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¿Rescatar a Pemex... o mejor rescatar al país?

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Convertir parte de la deuda en pasivo del Estado es técnicamente factible, pero implica dilemas legales, riesgos financieros y consecuencias crediticias que requieren un análisis riguroso

La situación financiera de Pemex ha llegado a un punto crítico.

Para 2026 enfrenta vencimientos de deuda superiores a los 18 mil 700 millones de dólares, lo que equivale a pagar 51 millones de dólares diarios solo en amortizaciones de capital.

Ante este panorama, ha circulado la versión de que el gobierno federal analiza absorber entre 30 mil y 40 mil millones de dólares de la deuda de la petrolera —alrededor del 40 por ciento de sus pasivos financieros— y convertirlos en deuda soberana.

La idea de absorber la totalidad de la deuda de Pemex, que también corrió en pasillos y fue publicada, es, sin rodeos, una pura ocurrencia.

Y, sin embargo, algunos —incluso personas bien informadas— llegaron a tomarla en serio.

Convertir parte de la deuda en pasivo del Estado es técnicamente factible, pero implica dilemas legales, riesgos financieros y consecuencias crediticias que requieren un análisis riguroso.

La deuda soberana de México se financia hoy a tasas de entre 5 por ciento y 5.5 por ciento anual, frente al 11 por ciento que paga Pemex en los mercados.

Si el gobierno asumiera 30 mil millones de dólares de la deuda de Pemex, el ahorro anual sería de al menos mil 650 millones de dólares. Actualmente, Pemex destina 675 millones de pesos diarios al servicio de su deuda. Liberar esos recursos permitiría invertir en producción o saldar cuentas con proveedores.

La transferencia de deuda al balance del gobierno otorgaría liquidez inmediata a una empresa cuya producción petrolera ha caído a niveles no vistos en 15 años.

Suena bien, pero no todo son ventajas.

La legislación vigente no permite absorber deuda de empresas estatales como si fuera deuda pública. Hacerlo requeriría reformas legales que deben pasar por el Congreso, que harían ruido, incluso con mayoría de Morena.

El gobierno tendría que recomprar bonos de Pemex en el mercado secundario, lo cual exige liquidez inmediata y acuerdos con los tenedores de deuda, un proceso técnicamente complejo.

La idea de un “Pemexproa” ha sido útil como eslogan mediático, pero revela una gran ignorancia sobre las restricciones jurídicas que regulan los pasivos de la empresa.

La deuda pública de México equivale al 51.5 por ciento del PIB, según datos oficiales. Asumir 40 mil millones de dólares más elevaría ese ratio a cerca del 53.5 por ciento.

Aunque algunos sostienen que esta operación no elevaría el endeudamiento neto del sector público de manera significativa, agencias como Moody’s podrían castigar a México con una baja en su calificación si perciben un debilitamiento de la disciplina fiscal.

Es precisamente por eso que, como ayer señaló la presidenta Sheinbaum, ese esquema no está sobre la mesa.

Una alternativa sería que el gobierno ejecute recompras parciales de deuda de Pemex a lo largo de seis años o más, conforme a los vencimientos programados.

Esto suavizaría el impacto fiscal y reduciría el riesgo de una rebaja crediticia abrupta.

Sin embargo, todo intento de rescate debe estar atado a una reestructuración profunda de Pemex: eliminar proyectos no estratégicos, imponer auditorías y mejorar su gobernanza.

Eso es casi ir de frente contra la visión que AMLO heredó para la empresa.

Desde 2018, el gobierno de López Obrador convirtió a Pemex en una empresa intocable, a pesar de sus pérdidas monumentales.

La petrolera pasó de ser emblema nacional a lastre financiero.

La presidenta Sheinbaum, con formación científica y una visión distinta sobre la energía fósil, tiene la oportunidad de romper con esa herencia maldita. Si lo logra, Pemex podría convertirse en un actor clave en la transición energética, no en un barril sin fondo.

Porque con el modelo actual, Pemex no tiene remedio, y su lastre puede arrastrar a las finanzas públicas del país.

Existen al menos 10 caminos viables para evitar una crisis mayor.

Pero todos ellos requieren un primer paso: superar el culto al petróleo que construyó López Obrador, un político forjado en torno al mito del hidrocarburo.

Hoy, el país está en manos de una presidenta que es física y doctora en ingeniería energética. Las opciones están sobre la mesa. Hay el conocimiento. Falta saber si tendremos el valor —y la claridad— para tomarlas.

Ojalá que sí.

 
 

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Columna Coordenadas de Enrique Quintana en El Financiero

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