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Midiendo a Biden
El gobierno de Andrés Manuel López Obrador parece dispuesto a llevar su disgusto por el resultado de las elecciones presidenciales en Estados Unidos más allá de la toma de posesión de Joe Biden.
El lunes pasado, López Obrador recibió una de esas preguntas trampolín que abundan en sus conferencias mañaneras, en la que el interlocutor le pidió su opinión sobre el rechazo de una jueza británica a la petición de Estados Unidos de extraditar al activista de internet Julian Assange.
—Hace un año le cité tres cables de WikiLeaks donde se revelaban acciones sucias contra usted, cuando formaba parte de la oposición, y usted se pronunció a favor de un perdón para él (…) ¿Reitera su postura al respecto, Presidente?
—Estoy a favor de que se le indulte –respondió López Obrador. No sólo eso, voy a pedirle al secretario de Relaciones Exteriores que haga los trámites correspondientes para que se solicite al gobierno del Reino Unido la posibilidad de que el señor Assange quede en libertad y que México le ofrezca asilo político.
La declaración resultó sorprendente porque 1) no se había discutido públicamente dicha posibilidad, 2) fue el resultado, a bote pronto, de una pregunta lanzada en su conferencia, 3) seguramente causó escozor en Washington, donde republicanos y demócratas suelen coincidir en temas de seguridad nacional, y 4) representa una intervención en asuntos de otros países, cosa que López Obrador ha dicho reiteradamente que no debe hacerse.
El interés en la noticia duró pocas horas, pues, ayer, John Shipton, el padre de Assange, firmó una petición para que éste reciba asilo en Nueva Zelanda.
“Julian y su familia tienen conexiones con Nueva Zelanda y los neozelandeses”, dice la carta, divulgada por una televisora local. “Nueva Zelanda debe intervenir donde Australia y el Reino Unido han fallado. Julian necesita asilo en Nueva Zelanda y lo necesita ahora”.
Que se sepa, no existe una carta similar dirigida al gobierno mexicano, en la que Assange o su familia soliciten el asilo. De acuerdo con la práctica internacional, ése es el primer paso para otorgarlo.
Por ello, podría pensarse que el anuncio por parte de México cae en el terreno de las ocurrencias, que son ideas que no se han reflexionado mucho.
Sin embargo, dudo que se le haya escapado al presidente López Obrador la consecuencia que dicha decisión puede tener en el ámbito de las relaciones con Estados Unidos, a unas horas de que se oficialice el triunfo de Biden en las elecciones del 3 de noviembre –cosa que ocurrirá hoy– y a pocos días de su toma de posesión en Washington.
Si bien la jueza británica Vanessa Baraitser falló contra la extradición de Assange, lo hizo por razones de salud mental del acusado y no por desestimar las imputaciones contra el australiano: conspiración para hackear servidores de computadora y divulgar documentos clasificados, así como revelar la identidad de informantes que trabajaban para los servicios de inteligencia de Estados Unidos, poniendo en peligro sus vidas.
México se atravesó en el proceso sin haber sido convocado. Todo parece indicar que los 18 cargos contra Assange se mantendrán, por lo que, en el hipotético caso de que el Reino Unido aceptara entregar a México al acusado en calidad de asilado, nuestro país aún tendría que lidiar con el tratado de extradición que existe con Estados Unidos, que, como todos los tratados internacionales, tiene una jerarquía casi constitucional.
Con Donald Trump, el presidente López Obrador ha apostado en todo momento por evitar el conflicto. Con Joe Biden, parece estar dispuesto a crearlo. O, cuando menos, a medir al próximo mandatario estadunidense, a ver cómo responde. No olvidemos que el de México fue uno de los últimos gobiernos en felicitar a Biden por su triunfo electoral, algo que se justificó por el principio de no intervención, que ahora se olvida en el caso Assange.
Es impensable que el anuncio de López Obrador de ofrecer asilo a alguien que ha violado las leyes de seguridad nacional de Estados Unidos –más allá de las razones que haya tenido para hacerlo– no vaya a ser tomado con disgusto en Washington, especialmente con la señal que envió el presidente electo al proponer como próximo secretario de Estado a Antony Blinken, un hombre abiertamente intervencionista.
Columna de Pascal Beltrán del Río
Excélsior
Foto: Archivoe
cdch