Julio César Chávez: el duelo de un padre

Son muy pocas las personas con influencia global que se han comprometido tanto con la rehabilitación de jóvenes que caen en las adicciones como Julio César Chávez, la leyenda del box que confirmó que en México ese deporte alcanza niveles insospechados, casi religiosos porque lo mismo gusta al menesteroso que al pudiente. Democracia construida con sangre, sudor y dignidad en el ring.

Fue una mañana del sábado 13 de abril del año pasado que lo encontré frente a un padre de familia con celular en mano, presa de la desesperación, pidiendo enviara un mensaje de aliento y motivación para su hijo, envuelto en el infierno de las drogas sintéticas. No dudó La Leyenda en grabar las palabras de consuelo para ese hombre afectado por el infortunio del hijo.

“Échale ganas mijo, ya me dijo tu jefe que tienes ese problema, pero no dudes, se puede salir de eso, nomás es cosa de que te animes. ¡Ándele!”, decía con en ese acento culichi que tiene la gente de Sinaloa.   

Conocí a ese personaje junto con un reducido grupo de amigos: La doctora Bety Abundis y los ingenieros Daniel Amador y René Juárez, practicantes tardíos, como el columnista, de ese deporte en uno de los clubes deportivos familiares más concurridos de la ciudad. Ahí había grabado es mensaje, sin falsas poses.

La tarde de viernes 12 había recibido una llamada de José Luis García Parra, el hombre de mayor confianza de Alejandro Armenta para solicitar recibiera a ese gladiador que había llegado a acumular 107 victorias en el ring, 87 de ellas por nocaut.

¿Quién habría dicho que no?

Eran tiempos de campaña y el campeón había tenido toda una jornada larga de acompañamiento con quien ahora es gobernador. “El campeón quiere entrenar, ayer tuvo mucho trabajo”, me dijo.

Y así fue como a media mañana del sábado llegó con ropa deportiva, medias en las pantorrillas para evitar trombos y zapatos tenis sencillos. Estuvo acompañado de Gaby Bonita Sánchez, la campeona poblana y nada mas, sin excentricidades. Asistidos por la gerencia del lugar ingresamos por un acceso para el personal y evitar aglomeraciones innecesarias. Chávez solo se quería ejercitar.

Ese grupo de practicantes del box entrenamos con un campeón que había llenado estadios Azteca en México; el Madison Square Garden, de Nueva York; o el MGM, de Las Vegas. Reímos con Chávez que se veía cómodo y pleno y por un momento se consiguió esa conexión y franqueza que solo conocen quienes entran cotidianamente a un gimnasio, sin mas pretensión que probarse así mismo. La magia se hizo.

Mantener en secreto la estancia de una leyenda mundial del deporte, comentarista deportivo y polémico personaje fue imposible. Familias enteras llegaron hasta el área de box del club deportivo, habitualmente vacía, para ver a Julio César Chávez. Firmó cientos de guantes que aparecieron por todos y hasta se dio chance de bromear con el personal del aseo.

A una mujer en bata de trabajo le dijo entre risas de la multitud: ¡me va a chingar tu marido!, porque la mujer entrada en años había ofrecido para su firma el uniforme de la empresa puesta, a la altura del pecho, pues carecía de papel para llevarse un autógrafo.

Retratar ese pasaje es indispensable porque a partir de la detención y extradición a México de Julio César Chávez junior, acusado de delitos graves por probables vínculos con el Cártel de Sinaloa -Los Chapitos- se ha atizado una campaña negra en contra de un padre que vive un duelo indescriptible, solo apenas bosquejado por quienes hemos procreado y crecido hijos.

Desde la ignorancia o por insensibilidad se ha retratado subjetivamente a ese personaje comprometido con las mejores causas en favor de los muchachos. Es evidente la injusticia en contra de un símbolo mundial del box que vive una de las más difícil batalla fuera del ring.

 

@FerMaldonadoMX

clh