• San Andrés Cholula

Oralia no sabe cómo decir a su hijo que su papá fue asesinado

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Su esposo, Marco Antonio Cuautle Cuautle, fue uno de los hombres que murió por órdenes de un empresario.

San Andrés Cholula, Pue.- Un gran retablo de San Antonio destaca entre todas la imágenes a las que se ha encomendado el alma de Marco Antonio Cuautle Cuautle –cholulteca dedicado al campo, lechero por herencia-, una suerte de altar ubicado en el extremo norte de la modesta vivienda que habitó hasta hace algunos meses con su esposa y sus dos pequeños hijos.

La sombra que se proyecta al mediodía en la planta baja, amplía la sensación de luto, de tristeza, apenas comparada con la que transmite Oralia Gregorio, viuda por venganza, según las pesquisas ministeriales, quien no ha encontrado entereza para comentarle a Israel, de ocho años de edad, que su padre no regresará.

Las investigaciones ministeriales apuntaron que junto con cinco personas más, Marco Antonio fue torturado, quemado y su restos lanzados a la atarjea por encargo de un empresario que no perdonó el agravio que sufrieron familiares por el asalto cometido en su vivienda por al menos un par de los señalados. 

Los lunes eran los días de mayor carga para repartir, en la ruta que Marco Antonio hacía de Momoxpan con destino a Puebla; además de la leche, la familia elaboraba quesos, quesillo y yogur para la venta; aquel 19 de octubre, no fue excepción.

Marco Antonio subió los pesados botes lecheros a su camioneta Silverado verde, la cual en varias ocasiones lo dejó tirado. Antes de iniciar la jornada se despidió de la pequeña Montserrat quien llevaba días sin reponerse de malestares estomacales y desde entonces no regresó. Tres días después, la pequeña cumplió un año.

“Mi esposo era inocente, no tenía nada que ver, lo ejecutaron por error”, dice con la voz entrecortada Oralia. A poco más de cuatro meses en la casa de los Cuautle siguen colocados los carteles de “¡ayúdanos a encontrarlo!”, estatura referenciada y edad. Uno de ellos se pierde entre figuras religiosas, una guadalupana y un Cristo crucificado.

Marco era una buena persona, bebía de vez en vez y el ajetreo del trabajo no le permitía, siquiera, dedicarse a algún hobbie, no tenía celular. Era devoto y procuraba asistir a misa, recuerda Oralia, quien pasa de la fortaleza al llanto contenido durante su relato.

La modesta casa que dejó a su familia, bien puede ser testigo de la precariedad en la que vivían: algunos muebles, una vitrina sin ostentaciones, mesas rústicas, un televisor de pocas pulgadas.

En las primeras horas de la desaparición, aun resistiéndose al mal presagio, Oralia pensó que Marco habría encontrado algún amigo, que estarían compartiendo, que se habría quedado dormido, que pronto llegaría, pero no ocurrió, el augurio se volvió realidad.

La actuación de las autoridades en las pesquisas que se llevan a cabo en la Fiscalía Especializada en Delitos de Alto Impacto tienen el aval de la familia.

Hoy, piden justicia para Marco Antonio; el campesino, lechero por herencia, inocente por convicción de su familia; era el único proveedor y Oralia no sabe cómo sacará adelante a sus hijos, sola y con su alma en una pena que no la deja descansar.

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