Armando Díaz Arteaga fue el militante más leal al PRI, pero el partido nunca lo reconoció

Durante muchos años el nombre de Armando Díaz Arteaga significó lealtad, honradez y talento dentro del PRI poblano. Pero al mismo tiempo se convirtió en un ejemplo de la crisis que ha vivido este partido en las últimas décadas, pues siempre fue marginado de los cargos de dirigente o de puestos públicos importantes, como parte de un dominio de las facciones que han dirigido el tricolor y han convertido al partido en un patrimonio privado, excluyendo a los cuadros valiosos de esta fuerza política.

Armando Díaz Arteaga falleció a principios de esta semana como consecuencia de una enfermedad pulmonar. Nadie en el tricolor tuvo el mérito de hacerlo un reconocimiento mínimo, luego de haber sido un protagonista fundamental del PRI poblano de los últimos 50 años.

Algo que era admirable en él fue su honradez. Su vida era la de un abogado de clase media, que utilizaba su pensión del ISSSTE para sobrevivir y que, recientemente se había convertido en radiodifusor en Izúcar de Matamoros. Nunca fue de esos priistas que se enriquecieron a la sombra de cargos públicos. Siempre ponderó su libertad y la tranquilidad de caminar por las calles “sin deberle nada, a nadie”, solía decir.

Díaz Arteaga era originario de Cosamaloapan, Veracruz. Nació en la actividad del PRI al lado de tres figuras emblemáticas de ese partido de mediados del siglo XX: Fidel Herrera Beltrán, que fue gobernador de Veracruz; Dante Delgado Rannauro, expriista y ahora dueño del Partido Movimiento Ciudadano; José Murat Casab, exmandatario de Oaxaca.

Se sabía al derecho y al revés las intrigas, los conflictos, los secretos entre Fidel Herrera, Dante Delgado y Miguel Ángel Yunes Linares, tres hombres fundamentales del priismo veracruzano y nacional, que siempre rivalizaron desde las aulas universitarias.

Pero al veracruzano que más admiraba, del que más aprendió y con el que tuvo uno de sus trabajos iniciales en la Ciudad de México, fue de Jesús Reyes Heroles, cuando fue presidente nacional del PRI, entre los años de 1972 a 1975. Un hombre fundamental del nacionalismo revolucionario que fue la ideología del tricolor hasta antes de iniciar el periodo neoliberal con Carlos Salinas de Gortari.
 

La experiencia de laborar con Reyes Heroles lo llevó a Puebla, en donde se convirtió en el hombre de confianza y absoluta lealtad de Alfredo Toxqui Fernández de Lara, cuando éste fue gobernador del estado de Puebla entre 1975 y 1981, y años más tarde, cuando fue presidente municipal de San Pedro Cholula.

Díaz Arteaga fue el secretario privado de Toxqui y al mismo tiempo se convirtió en un cuadro importante en el priismo local, pero sobre todo se volvió en un ciudadano de Puebla, en donde cursó la carrera de leyes, en donde nacieron sus dos hijos y se desenvolvió como un personaje fundamental de la política en el estado.
 

Era leal al PRI. Por mucho tiempo defendió al partido. Pero al mismo tiempo era crítico de los dirigentes tricolor. No toleraba los excesos de los priistas.

Eso lo llevó a ser parte del Grupo Plural, una corriente de priistas que habían sido excluidos en el sexenio de Manuel Bartlett Díaz y crearon una agrupación crítica del tricolor y sobre todo, de sus dirigentes.

La mayor deslealtad que sufrió Armando Díaz Arteaga provino de Mario Marín Torres, cuando era presidente municipal de la capital.

Durante la campaña electoral de Marín, se desempeñó como el representante del PRI ante el órgano electoral de la capital, en una época en que había un PAN opositor, aguerrido y con cuadros jóvenes que combatían con ahínco a los experimentados operadores políticos del tricolor.

Entregó buenas cuentas. Contuvo la combatividad del PAN en las mesas de trabajo de la autoridad electoral. Cuando Marín integró su gobierno, simplemente se olvidó de Armando Díaz Arteaga. No le dio ningún cargo, pese a una larga amistad y colaboración de muchos años.

Narraba que Marín era voluble y se había rodeado de políticos lisonjeros. Alguien contó una patraña contra Díaz Arteaga y eso fue suficiente para que el entonces alcalde de la capital lo excluyera de todos los espacios públicos posibles, un castigo que se extendió hasta el periodo en que fue gobernador del estado.

Varias veces quiso ser candidato a regidor, a diputado local y en 2018, a presidente estatal del PRI.

Nunca lo logró, porque como él mismo lo definía, el PRI “dejó de cuidar a su gente”.