Lo hinchado parece grande, pero está enfermo
El impresionista francés Claude Monet pintaba el paisaje, no tal como era, sino como el lo interpretaba. Esta nueva forma de visión fue muy criticada por la prensa en 1874, cuando junto a Renoir, efectuó su primera exposición extracadémica. Estando así las cosas, un amigo le dijo en tono de burla: “Esta mañana contemplé el paisaje, y me parece que ya se empieza a parecer a tus cuadros”. Entonces Monet respondió: “¡Por supuesto!, la naturaleza no es tan tonta como parece y, aunque poco a poco, va aprendiendo de nosotros!”. Esta frase, pronunciada por el artista para defender su obra, refleja la forma de pensar de muchos, que hoy día, enfermos de orgullo, piensan que la realidad debe acomodarse a ellos; que no hay más verdad que la suya.
Hoy tendemos a dejarnos contagiar por la soberbia, que está de moda. Por eso la gente que no reconoce nada como definitivo y que deja y que deja como ultima media solo el propio yo y sus ganas, es modelo de inteligencia, porque parece tan libre, original y segura de si misma, que no se deja “influir” por ningún “prejuicio” moral, ni por las normas de educación. Los prepotentes, arbitrarios, exhibicionistas, abusivos, vulgares y arrogantes son centro de admiración y de aplauso, porque aparentan salirse siempre con la suya. Sin embargo, como decía san Agustín: “la soberbia no es grandeza, sino hinchazón; y lo que está hinchado parece grande, por eso no está sano.
Lo que está hinchado impresiona, porque parece lo que no es. Parece grande, cuando en realidad está enfermo. ¿Y cuál es la causa de este mal?, el egoísmo, que nos hace sentir que todo lo que somos y hacemos lo hemos logrado por nosotros mismos, sin la ayuda de Dios. Entonces, la infección comienza a extenderse de tal manera a nuestro corazón y a nuestra inteligencia, que nos vamos hinchando cada vez más, hasta mirar las cosas como en realidad no son, y proyectar una imagen artificial, creyéndonos, no sólo los mejores, sino los únicos. Y para calmar el dolor de la hinchazón, nos lanzamos en la búsqueda insaciable de sensaciones agradables y placenteras aquí y ahora, usando a la gente que nos rodea –la esposa, la novia, los papás, los amigos- como objetos de placer, de producción o de consumo.
Por tu bien, se humilde
Pero ¿en que termina todo?; en que por estar hinchados nos deformamos física, psicológica, moral y espiritualmente. Entonces sintiéndonos molestos con nosotros mismos, comenzamos a buscar la aceptación de los demás, para sentirnos menos mal. Así tomamos decisiones que, por ser las más comunes, parecen normales, útiles y prácticas. Sin embargo, esto solo nos enferma más, hasta hacernos perder la vida plena y eterna. Pero Dios, que nos ama, no se ha quedado lejos para impresionarnos, sino que se nos ha mostrado en su Hijo, para sanarnos hacernos felices. En Jesús el Padre nos ha liberado y enriquecido. Por eso, invitándonos a la verdadera salud, el Señor que es Modelo de perfección, nos dice: “Aprendan de mi, que soy manso y humilde de corazón”.
La humildad que nos propone no significa tener baja auto estima. No es ser tímidos ni miedosos. No es conformarse con poco, ni vivir sin grandes metas.
La humildad es “una especie de radiografía que te dice lo que tienes de Dios para agradecérselo, y lo que te falta para suplicárselo”, afirmaba Garrastégui. Ser humilde es ver la verdad y saber ubicarse. Es reconocer las maravillas que Dios, por puro amor, ha hecho en nosotros. Es corresponderle con nuestra confianza, haciendo caso a su Palabra, que nos enseña a proceder en todos nuestros asuntos con humildad. Con esa humildad que nos lleva a descubrir que lo importante es el amor. Un amor capaz de hacer el bien, especialmente a los más necesitados, sin esperar nada a cambio, “prefiriendo la riqueza del amor, al amor a la riqueza”, como decía Juan Pablo II.
“Para nada se necesita más fuerza que para ser humilde”, afirmaba Concepción Arenal. ¡Vale la pena el reto! No nos subestimemos. Dejemos a Jesús curarnos de la infección del egoísmo, para que ceda la inflamación de la soberbia. Así alcanzaremos la salud de la humildad, que hace posible la fe, como respuesta amorosa a Dios. “Esta fe… crea unidad y se realiza en la caridad”, comentaba el hoy Papa Benedicto XVI, quien citando a san Pablo, nos ha invitado a “hacer la verdad en la caridad, como fórmula fundamental de la existencia cristiana. En Cristo, coinciden verdad y caridad. En la medida en que nos acercamos a Cristo, también en nuestra vida, verdad y caridad se funden”.