Si Marín le hubiera hecho caso a Bartlett no habría ido a parar a la cárcel

Para Mario Marín Torres el momento más decisivo de su carrera política y tal vez de su vida ha llegado esta semana en el Tercer Tribunal Colegiado de Cancún, en donde se decide si queda libre o preso como un vulgar delincuente. Todo eso le ocurrió por un acto de deslealtad y soberbia, pues si el político priista le hubiera echo caso a Manuel Bartlett Díaz es muy probable que no se hubiera acabado convirtiéndose en uno de los personajes públicos más deleznables de México.

La historia es la siguiente:

Corría el año 2003 y se acercaban los tiempos de la sucesión en Puebla, en una época en que el gobernador se elegía en el momento en que el PRI designaba a su candidato. La oposición estaba controlada por un sistema corporativo priista que tenía una maquinaría electoral que, en esa época, era invencible.
 

Había tres aspirantes fuertes a la nominación: Mario Marín Torres, que ya había sido edil de la capital y estaba en el primer lugar de las encuestas; Rafael Moreno Valle Rosas que fue “el delfín” del entonces gobernador Melquiades Morales Flores, pero de última hora el mandatario le perdió la confianza por su cercanía con la presidente nacional del SNTE, Elba Esther Gordillo Morales; y el ex senador Germán Sierra Sánchez, que gozaba de todos los afectos del titular del Poder Ejecutivo y lo quería dejar como su sucesor.

En esa época el exgobernador de Puebla, Manuel Bartlett Díaz, era todavía una importante figura del PRI nacional, que ejercía una posición crítica contra el desvío del tricolor hacia intereses neoliberales. Era un hombre que influía en las luchas de poder del tricolor.

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Un día de finales de 2003, en la Ciudad de México, Bartlett fue visitado por su exsecretario de Gobernación, Mario Marín Torres, a quien había también impulsado a la presidencia estatal del PRI y a la alcaldía de la capital. Marín le debía al exgobernador los mejores logros de su carrera política.

Marín acudió a Bartlett para expresarle que estaba desesperado, angustiado, porque el entonces mandatario de Puebla, Melquiades Morales Flores, le había mandado varios mensajes de que no le iba permitir ser el candidato del PRI, aunque estuviera en el primer lugar de todas las encuestas. Simplemente no le tenía afecto ni confianza.

Mario Marín le pidió ayuda a su exjefe para que interviniera ante el Comité Ejecutivo Nacional (CEN) del PRI para evitar el veto de Melquiades Morales.

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Narran fuentes bien enteradas que Bartlett, luego de escuchar con serenidad a su excolaborador, para sorpresa de Marín, le dijo que no tenía intención de ayudarlo, pese a la claridad de que él era el mejor prospecto para el PRI.

Marín, intrigado, le preguntó a qué se debía ese rechazo. Era una contradicción que le dijera que era el mejor, pero que no debía ser el aspirante del tricolor.

Bartlett fue contundente –dicen los que saben de esta historia— al indicarle que el problema no era su popularidad y capacidad de liderazgo priista, sino eran las personas que lo rodeaban, que eran personajes presuntamente coludidos con el crimen organizado y redes de corrupción. Marín le pidió nombres de esos personajes “oscuros”.

El exmandatario de inmediato dijo tres nombres: el jefe policiaco Adolfo Karam Beltrán, el ingeniero Javier García Ramírez y el contador Alejandro Fernández Soto. Los tres habían sido destacados funcionarios de la gestión marinista en el ayuntamiento de la capital.

Mario Marín, sonriente, seguro de sí mismo, le dijo a Bartlett que su información no era del toda correcta, pues aunque no los defendió, dijo que los tres estaban fuera de su equipo político y que si él se lo pedía, la garantizaba que nunca, por ningún motivo, los iba a incluir en cargos en el gobierno estatal en caso de ganara la titularidad del Poder Ejecutivo.

Enlistó: a Adolfo Karam Beltrán lo había invitado a ser parte de su agrupación política, destinada a ganar la candidatura priista, y lo había rechazado, ya que estaba haciendo carrera policiaca en la Ciudad de México.

Javier García Ramírez lo tenía “castigado”, pues aunque se acercaba a sus actos públicos no lo dejaba intervenir, por los problemas que le había provocado en el ayuntamiento de la capital.

Alejandro Fernández Soto ya estaba retirado de la vida política y se dedicaba “a sus negocios”.

