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Ganadería intensiva: la bomba silenciosa del sistema alimentario

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Su impacto alcanza el ambiente, la salud pública, la biodiversidad, la alimentación y los derechos de los animales

México.- En las últimas décadas, el sistema alimentario global ha experimentado una transformación radical impulsada por la creciente demanda de carne, leche y huevos. En este contexto, la ganadería intensiva se ha consolidado como el modelo predominante de producción animal. Aunque presenta ventajas en términos de eficiencia y volumen, este tipo de producción ha generado fuertes críticas por sus efectos colaterales en el medioambiente, la salud pública, el bienestar animal y las economías rurales.

Una mirada desde la UNAM

Durante la conferencia “Crímenes contra el planeta: la ganadería intensiva y el desafío de la alimentación sostenible”, la investigadora Nancy Harlet Esquivel Marín, del Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias (CRIM) de la UNAM, analizó cómo opera la ganadería intensiva, su impacto en diferentes escalas y las alternativas que se perfilan frente a un modelo cada vez más cuestionado.

Consumo animal en aumento

La experta explicó que la humanidad ha experimentado un aumento exponencial en el consumo de animales. En 1960, cada persona consumía un promedio de 2.5 animales al año; hoy, esa cifra supera los 7 animales per cápita y sigue creciendo, especialmente en Estados Unidos, Australia y Argentina, donde el consumo anual per cápita puede alcanzar los 100 kilogramos de productos animales. En América Latina también se observa una creciente demanda de carne, leche, huevos y otros derivados.

Esta dependencia de la proteína animal impacta directamente en el bienestar de los animales —pollos, vacas, cerdos— y en los sistemas agroalimentarios.

Hambre oculta y desplazamiento de cultivos

La ganadería intensiva prioriza la cantidad sobre la calidad. Grandes extensiones de tierra y recursos se destinan al cultivo de alimentos para animales —como maíz y soya—, en lugar de producir alimentos diversos y ricos en nutrientes para el consumo humano.

Este desequilibrio contribuye a la llamada “hambre oculta”: personas que ingieren suficientes calorías, pero carecen de vitaminas y minerales esenciales.

Como resultado, se reduce la disponibilidad de frutas, verduras y legumbres, especialmente en regiones con acceso limitado. Además, encarece el uso de tierras fértiles y recursos hídricos, afectando el acceso económico y físico a alimentos saludables para las poblaciones más vulnerables.

Explotación animal y lógica del capital

“El sistema capitalista ha convertido la vida en mercancía, y la ganadería intensiva es uno de sus ejemplos más extremos”, sostuvo Esquivel Marín. En este modelo, los animales son tratados como unidades productivas, criadas y reemplazadas en un ciclo que prioriza la eficiencia del mercado.

La ganadería intensiva, dijo, comenzó hace 11 mil años como una relación de beneficio mutuo. Pero con el control humano sobre la reproducción y movilidad de los animales, se sentaron las bases de su cosificación. La naturaleza pasó de ser aliada a ser controlada y explotada.

Colonialismo y ruptura ecológica

En América, el colonialismo transformó las prácticas agrícolas tradicionales. Las formas europeas de ganadería desplazaron saberes ancestrales, alterando los ecosistemas mesoamericanos e instaurando una lógica extractiva en la que tierra, animales y humanos fueron convertidos en recursos.

Este sistema dio origen a lo que algunos autores denominan el “capitaloceno”: una era marcada por la explotación sistemática de la vida.

La Revolución Verde profundizó esta tendencia mediante tecnologías agrícolas, antibióticos y subsidios que permitieron criar animales a gran escala en espacios reducidos, consolidando las llamadas granjas de operación concentrada.

Costos ambientales del modelo

“Hoy este modelo tiene consecuencias devastadoras: una cuarta parte de la tierra se destina a la ganadería intensiva; más de 75 mil millones de animales son sacrificados al año, y ecosistemas enteros, como la Amazonía, son arrasados para alimentar esta demanda”, señaló.

Este sistema impulsa la deforestación, la degradación del suelo y el desplazamiento de flora y fauna, afectando al 59% de los mamíferos terrestres y reduciendo poblaciones de aves e insectos.

El caso de México: megagranjas porcinas

En México, desde 2021 han proliferado las megagranjas porcinas en Yucatán. Esta industria ha crecido un 50%, albergando entre 1.9 y 2.3 millones de cerdos que producen diariamente entre 9.5 y 13.8 millones de litros de desechos (mezcla de orina, heces, antibióticos y agua contaminada).

El 90% de los cenotes de la región presenta niveles elevados de nitratos y otros contaminantes. El suelo calcáreo permite que los residuos lleguen a los acuíferos en menos de 24 horas, poniendo en riesgo la salud de los ecosistemas y de las comunidades.

Impactos internacionales

En Brasil, consorcios ganaderos han invadido tierras indígenas, generando desplazamientos y violencia.

En España, movimientos sociales denuncian la falta de regulación en regiones como La Mancha, Aragón o Cataluña.

En China, el país con mayor producción de pollos y entre 600 y 700 millones de cerdos al año, se genera el mayor volumen de desechos animales del planeta. Además, consume el 50% de los antibióticos veterinarios del mundo y enfrenta una crisis de resistencia antimicrobiana.

El 60% de las bacterias en granjas porcinas chinas ya muestran resistencia a múltiples fármacos.

La Organización Mundial de la Salud ha advertido que esto puede generar “superbacterias” con capacidad de propagarse a escala global.

Un método para visibilizar los daños

Ante la falta de herramientas para clasificar los efectos negativos de la ganadería intensiva, Esquivel Marín propone un “colorímetro criminológico” que identifique, por color, los distintos tipos de daño:

Verde: daño ambiental (deforestación, pérdida de biodiversidad)

Azul: daño hídrico (contaminación y sobreuso)

Café: degradación del suelo y del aire

Amarillo: contaminación por pesticidas y herbicidas

Blanco: impactos farmacológicos (antibióticos y hormonas)

Gris: resistencia antimicrobiana

Naranja: impacto en comunidades y trabajadores

Morado: explotación reproductiva de hembras

Rojo: violencia directa hacia los animales

Negro: violencia estructural invisibilizada, acumulada en el tiempo (“violencia lenta”)

Propuestas para desacelerar el modelo

Además de visibilizar los daños, Esquivel Marín propone moderar el modelo intensivo desde cuatro frentes:

1.- Revolución agrotecnológica: carne cultivada, aprovechamiento de hongos, algas y cultivos como el amaranto.

2.- Revolución pedagógica: desmontar la idea de que la proteína animal es indispensable.

3.- Revolución jurídica: reconocer derechos legales a la naturaleza y los animales.

4.- Revolución fiscal: impuestos a productos animales, como ya ocurre en Dinamarca o Alemania, para financiar alternativas sostenibles.

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