Entre los efectos colaterales del triunfo de MORENA está la pérdida de registro del PRD, que fue la mayor organización de izquierda del país durante un cuarto de siglo.
Es importante hacer un balance de sus aciertos y errores, para que las organizaciones presentes y futuras, afines a la izquierda mexicana, los tengamos presentes.
El PRD nace en 1989 como la suma de las organizaciones de izquierda y los movimientos ciudadanos que participaron activamente en las elecciones presidenciales de 1988, en torno al liderazgo político del Ing. Cuauhtémoc Cárdenas. Unos comicios que marcaron el principio del fin del PRI como partido hegemónico en México.
Rápidamente se consolidó como un partido que dio identidad nacional y un programa político a movimientos urbanos, obreros, campesinos, estudiantiles y culturales que postulaban el nacionalismo, la soberanía y la justicia social como banderas de lucha ciudadana.
Frente al gobierno de concertación que Carlos Salinas armó con el PRI y el PAN para poder gobernar y consolidar su proyecto económico neoliberal —el famoso PRIAN, que este año fue vencido y desplazado en las urnas—, el PRD supo resistir, oponerse y sobrevivir al salinismo (fue el sexenio en el que asesinaron a más de 600 militantes, por claros motivos políticos), impidiendo la consolidación de un régimen bipartidista en el país. Este fue uno de los logros más visibles bajo la conducción del Ing. Cárdenas.
Con Ernesto Zedillo en la Presidencia de México, y AMLO en la dirección del instituto político, el perredismo supo guardar un equilibrio entre un partido opositor duro y un movimiento que logró avanzar impulsando reformas electorales estratégicas y ganando elecciones estatales al PRI y al PAN. Dejó de ser un partido testimonial o marginal de izquierda, para convertirse en una opción competitiva y atractiva para millones de mexicanas y mexicanos en muchas regiones del país. Entre 1997 y 2000, además de triunfar en la Ciudad de México, tuvo una bancada importante en la Cámara de Diputados y obtuvo victorias en estados y municipios relevantes. Supo ganar elecciones y gobernar, a partir de programas sociales que lo distinguieron y diferenciaron claramente del PRI y del PAN.
Con Vicente Fox y Felipe Calderón, el PRD vivió los estragos del agotamiento político y el síndrome de Moisés o el predicador en el desierto: “¿negociamos para avanzar o bregamos una eternidad?” El fraude electoral de 2006 fue el detonador de esta encrucijada. Surgieron dos posturas estratégicas; por un lado, el gradualismo, y por otro, el radicalismo (entendido como mantener las raíces populares del partido). El primero implicaba negociar posturas, programas y políticas con el Gobierno, mientras que el segundo sostenía no perder la identidad popular, opositora y antisistema del movimiento.
Con Peña Nieto, el gradualismo devino en pactismo (con la firma del Pacto por México), lo que obligó al deslinde y separación del obradorismo y al surgimiento de MORENA. Los líderes históricos del PRD, como el Ing. Cárdenas y Muñoz Ledo, también se separaron y entonces el otrora partido eje de la izquierda quedó reducido a un partido de cuadros, pero no de masas.
La alianza con el PRI y el PAN fue la puntilla. Deslavado ideológicamente, el pez menor fue tragado por el cardumen mayor. Regresar al origen, retomar la senda, sumarse a la nueva izquierda que gobernará al país por varios años más es la opción que tienen las y los perredistas originarios y originales. Hay vida después de este trance, porque la pérdida de un registro no significa la muerte de una opción histórica.
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