El sábado se hizo viral en redes sociales un video en el que se observa a un supuesto trabajador del Poder Judicial interceptar a la presidenta electa, Claudia Sheinbaum, al salir de un elevador en un hotel de Tepic, Nayarit, para expresarle su rechazo a la reforma recién aprobada y solicitarle que reciba un documento a nombre de sus compañeros.
La grabación fue ampliamente difundida y comentada por los usuarios de esas redes, pero no por la aparición del intrépido ciudadano que burló la seguridad oficial para tratar de hablar con la mandataria todavía electa, sino por el gesto del presidente Andrés Manuel López Obrador, quien impidió el diálogo del quejoso con su sucesora.
Cuando Sheinbaum se disponía a escuchar al presunto integrante del Poder Judicial, después de que éste insistiera en hablarle, de manera atropellada, desde el interior del elevador, el casi ex presidente mexicano agarró a la mandataria del antebrazo derecho y la jaló hacia él para llevársela de ahí, cortando así toda posibilidad de éxito para los objetivos del trabajador inconforme, quien ya no pudo vulnerar por segunda vez la seguridad presidencial.
El acontecimiento, en apariencia irrelevante, no más que anecdótico, sirvió, sin embargo, para exaltar los ánimos de ese sector crítico de López Obrador que advierte del deseo y las intenciones del político tabasqueño por permanecer al mando del país, incluso desde las sombras, y la eventual posibilidad de que Sheinbaum se lo permita.
Ese breve hecho, ocurrido en Tepic, sirvió de “prueba” para los observadores más radicales, al mismo tiempo que pesimistas: “él manda y ella obedece”.
La aseveración no es casual.
Hay antecedentes y argumentos de sobra para prever que López Obrador no se retirará de la vida política como asegura, y que intentará dirigir las decisiones relevantes del gobierno, de la misma forma que lo hizo hasta ahora, aunque con el natural cambio de formas al que lo obligará su condición de ex presidente.
No solo Luisa María Alcalde y Andrés Manuel López Beltrán, enviados a dirigir Morena, le servirán para ese propósito, sino también lo harán todos aquellos integrantes del nuevo gobierno que le heredó a su sucesora y los líderes de las cámaras, de diputados y senadores, que él mismo designó.
Antes de irse López Obrador armó una estructura de posiciones y poder que le dará la perversa oportunidad de cogobernar sin facultades constitucionales ni legales para hacerlo, al menos en un principio y mientras Sheinbaum quiera.
¿Qué hará la nueva presidenta frente a ese gigantesco animal político que no querrá autoexiliarse como ordenan las reglas no escritas del poder en nuestro país?
¿Él mandará y ella obedecerá?, como afirman los agoreros políticos.
Esperamos, pero sobre todo, deseamos, que no, por supuesto que no.
El Estado Mexicano sufrió abolladuras importantes y dolorosas en el gobierno que se va, por culpa del gobernante que se va, pero México todavía es una república.
Para que el país siga en esa ruta, Claudia Sheinbaum tiene que ser una presidenta fuerte y una presidenta libre, despojada de ataduras con relación a aquel que, debido a su autoalimentada superioridad moral, pretende perpetuarse en el poder hasta que las fuerzas (y el pueblo de México) le dejen.
@jorgerdzc
Columna publicada en El Sol de Puebla
clh