La noche del 25 de febrero de este año, Francisco Romero Serrano, auditor separado del cargo, cabalgaba en el potro del alcohol, en su casa del fraccionamiento La Vista.
Su condición fue tan lamentable, una vez que ministeriales procedieron a su detención. Tuvieron que llevarlo al hospital, debido a que enfrentaba un cuadro de “coma etílico”.
Origen es destino. Este personaje que como bien contó el columnista Valentín Varillas, un día quiso ser Rey, se ha quedado solo.
Ya mejorado de su salud, fue traslado al penal para procesarlo, entre otras cosas, por enriquecimiento ilícito, lavado de dinero y, claro, las agresiones familiares.
Tomó un camino sin retorno. No volverá a la Auditoría Superior del Estado, pues además del desdoro que enfrenta para seguir en el cargo, se empiezan a sumar denuncias de cobro de moches a exalcaldes en las revisiones de las cuentas públicas.
Está claro que para tener la lengua larga hay que contar con una cola corta, pero la de Romero Serrano le da dos vueltas al Periférico de Puebla.
Su caso hay que enmarcarlo sobre lo que no debe hacer ningún funcionario público. Que los cargos son temporales.
Nadie es eterno en la función pública.
El próximo auditor sin duda deberá de verse en el espejo de Romero Serrano, pues de nada sirve la confianza de origen con la que llegó si la pierde en el ejercicio de sus funciones.
Lo que se vivió en Puebla con él, eso sí, sirvió para modificar la legislación con miras a crear la sala especializada que se encargará, por encima de la Auditoría Superior del Estado, a revisar y -en su caso- sancionar a funcionarios de los niveles estatal y municipal, así como a particulares y empresas.
Por lo pronto, Romero Serrano vive el infierno que él mismo se buscó y quiso estar. Nadie lo puede remediar.