Es de naturaleza humana que personajes con aspiraciones de poder excluyan de sus análisis lo que ha significado para las y los poblanos este sexenio.
Cinco gobernadores (Martha Érika Alonso, Jesús Rodríguez Almeida, Guillermo Pacheco Pulido, Luis Miguel Barbosa y ahora Sergio Salomón Céspedes Peregrina) han ejercido la responsabilidad en menos de seis años.
Aún así la entidad se mantiene sin convulsiones sociales, políticas o económicas, incluso pese a la pandemia del coronavirus que paralizó no sólo a Puebla y el país, sino al mundo entero.
El Estado se ha recuperado paulatinamente de las tragedias personales de los mandatarios y los tiempos cortos que han tenido los otros para sostener la gobernabilidad.
Los espacios en política se ocupan, por lo que la llamada 4T mantuvo la ruta del proyecto que quiere Andrés Manuel López Obrador de atender a quienes menos tienen con estabilidad y paz.
Se dice fácil, pero al interior de quienes presumen abanderar los ideales de la Cuarta Transformación la realidad es otra.
Los aspirantes morenistas están en lo suyo, como en los mejores tiempos del PRI. Sólo importa lo que quiera, proyectar su imagen y ganar un espacio a cualquier costo.
López Obrador, en esta recta final de su sexenio, ha dejado en claro que lo importante es unir, no dividir; sumar, en lugar de restar; respaldar a sus gobiernos y no darles las espalda; y primero el proyecto, luego los apetitos legítimos de aspirar.
Pero hoy el peor adversario de Morena en el gobierno se encuentra en los morenistas que suman personajes que en el pasado fueron copartícipes de los excesos del poder: corrupción e impunidad.
Morenovallistas, marinistas y la suma de todos se han incorporado a equipos de aspirantes que sólo ven lo suyo, sin importarles Puebla. Los nombres circulan en medios.
Ahí están ellos en espectaculares y selfies en redes sociales para exhibir lo que la realidad no les da: apoyo popular.
Le apuestan a la memoria corta del poblano, pero su pasado los persigue.