Las reglas de la sucesión presidencial que están en marcha son reflejo claro del estado de ánimo de Andrés Manuel López Obrador.
Frenar la fuga de los inconformes con el resultado de la encuesta, amarrar la unidad mediante la Cuarta Transformación por encima de nombres y entender que todo cabe en el jarrito del próximo sexenio, sólo falta acomodarlos.
Serán más de dos meses de promoción sin estructuras, cargadas, espaldarazos y muy vigilados/as en sus recorridos por los estados del país.
Ningún gobernador/a, funcionarios federales, estatales ni municipales se moverán, salvo que renuncien a los cargos.
El problema para personajes como Claudia Sheinbaum y Adán Augusto López es que buena parte de las estructuras que se han construido vienen de la decisión de gobernadores y mandatarias por apoyarlos.
Es decir, la fuerza de los personajes que se han sumado a sus causas está en la estructura del poder y no por disponer de un liderazgo real, efectivo.
Los alcaldes, donde radica buena parte de la movilización, ahora tendrán que esperar con los brazos cruzados. No se pueden mover.
La incertidumbre se va a apoderar de todos. Nadie debe olvidar que AMLO se creyó demócrata y cerró recovecos en el PT y Verde Ecologista para evitar verse en espejo de Coahuila.
Todos los aspirantes se vigilarán mutuamente, porque saben el origen de los respaldos.
Sheimbaun tendrá que demostrar que en piso parejo también gana, que su promoción no está inflada en los gobiernos locales y como hija política de López Obrador convertirse en su opción para sucederlo.
Claro, con el garlito de sumar a los derrotados, quienes para llevarse su premio de consolidación tendrán que dejar a un lado el ego.
Se escribe fácil, pero es difícil ponerse en sus zapatos.