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Luis Donaldo Colosio

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Si alguien tiene el derecho de reivindicar el nombre y la memoria de Luis Donaldo Colosio Murrieta es su hijo. Y, por eso, veladamente señalarlo de lucrar con el nombre de su padre, constituye una bajeza que coloca al emisor en los umbrales de la miseria moral

Muchos tuvimos la suerte de colaborar con Luis Donaldo Colosio Murrieta. Muchos, creíamos que era un líder al cual seguir, del cual aprender y, sobre todo, que tenía la altura y la capacidad para ser un gran presidente de la República. Su vocación y visión social así lo acreditaban. Una bala asesina truncó esa posibilidad.

Para muchas nuevas generaciones, la historia de Donaldo parece ya muy lejana. Pero constituye una de las heridas abiertas que la frágil democracia en que vivimos no termina de cerrar. Por eso es importante hablar de su legado y presencia en la realidad nacional de hoy; porque no debemos olvidar que, si algo puede dañar, en ocasiones irreparablemente a las instituciones democracias, es la violencia, y más aún, la violencia homicida.

Por eso nos sorprendieron a muchos, las recientes declaraciones del presidente del comité ejecutivo nacional del Partido Revolucionario Institucional, Alejandro Moreno, quien arremetió con críticas, francamente fuera de lugar y absurdas, en contra de Luis Donaldo Colosio Riojas.

Debo decir que, a Colosio Riojas, no lo he visto desde la muerte de su padre. Desde esa perspectiva, en sentido estricto, no lo conozco. Supe de él a través de su abuelo, y de algunas y algunos de sus familiares y otros amigos en común. Todas las referencias de que dispongo hablan de un joven dedicado, mesurado, inteligente; cualidades todas que nos recuerdan sin duda a su padre.

Hoy, Colosio Riojas tiene el enorme reto de bien gobernar y administrar al Municipio de Monterrey, uno de los más importantes demográfica y económicamente en el país. La complejidad de ese reto es mayúscula y sin duda exige de dedicación, compromiso y, sobre todo, lo que Colosio Murrieta nos decía, y a lo que nos convocaba a quienes trabajábamos con él: emoción social.

Lo absurdo de las declaraciones del presidente nacional del PRI, comienza con el insostenible reclamo a la militancia de Colosio Riojas. Que no milite en el PRI, argumentando que su padre fue presidente de ese instituto político, resulta tan irracional como cuando en 1987 se criticó al Ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas por “haber abandonado el partido que su padre había ayudado a fundar”. Como si, por el otro lado, el parentesco obligara a compartir ideología o visión de poder, y como si las hijas e hijos no tuviesen voluntad e inteligencia propia, y el derecho a ejercer sus derechos políticos en el lugar que les parezca más conveniente. Solo esto, permite evidenciar lo irracional, y el talante autoritario de quien hoy encabeza al PRI.

Una de las ideas centrales que estaban en el programa de gobierno de Colosio Murrieta era consolidar la reforma política del país; estaba convencido de que, sin democracia, México no podría derrotar a la pobreza; que sin auténtica democracia no lograríamos avanzar hacia un Estado de bienestar; que, sin democracia, la justicia social no podría llegar a la puerta de quienes en mayor medida enfrentaban el hambre y las carencias; las injusticias de todo tipo.

Lo anterior, aún ahora, exige de una cultura extendida de tolerancia a la pluralidad de visiones y voces; requiere de comprender que las libertades de creencia, pensamiento y expresión están en la base de una sociedad respetuosa de los derechos humanos y de bienestar generalizado.

Y esa es la segunda razón del absurdo planteado por Alejandro Moreno: porque en sus dichos trasmina una enorme intolerancia; y también, en ello releva la contradicción de su postura ante el Ejecutivo Federal, al que acusa de dividir al país y de promover una ideología única. En el fondo, lo que dijo respecto del alcalde de Monterrey, es porque igualmente es portador de un discurso patrimonialista e identitario y que es incapaz de valorar la riqueza de la pluralidad y la importancia de dialogar ante quienes no piensan como uno.

La crítica que hace a quien llaman “Alito”, a Colosio Riojas es absurda en tercer lugar, porque sin duda, si alguien tiene el derecho de reivindicar el nombre y la memoria de Luis Donaldo Colosio Murrieta es su hijo. Y, por eso, veladamente señalarlo de lucrar con el nombre de su padre, constituye una bajeza que coloca al emisor en los umbrales de la miseria moral.

Los hijos de Donaldo no decidieron el destino de sus padres; y tuvieron que enfrentar una dura y triste realidad. Y no sería equívoco asumir que hubieran preferido una vida al lado de sus padres, que enfrentar la adversidad y los retos de la vida sin ellos.

Los dichos del presidente del PRI, además de absurdos, son reveladores de lo lejos que hoy se encuentran él, y lo que queda de ese partido, de los ideales que Luis Donaldo, presidente de ese instituto político y candidato presidencial, defendía y proponía como guía para un nuevo gobierno. Porque de la manera en que planteó las cosas, esa sí que busca sacar raja política de la memoria de uno de los personajes más relevantes de la historia reciente de la política mexicana.

Los dichos del presidente del PRI revelan, por otro lado, por qué este partido se encuentra moralmente derrotado. Porque si para plantear temas de notoriedad nacional requiere recurrir a este tipo de despropósitos, el mensaje que envía al electorado es nada menos que la ratificación de la vacuidad y la frivolidad con que se toman decisiones y se plantean agendas.

Este evento, que de pronto pudiera parecer meramente anecdótico, en realidad constituye un poderoso llamado de atención en torno a lo que está pasando en el país; en torno al extravío de esta dirigencia partidista; y en torno a la importancia de los valores y los principios en el ejercicio de la política; la cual sigue siendo rebajada a su peor forma de expresión: la lucha vulgar por puestos políticos, prebendas y beneficios económicos.

Lo que hizo el presidente del PRI, además de constituir un agravio al hijo de un amigo asesinado, es una muestra inequívoca de la urgente renovación ética de la política nacional; de lo imprescindible de que sean las y los mejores, en el sentido ético y profesional, quienes tomen las riendas del destino de México. Porque, de otro modo, lo que seguirá prevaleciendo es la inaceptable realidad que hoy nos interpela y confronta.

Fotografía: voi

Columna de Mario Luis Fuentes / Aristegui Noticias

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