Cuentan que Bartlett le puntualizó que tenía expedientes negativos de los tres y que si los incluía en una actividad de gobierno le iba a hacer mucho daño a la sociedad poblana.

Otra vez Marín insistió: se comprometía a dejar a Karam, García y Fernández fuera de toda participación en torno a sus proyectos políticos, a cambio de que lo ayudara a ser tomado en cuenta por el CEN priista.

Al final Bartlett intervino en la cúpula priista y Mario Marín se convirtió en el candidato del PRI, superando a sus rivales Rafael Moreno Valle Rosas y Germán Sierra Sánchez. Mientras que Melquiades Morales Flores quedó doblegado.

Meses más tarde, cuando Mario Marín ya era el nuevo gobernador de Puebla –en febrero de 2005— la soberbia, la arrogancia y la prepotencia se habían adueñado de su actuar político. Abiertamente le dio la espalda a quien lo había ayudado a llegar a la titularidad del Poder Ejecutivo de Puebla: a Manuel Bartlett Díaz.

Como si fuera un acto de provocación de Marín hacía Manuel Bartlett, nombró a Adolfo Karam director de la Policía Judicial; a Javier García Ramírez, secretario de Obras Públicas; a Alejandro Fernández, secretario ejecutivo del Consejo Estatal de Seguridad Pública.

Un mes antes, sin que se lo imaginara, Marín dio el paso definitivo para acabar con su carrera política que parecía tan prometedora y eso alimentaba el ego del político priista que creía poder alcanzar la candidatura presidencial del PRI en 2012.

Adolfo Karam era un personaje protegido por Antonio Chedraoui Tannous, que era –desde 1966— el arzobispo de la iglesia ortodoxa de Antioquía en toda América Latina, pero con sede en la Ciudad de México. Su poder radicaba en que era el hombre más influyente de la comunidad de empresarios y mafiosos libaneses.

Karam, en enero de 2005, llevó a Marín al cumpleaños 73 del arzobispo Chedraoui para presentárselo. Y el clérigo, aprovechó la oportunidad para pedirle al futuro gobernador de Puebla –le faltaba menos de un mes para serlo— un favor para su “amigo” empresario textil Kamel Nacif Borge, el llamado “rey de la mezclilla”. El político priista de inmediato aceptó, en mucho porque era un político de origen humilde que se dejaba apantallar por los hombres de alto poder económico.

Lo interesante es que Marín y Nacif ya se conocían y se odiaban.

Mario Marín siendo secretario de Gobernación, por órdenes de Manuel Bartlett cuando era gobernador de Puebla, se encargó de buscar a Kamel Nacif para exigirle que devolviera unos predios de la –hoy—zona de Angelópolis que se había apropiado indebidamente.

El empresario textil, famoso por ser un celebre apostador de Las Vegas, dicen los enterados, que reaccionó violentamente contra el entonces funcionario estatal. Al final lo obligaron a regresar los predios en cuestión cuando lo detuvieron por el supuesto delito de evasión fiscal.

En el cumpleaños del arzobispo –en enero de 2005–, frente al obispo Antonio Chedraoui Tannous y Adolfo Karam, el político priista de origen mixteco, se olvidó de los agravios de Kamel Nacif y se puso a la orden de los intereses de un sector oscuro de la comunidad de empresarios libaneses.

Once meses más tarde, llegó la hora de hacer el “favorcito” que le ofreció a Antonio Chedraoui Tannous. Marín –en diciembre de 2005— mandó a detener indebidamente a la periodista Lydia Cacho Ribeiro, como parte de una venganza contra esta valiente mujer que había desnudado las redes de prostitución infantil de un grupo de empresarios libaneses en Cancún, encabezados por Jean Succar Kuri. Era algo que agraviaba a Kamel Nacif.

Dos meses más tarde, La Jornada difundió las grabaciones en que se escucha el lenguaje soez y se exhibe la colusión entre Marín y Kamel Nacif para detener, torturar y hasta agredir físicamente a la periodista Lydia Cacho, de la que Mario Marín decía orgulloso que le “habían dado unos coscorrones”.

A partir de ese momento se convirtió en “el góber precioso, cochino y asqueroso”, como miles de personas corearon en una multitudinaria marcha en la capital que exigía su destitución. De ahí para adelante el político priista vivió escondido, lleno de miedos y entregado a los intereses de la derecha para que no lo metieran a la cárcel.

No le importó que sus “favores” a Kamel Nacif, Adolfo Karam y Chedraoui Tannous acabaran con el PRI poblano.