Alito, Casique y Camarillo llevaron al PRI a su nivel más bajo

El llamado Grupo Oaxaca está dispuesto a no dejar el control del PRI y quiere cerrar el ciclo más catastrófico de esta fuerza política. No importa que ya perdieron todas las elecciones importantes de los dos últimos años, que el tricolor no gana una gubernatura desde 2017, que se ha ido el grueso de su voto duro, que sus dirigentes carecen de liderazgo y están envueltos en graves escándalos de corrupción. Tampoco le acongoja que el priismo está es su nivel más bajo y que raya en el peligro de desaparecer.

Curiosamente hay un paralelismo de lo que ocurre en las cabezas del grupo Oaxaca para los casos del CEN tricolor y del estado de Puebla. Enfrentan las mismas crisis y tienen las mismas actitudes testarudas de no querer soltar las riendas de un partido político que le urge un salvamento.

El grupo Oaxaca surge en torno a la figura de José Murat Casab, el exgobernador de la entidad oaxaqueña y un personaje de la vieja guardia priista que fue muy cercano al expresidente Enrique Peña Nieto y el entonces secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong.

Por influencia de Murat, en mayo de 2018, se nombró a Javier Casique Zárate presidente estatal del PRI poblano. Como parte de una alianza que había entre el exgobernador panista Rafael Moreno Valle Rosas y Enrique Peña Nieto, que llevó a nombrar a un dirigente tricolor local que fuera controlado por el morenovallismo.
 

Originario de Ixtepec, Oaxaca, pero con ciudadanía poblana y una fuerte relación con Murat, el entonces presidente del PRI poblano operó la campaña electoral de 2018 a favor del PAN, que incluyó designar a Enrique Doger Gurrero como un candidato a la gubernatura, pues este último era un personaje afín a los intereses morenovallistas y encomendado a buscar frenar el avance de Morena, empresa en la que fracasó.

Luego de la derrota estrepitosa de 2018, que mandó al PRI a convertirse en la tercera fuerza política del país, Murad se quedó con todo el control de este instituto político.

Eso le permitió nombrar a su ahijado político, el entonces gobernador de Campeche, Alejandro Moreno Cárdenas, mejor conocido como Alito, como nuevo presidente del PRI, cargo al que llegó el 14 de agosto de 2019.

De manera paralela, Murat le ordena a Alito nombrar a Javier Casique como secretario de Acción Electoral del Comité Ejecutivo Nacional del PRI y hacerse cargo de la estrategia para enfrentar la elección de 2021.

Mientras tanto, Casique y Enrique Doger operaron que el 9 de julio de 2020 fuera nombrado Néstor Camarillo Medina como presidente del Comité Directivo Estatal del PRI en Puebla, sin importar que el nuevo dirigente carecía de experiencia en el manejo del partido y llegaba con un pasado oscuro como presidente municipal de Quecholac, el municipio que es epicentro del llamado huachicol y en particular de la organización criminal que comanda Antonio Valente Martínez Fuentes, alias el Toñín.

2021 fue la primera llamada de alerta: el PRI perdió todo, a nivel de diputados federales apenas pudo obtener 70 curules frente a las 198 de Morena y 114 del PAN. Lo más vergonzoso, que el PVEM y el PT juntos, tuvieron más legisladores del tricolor.

Y por si fuera poco, el PRI fue derrotado, borrado, en las elecciones de gobernador de Tlaxcala, Chihuahua, Colima, Guerrero, Michoacán, Nayarit, Querétaro, San Luis Potosí, Sinaloa y Zacatecas. Solo en Nuevo León el tricolor dio la batalla. El revés más vergonzoso fue Campeche, la tierra de Alito, en donde el Partido Revolucionario Institucional quedó en tercer lugar.

Moreno Cárdena mandó a correr a Javier Casique, dejando la dirigencia nacional priista y lo relegaron a un cargo menor en Campeche.

En Puebla pasó lo mismo: el PRI fue borrado de la zona metropolitana de Puebla, de la Mixteca y en general de todas las plazas importantes. Ganó en Xicotepec de Juárez, Zacatlán y Chignahuapan por obra y gracia de los caciques locales, no por la intervención del partido.

En respuesta, Néstor Camarillo dejó sin el pago correspondiente a la estructura electoral del PRI.

Hace unas semanas, se prendió la segunda alerta grave: el PRI perdió las elecciones en seis estados, pese a que en Aguascalientes y Durango iba en alianza con el PAN, pero los triunfos opositores en esas plazas en realidad son albiazules. En Quintana Roo, Tamaulipas, Oaxaca e Hidalgo, el tricolor fue vapuleado. Pierde en estos últimos cuatro casos en una proporción de dos a una o de tres a una frente a Morena.

Esta semana Moreno Cárdenas ignoró a los expresidentes nacionales del PRI que exigieron una renovación del partido. Entre ellos estaban Manlio Fabio Beltrones, Humberto Roque Villanueva, Roberto Madrazo Pintado, Beatriz Paredes Rangel, Dulce María Sauri Riancho y Claudia Ruiz Massieu Salinas, es decir lo más granado del tricolor.

En 2020, figuras de muchos pesos en el PRI poblano se fueron del partido, como Germán Sierra Sánchez, Adela Cerezo, Armando Díaz Arteaga, Juan Manuel Vega Rayet, entre otros, porque Néstor Camarillo ignoró el llamado al dialogo.

Ahora Alito enfrenta graves escándalos que lo colocarían en la posibilidad de enfrentar procesos legales por extorsión, enriquecimiento inexplicable y desvíos de fondos.

Javier Cacique Zárate ya apareció mencionado en uno de los audio escándalos de Alito, dados a conocer por la gobernadora de Campeche, Layda Sansores San Román, presuntamente en el tráfico de venta de medicamentos a algunos gobernadores.

Y Néstor Camarillo no ha podido que le aprueben sus cuentas públicas como ex edil de Quecholac.

No cabe duda de que los integrantes del Grupo Oaxaca llegaron a provocar “la tormenta perfecta” en el PRI y aspiran a ser los que entierren al partido.