La caducidad del poder

Apenas el Consejo Universitario validó la elección de la doctora Lilia Cedillo como rectora de la BUAP, 2021, Alfonso Esparza Ortiz recibió el pitazo para irse de Puebla.

Se desconoce el origen, aunque en círculos universitarios ubican su epicentro en la propia Fiscalía.

Le avisaron de una orden de aprehensión en su contra –seguro con moche de por medio- para salir del país. Ya no se le volvió a ver.

El caso de Esparza Ortiz es el vivo ejemplo de muchos que creen que el poder es eterno, cuando en realidad tiene fecha de caducidad.

Así como los ciudadanos trascienden sexenios y trienios, los universitarios se quedan, los rectores se van.

El tema de Esparza no sólo tiene que ver con el manejo irregular de los fondos y operación de empresas fantasmas, ya en investigación por parte de la Auditoría Superior del Estado, sino del ejercicio del rectorado.

En la era morenogalista, que le tocó a plenitud, el entonces rector utilizaba a académicos -nivel II del Sistema Nacional de Investigadores de la BUAP- como jornaleros para cuidar los árboles frutales y de aguacates en su rancho de Atlixco.

Palas, machetes, tijeras de podar, serrotes, ácidos húmicos, lombrices de tierra, mochilas de aspersión y trampas para tuzas tenían que llevar para obtener canonjías en la institución.

Desde el 2012 ya como secretario general en el periodo de Enrique Agüera los académicos tenían que realizar faenas ajenas a su responsabilidad de investigadores acreditados de la universidad.

Como rector, Esparza mantuvo ese modelo de apoyo a la academia.

Los académicos que protestaban o se negaban a cuidar los aguacates de Alfonso Esparza eran víctimas del acoso laboral.

Les cancelaban bonos y aguinaldo, así como los apoyos del Conacyt. Si acudían a la entonces Junta Local de Conciliación y Arbitraje, entonces entraba la mano morenovallista para apoyarlo.

Años después, Esparza anda a salto de mata.