México.- Desde los primeros escarceos con su propia inteligencia, los humanos debieron haber hecho sus primeros dibujos de la ubicación de lugares para compartirla con su semejantes y tener una memoria de ellos fuera de su propia memoria; una necesidad impuesta por la naturaleza de registrar sitios que los grupos consideraran importantes, lo mismo en la tierra que en el cielo nocturno.

Los habitantes de las Islas Marshall elaboraban mapas prehistóricos con conchas y entramados de palma indicando las curvaturas de las playas; los esquimales en Alaska hacían mapas de los ríos de las zonas que habitaban. Pero es Ptolomeo a quien se considera el pionero en el uso de sistemas de coordenadas y proyecciones para representar con la mayor precisión posible la superficie de la tierra.

Uno de los diversos retos para registrar sitios y rutas en los cada vez más extensos territorios explorados por las potencias imperiales era construir un sistema confiable de unidades de medida precisas y homologables, pues el sistema existente —el tamaño del pie, el brazo, los dedos pulgares o la distancia de los pasos al caminar de algún monarca— era cada vez más controvertido.

Unas preguntas que se antojan originarias serían de qué tamaño es la Tierra y qué forma tiene, considerando que a la vista parece plana. Eratóstenes se las respondió de una forma sencilla, creativa y bastante precisa, considerando que su mundo conocido se reducía al territorio conquistado por Alejandro Magno.

En el siglo 3 antes de nuestra era, Eratóstenes no se enredó en que, si la esfera es de revolución achatada, ese fue un lío geométrico en el que se metieron siglos después las potencias imperiales. Por cierto, geometría significa medida de la tierra.

Tener unidades de medición universales “para todas las personas en todos los tiempos” se consolidó con la Revolución Francesa (1799), “la era de la razón”, aunque el rey Luis XVI ya apoyaba esas ideas.  La unidad de longitud, el metro, se basó en las dimensiones de la Tierra y la unidad de peso, kilogramo, se basó en el peso del agua contenida en un litro o la milésima parte de un metro cúbico.

“El interés tiene pies”, dice el refrán. La necesidad de tener medidas geográficas precisas y confiables llevó a las potencias a colaborar entre sí para desplegar expediciones, especialistas, conocimientos interdisciplinarios acumulados y operaciones políticas que, además, resultan un rico arsenal para desarrollar narraciones épicas y de intriga.

La interpretación de la superficie de la Tierra no es sólo mapas, anticlinales y sinclinales, orografías e hidrografías; es también historia, hazañas, arte e interdisciplinariedad entre geometría, geometría analítica, álgebra, astronomía, cálculo diferencial e integral, topografía, similares y conexos, además de mucha curiosidad, imaginación y ganas de aventuras; como corsarios navegando hacia La isla del tesoro de Robert Louis Stevenson, o como Los hijos del Capitán Grant en la novela geográfica de Julio Verne, sólo que estas otras no son ficción y fantasía, son hechos de la investigación científica quizá más fantásticos que las novelas.

En síntesis, nombrar, medir, ubicar ríos, montañas, cordilleras, bahías, penínsulas, islas, archipiélagos, continentes, océanos, mares, estrechos, golfos, países no ha sido capricho de persona alguna, son hazañas de la humanidad misma, han sido consensos y acuerdos internacionales.

Actualmente existe el Grupo de Expertos de las Naciones Unidas en Nombres Geográficos (UNGEGN, siglas en inglés). Sus acuerdos se presentan en la Conferencia de Naciones Unidas sobre Normalización de Nombres Geográficos.

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