¡Jesús resucitado es el mismo ayer, hoy y siempre!

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Nadie esperaba la Resurrección de Cristo; ni Pedro, ni Santiago, ni Juan, ni los demás Apóstoles. Tampoco la esperaban los sumos sacerdotes ni los fariseos. ¡Mucho menos Pilato y Herodes! Ni siquiera María Magdalena, que, como señala san Agustín, “amaba fervientemente al Señor”.

Sólo la Virgen Santísima tendría seguramente la certeza de que sucedería. Ella, que no se dejaba llevar por lo inmediato, sino que guardaba todas las cosas de Dios y las meditaba en su corazón. Por eso la Madre de Dios no aparece en los relatos de las apariciones del Resucitado, las cuales se dirigen a quienes todavía estaban a oscuras; a los de aquel tiempo, y a los de todos los tiempos. Porque Jesucristo sigue siendo el mismo “ayer, hoy y siempre”.

“Cristo es una figura histórica; en este sentido posee un ayer –comentaba el Cardenal Ratzinger–. Pero… resucitó, y por eso… nos encontramos con Él hoy. El increyente tampoco puede negar que Cristo es un hecho actual; no nos preguntaríamos por su pasado si no existiera este hoy… todo el mensaje de Jesús va dirigido a atraer a los hombres al Reino de Dios, y por tanto, a sobrepasar el marco del tiempo”. Por eso, Él, “que ha sido inmolado”, resucitando el primer día de la semana, renueva toda la creación, llevándola a “un salto de un orden completamente nuevo… La resurrección fue como un estallido de luz, una explosión del amor que desató el vínculo hasta entonces indisoluble del morir y devenir. Inauguró una nueva dimensión del ser (y) de la vida”, afirma el Papa Benedicto XVI.

No obstante, algunos siguen a oscuras, sin darse cuenta que Cristo ha resucitado, y que con Él ha “amanecido” para la humanidad una vida plena y eterna. Sin embargo, Jesús no abandona a nadie; se hace presente, victorioso de la muerte, para llevarnos al esplendor de su luz, representada en el Cirio encendido en la Vigilia Pascual.

Para reconocerlo hace falta tener un corazón abierto a la acción de Dios. María Magdalena lo tenía; por eso, aunque de momento no comprendió lo que había sucedido cuando vio removida la piedra que cerraba el sepulcro, más tarde pudo experimentar al Resucitado, quien llamándola por su nombre, la llenó de vida y alegría. En cambio, aquellos que tienen un corazón cerrado por prejuicios ideológicos y concepciones reduccionistas de ciencia, ven únicamente la superficie: sólo un sepulcro vacío.

 “Correr” donde Pedro para encontrar a Cristo

María Magdalena, la mujer que había sido transformada por Jesús, cuando vio la piedra removida y pensó que alguien se había llevado al Señor, no se aferró a esta idea, sino que acudió a Pedro y al discípulo al que el Maestro amaba, para contarles lo que creía: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo habrán puesto”. ¡Cuántos cristianos sienten lo mismo frente a ideologías que parecen haberse llevado al Señor!; ideologías que dicen de Él que era la reencarnación de un ser muy evolucionado, o un avatar de alguna divinidad oriental, o un extraterrestre; otras que afirman que no era Dios, sino sólo un pensador que se casó, tuvo hijos y luego murió; otras que enseñan que uno es el “Jesús de la fe” y otro el “Jesús histórico”, el real, un revolucionario anti-romano que inspira transformaciones políticas.

Pero ¿qué hacemos cuando todo esto nos deja confundidos? ¿“Corremos” como María Magdalena donde Pedro y los Apóstoles, es decir, a la orientación del Papa y de los Obispos? ¿O nos quedamos solos y llenos de dudas, intentando hallar respuestas en fuentes que ofrecen ideas prejuiciadas y datos superficiales, fragmentarios, y sin fundamento? Pedro, asistido por el Espíritu Santo –como dice el Libro de los Hechos de los Apóstoles–, con toda claridad, a Cornelio y a los de su casa, que con honestidad querían conocer la verdad, les anunció la Buena Noticia de Cristo, afirmando: “Nosotros somos testigos de cuanto Él hizo… testigos que Él, de antemano, había elegido”.

Escuchando a Pedro, es decir, al Magisterio de la Iglesia, podremos encontrar a Jesús resucitado, y comprender que, como afirma san Cirilo: “por la misericordia de Dios… fue salvado todo el mundo”. Esta salvación, esta vida nueva, que lleva en sí misma el germen de la inmortalidad feliz, se nos ha comunicado en el Bautismo y es alimentada en la Eucaristía. Sin embargo, para desarrollarse requiere de nuestra respuesta libre y responsable.

Por eso san Pablo nos exhorta: “Puesto que ustedes han resucitado con Cristo, busquen los bienes de arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios”. Así podremos exclamar con Jesús: “No moriré, continuaré viviendo para contar lo que el Señor ha hecho”. Entonces, con nuestro testimonio, diremos a los que nos rodean: ¡“Venid… el Señor aguarda… veréis los suyos la gloria de la Pascua"!