• Opinión

Poblanos en Nueva York en el 9/11

  • Erika Nieto
Ser extranjero en un país en guerra es una de las peores experiencias que se pueden vivir.

El 09 de septiembre del año 2001 tomé un avión rumbo a Nueva York en Estados Unidos con el fin de pasar unas vacaciones  y de recopilar información sobre la vida como migrantes de miles de poblanos para la estación de radio en la que trabajaba en ese entonces. Desde el aeropuerto y durante el viaje tuve la oportunidad de conocer a una joven poblana egresada de la Universidad de las Américas y originaria de San Pedro Cholula que, al no encontrar opciones laborales viajaba a ese estado con visa de turista pero con el fin de buscar un trabajo y vivir de manera permanente en ese país.

Al aterrizar en el aeropuerto Jhon F. Kennedy de Nueva York nos despedimos e intercambiados datos personales por si acaso volveríamos a saludarnos en Manhattan los próximos días, sin pensar lo que nos tendría preparado el destino.

El World Trade Center, el mayor atractivo

Me dirigía al Condado de Westchester, ubicado a 30 minutos de Manhattan rumbo a Boston, donde me hospedarían algunos amigos y familiares poblanos que desde hace más de 20 años migraron a ese país para encontrar una mejor calidad de vida. Lo primero que admiré a mi salida del estacionamiento del aeropuerto, fueron las Torres Gemelas, imponentes a lo lejos se veían junto con un grupo interminable de los rascacielos que definen a Nueva York, como el Empire State o el emblemático Edificio Chrysler.

Como buena turista entre los primeros sitios de visita sería la isla de Manhattan y por supuesto las Torres Gemelas, misma que estaba programada para el martes 11 de septiembre. pues el 10 sería dedicado a la convivencia con los familiares.

Sin embargo, para aquel 11 de septiembre me solicitaron un reporte en vivo desde aquella ciudad para dar un panorama general de la vida de los poblanos migrantes en Nueva York, así que la visita a las Torres Gemelas fue pospuesta para un horario vespertino de ese mismo día.

9/11

Eran poco antes de las nueve de la mañana del 11 de septiembre cuando recibí la primera llamada desde la redacción del noticiero de radio de la Revista 105 para la que trabajaba, era de alerta y dudas por saber que era lo que ocurría con la torre norte del World Trade Center que en ese momento se incendiaba y cuya noticia ya circulaba a nivel mundial.

Encendí la televisión, cuando un ruido ensordecedor en el cielo cimbró la vivienda donde me hospedaba obligando a las mujeres que nos encontrábamos en ese momento a tirarnos al suelo, cuando regresé la vista al noticiero en la televisión, un avión se estrellaba en la segunda torre, incendiándola y generando un terror general, era el vuelo 175 de United Airlines que se estrellaba contra la torre sur.

Para ese momento, los hombres de la casa, aproximadamente 6, entre el esposo, hijos, sobrinos, todos trabajadores indocumentados, ya estaban trabajando en la construcción de unas viviendas ubicadas en un suburbio cercano a la capital de Massachusets. La colonia donde vivían mis familiares en ese entonces, era en su mayoría habitada por ciudadanos mexicanos y dominicanos, en un gran porcentaje, sin documentos para trabajar en Estados Unidos.

La situación de los poblanos en Nueva York, en esos momentos de confusión por el ataque terrorista del que era objeto Estados Unidos, formó parte de mi reporte al noticiero en Puebla. Al termino de éste recibí una llamada, era Amanda la joven que conocí en el aeropuerto, estaba muy asustada escondida en una sala de internet en la isla de Manhattan a tan solo unas cuadras del World Trade Center, segundos después la comunicación se cortó.

Después supe que se vio obligada a salir huyendo de la sala de internet ante el peligro que representó el derrumbe de las Torres Gemelas por el impacto de los aviones. La tarde de ese día en Westchester y los condados y estados que rodeaban Manhattan fue gris, oscura, los cielos, el aire y las calles se llenaron de la ceniza y el polvo generados por el derrumbe de las Torres Gemelas.

Durante varias semanas los trabajadores indocumentados fueron suspendidos en sus actividades hasta nuevo aviso y se les recomendó hacer el menor movimiento posible por las calles, mucho menos tratar de viajar a otros condados por las estrictas revisiones de documentos que se aplicaban en todo el transporte público.

Lo que vino días después del ataque terrorista fue una vigilancia extrema a todos y en todo lugar. Bibliotecas, salas de internet, escuelas, centros comerciales, estaban llenos de policías que observaban cada movimiento de la gente. Ser extranjero en un país en guerra es una de las peores experiencias que se pueden vivir.

 

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