Las lavanderas, mujeres ejemplo de supervivencia

En la lucha histórica de las mujeres por lograr un ingreso económico propio, las primeras lavanderas que surgieron casi a la par con la ciudad de Puebla Capital, merecen un lugar especial, pues desalojadas y despreciadas por afear el entorno urbano y contaminar el agua, se convirtieron  en ejemplo de las primeras luchas por la demanda de servicios para mejorar las condiciones del trabajo doméstico.

El oficio de lavandera, que ha sido poco investigado en los estudios de género, es la única opción para muchas mujeres que tienen que ganar dinero para dar comida y estudios a sus  hijos, afirmó la Doctora en Historia Ana María Dolores Huerta Jaramillo, profesora investigadora del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades “Alfonso Vélez Pliego” (ICSyH) de la BUAP, autora del libro Lavanderas en el Tiempo.

A finales del siglo XVI, en Puebla Capital, ser lavandera no era un oficio sencillo de ejercer, ya que tenían que buscar manantiales, ríos o lagunas fuera de la zona urbana, cargar  el bulto de ropa,  elaborar el jabón y  buscar una piedra donde tallarla.

El oficio de lavandera la ejercían indígenas, negras y mulatas, éstas dos últimas acostumbraban después de lavar la ropa y ponerla a asolear, bañarse y lavar su vestimenta, lo que provocó el escándalo de los vecinos que se quejaron por la  inmoralidad. El descontento de los propietarios de casas cercanas a los cuerpos de agua, causaron prohibiciones y desalojos.

La  Doctora Huerta Jaramillo revisó innumerables libros y actas de cabildo y señaló que en  1563 al no haber agua en las casas, se lavaban la ropa, trastos y otros objetos en las alcantarillas que eran colectores de agua corriente y pluvial de la ciudad y nuevamente empezaron las protestas.

Para los dueños de casonas no era un buen espectáculo tener lavanderas frente a su casa y menos si eran indígenas, negras o mulatas por lo que  aprovechaban sus influencias para desalojarlas, según una ordenanza pública mediante pregón que prohibía lavar frente a las casas del señor Diego de Cortés, so pena de recibir 50 azotes.

Al ser necesaria el agua para actividades domésticas, en la ciudad se fueron construyendo fuentes en diversos lugares. Asimismo, originó la construcción de los primeros lavaderos públicos en algunas tocinerías que tenían agua y fabricaban jabón, algunas casas y conventos como el Carmen y plazuelas, donde se cobraba.  

El Ayuntamiento también empezó a construir lavaderos; los más emblemáticos fueron los Almoloya, destinados para mujeres de clases medias y menesterosas a las que no se cobraba. Con los  años la demanda de espacios se incrementó provocando disputas entre las mujeres, sobre todo en la segunda mitad del siglo XIX, donde el gremio de las  “semaneras”, se adueñaron de éstos.

Esta disputa llegó hasta el Ayuntamiento que determinó darles tres cuartas partes de los más de 80 lavaderos existentes, con la condición de que permitieran a las mujeres que no pertenecían a su gremio que pudieran lavar su ropa. 

Los lavaderos de Almoloya fueron también motivo para que las mujeres empezaran a levantar la voz y para demandar mejores condiciones, las que plasmaron en  escritos  solicitando la limpieza del desagüe. Otra queja fue la venta de los predios cercanos, que les quitaron espacio para asolear su ropa. 

“Estas fueron las primera formas de participación política de  las mujeres en demanda de sus derechos, que no van a ser por el voto, sino por cuestiones que tienen ver con sus actividades cotidianas como el agua, lavaderos, basura y otros servicios, donde las mujeres comprendieron que si no encabezaban sus propias demandas, nadie hablaría por ellas”, afirmó la Investigadora.

Pero los lavaderos durante siglos se convirtieron en lugares de convivencia y aculturación para las mujeres y de socialización para los niños que acompañaban a sus madres, cuando éstas no tenían con quien dejarlos en su casa.

En estos lugares, muchas veces las  mujeres  dirimían sus diferencias y manifestaban sus coincidencias, de ahí la frase: “ahí en el lavadero”, que no pocas veces  fueron testigos de enojos y amistades, pero también eran el centro de información, de donde se publicitaba lo privado, como señala una frase muy utilizada: “lo oyó en el lavadero”, señaló la Doctora en Historia.

Los lavaderos se convirtieron en fuente de conocimiento y transmisión de información,  que se fue pasando de generación en generación. En estos lugares, entre plática y plática de actividades cotidianas y eventos extraordinarios que vivían, las lavanderas se intercambiaban fórmulas de cómo blanquear y desmanchar la ropa.

Y no todas las manchas son iguales, ropas de un carnicero, del mecánico y la grasa, el  escribiente que se ensucia de tinta, o  un pintor que la llena de cal y todos colores; además ropas de algodón, lino, lana, seda, para todo tenían fórmulas.

Cuando en el siglo XIX aparecen las tintorerías, se contrata a mujeres que son preparadas en la Escuela de Artes y Oficios donde aprenden la limpieza de los nuevos diseños de telas y aplicación de aguarrás o petróleo, para desmanchar.

Lavanderas en el Tiempo, es un libro que cuenta de la historia que se da en torno a este oficio de mujeres que en las últimas décadas con la llegada de las lavanderías ha incluido a los hombres. 

leticia_montagner@hotmail.com

 

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Leticia Montagner

Leticia Montagner es licenciada en Periodismo y tiene la maestría en Periodismo Político por la Escuela de Periodismo Carlos Septién García. Doctorada en Derecho y Género. Fue catedrática de la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla y de la Escuela de Periodismo Carlos Septién García. Es pionera en Puebla de noticiarios y programas radiofónicos con perspectiva de género desde 1997. Conductora de programas de radio y televisión en Puebla. Actualmente es catedrática de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, escribe una columna política los miércoles en El Sol de Puebla y conduce la Revista ABC en ABC Radio 1280 de AM.