Liturgia política

Fue como una misa laica la del viernes 13, celebrada en el recinto en el que hace exactamente un mes era confirmada la muerte de Miguel Barbosa Huerta, el jefe político que alimentó leyendas y contuvo a la reacción que hasta antes de su llegada al cargo de gobernador el 1 de agosto de 2019, se había despachado con la cuchara grande para satisfacer un insaciable apetito de poder y dinero del erario.

Fue en ese extenso salón de Casa Puebla, en el que el martes 13 de diciembre los medios fueron informados del deceso de Barbosa, en medio de un ambiente de funerales premeditados a los que no era ajena la totalidad del gabinete, listo para degustar de un menú compartido por dueños, directivos y columnistas de medios de comunicación, con quienes se vería las caras con el pretexto del cierre de año.

El acto coincidía con las misas dispuestas en Nuestra Señora del Camino a las 9:00 de la mañana; a las 19:00 en Nuestra Señora de la Misericordia, a las 19:00 horas, y a esa misma hora, en la Iglesia del Carmen en Tehuacán, la ciudad que vio crece al político que todos en el viernes previo, lo tenía aún reciente en el memoria.

A la cabeza de ese rito laico un cardenal diferente al que caracteriza la ortodoxia católica: sin capelo, anillo o el purpurado que los distingue como enviados del Sumo Pontífice. Más bien, un terrenal Secretario de Gobernación que sorteó con oficio los retos de convertirse en el rehén de líderes de grupos locales con fines de reposicionamiento rumbo a la interna de Morena y la elección de 2024.

Entre el sillerío dispuesto para escuchar a Adán Augusto y en los discursos pronunciados por el secretario de Gobernación en Puebla, Julio Huerta; el gobernador Sergio Salomón Céspedes; y por el propio titular de la oficina de Bucareli, nadie estaba ajeno a la fecha en el calendario.

Entre las primeras filas, por ejemplo, el pro panista Gilberto Marín Quintero, o los presidentes municipales de partidos políticos que en breve constituirán la alianza opositora a la franquicia electoral dominante, en la víspera del proceso electoral que igualmente estaba en el imaginario.

Reconocieron el legado político de Barbosa, el hombre que aún en los últimos momentos del esfuerzo físico mantuvo el control financiero y político. Nadie lo regateó, acaso las referencias a los desencuentros que en el pasado mantuvieron López Hernández y el finado.

Con tibieza, recordó uno de los más recientes, cuando el funcionario federal afirmó que si el pueblo se “amacha”, Ignacio Mier será candidato de Morena en 2024. Unaafirmación que Barbosa frenó de tajo y que el propio secretario de Gobernación recordó con claridad: “en Puebla quien manda es el gobernador”, recordó que se le dijo al paisano del presidente Andrés Manuel López Obrador.

Debió ser así porque a la distancia de ese recinto, sin acceso al encuentro con diversos sectores de la sociedad poblana, un coordinador de los diputados federales esperaba un momento que no sucedió: su destape como “corcholata”; en cambio, una imagen que alimenta aún el mundillo de la política: Adán Augusto levantando la mano de Alejandro Armenta, el otro aspirante. Nada para nadie, pues.