica, mientras sus ojos se llenan de lágrimas, pero mi necesidad me hizo subirme a los camiones y ahora, en algunos restaurantes nos permiten hacerlo para obtener un recurso de manera honesta.

Mientras Verónica narra con timidez cómo y por qué empezó a cantar en la calle, Dulce manifiesta que ella va a ser cantante, pero también sueña con estudiar una profesión.

Uno de esos días que Verónica y Dulce cantaban en el mercado del Carmen, una mujer la acusó de abusar de la niña, de lucrar con ella y provocó que un medio de comunicación llegara para reportarla.

Ese medio impreso dio a conocer que Verónica era su madre y narró que Dulce tenía un sueño: conocer el mar.

Estas vacaciones con el apoyo de patrocinadores anónimos, Verónica, originaria de Acapulco, logró que Dulce a sus siete años de edad conociera el mar de Veracruz, lo que era impensable para ellas por la falta de recursos.

Ahora, mientras la inocencia de Dulce la lleva a pensar en el mar de Cancún, su madre tiene dos peticiones básicas para la vida y para las autoridades que la quieran escuchar, tener un trabajo que le permita seguir cuidando de la salud de su hija, y la más importante, acceso a un urólogo que dé seguimiento a la salud de la niña.

Verónica, pese a las adversidades que se ha enfrentado, agradece que el sueño de Dulce se haya cumplido, pero confía más en el suyo: mantener con vida a su hija.

Con información de La Silla Rota.

dp

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