Trump, COVID-19 y la democratización

La pandemia de COVID-19 ha demostrado que el curso de la historia es impredecible. A principios de 2020, cuando los primeros brotes empezaron a ser evidentes, poco se sabía sobre este nuevo coronavirus y mucho menos sobre los impactos que tendría en la vida diaria de los miles de millones de personas alrededor del mundo. Hoy, nueve meses después, el planeta aún se encuentra en la carrera para producir una vacuna efectiva que logre alejar el temor de futuros rebrotes y que reduzca la incertidumbre bajo la cual todos los países han tenido que vivir durante este tiempo.

En este sentido, la pandemia desnudó la fragilidad de las estructuras de los sistemas de salud pública alrededor del mundo, y además mostró que incluso las instituciones y los países que se percibían como inquebrantables pueden colapsar ante un riesgo de esa magnitud. El mejor ejemplo de tal situación la encontramos en los casos de mandatarios de potencias mundiales a quienes lamentablemente el virus ha alcanzado.

Desde su fundación, la estabilidad de los Estados Unidos de América, como la de la mayoría de los países, ha descansado en la institución presidencial. Para esta nación, el presidencialismo, desde la época de los padres fundadores, ha sido una guía hacia la construcción de lo que hoy es la nación más poderosa del mundo. Por esta razón, la noticia de la hospitalización del primer mandatario Donald Trump, tras resultar positivo en la prueba de COVID-19 al igual que la primera dama Melania Trump, nos recuerda la gravedad de la pandemia e invita a reflexionar sobre la fragilidad de lo que en algún momento se pensaba infranqueable, así como en las posibles implicaciones que puede generar una situación como ésta.

Aunque es un hecho que los efectos sobre la salud y la economía derivados de la contingencia sanitaria golpearon más duramente a las poblaciones vulnerables en todo el mundo, como el caso de las y los latinos en ciudades como Nueva York y Los Ángeles, el contagio del que posiblemente sea el mandatario más poderoso del mundo genera un efecto democratizador en la percepción pública, y nos hace conscientes de que más allá de las diferencias políticas, económicas, sociales y culturales existe una realidad común en la cual todas y todos coexistimos.

La situación es aún más sensible debido a la cercanía de las elecciones presidenciales en la Unión Americana, las cuales se llevarán a cabo el próximo 3 de noviembre. Cuando los números de contagios empezaron a crecer de manera exponencial en el mundo, una de las preguntas de corte político más frecuente era qué pasaría con los comicios, no sólo en el país norteamericano, sino en todo el mundo.

La democracia, tal y como la conocemos hoy en día, necesita de las elecciones para hacer valer la voluntad popular. Sin esta condición se vulnera el pacto que existe para legitimar un gobierno y, por lo tanto, para que la gobernanza permita canalizar las consignas de la sociedad a través de cauces institucionales. Por esa razón, cancelar o posponer las votaciones, incluso bajo la incertidumbre generada por la pandemia, constituye un riesgo mayor para la democracia representativa.

En el Reino Unido, uno de los países cuyo mandatario, Boris Johnson, fue hospitalizado al contagiarse del nuevo coronavirus, existe el precedente de cancelar las elecciones generales a causa de emergencias nacionales durante las dos guerras mundiales, cuando la estabilidad de la nación fue sostenida por el Parlamento, que fungió como ancla estabilizadora durante esos dos momentos históricos. La pandemia ocasionó algo similar, pues los comicios programados para realizarse en mayo de 2020 fueron pospuestos, para tener lugar en el mismo mes de 2021.

La lógica de postergar las elecciones se basa en el hecho de que su organización, en cualquier lugar, impediría respetar los protocolos de distanciamiento social y podría ser un detonante para el deterioro de la salud de las personas. Sin embargo, el escenario que actualmente se observa en los Estados Unidos es aún más complejo, pues al temor de generar un rebrote a causa de las elecciones se le suma la incertidumbre sobre cuáles pueden ser las implicaciones del contagio del presidente Trump, y por ello vale la pena analizar posibles escenarios.

En principio se tiene que señalar que, afortunadamente, según un video que el mismo presidente Trump difundió por su cuenta de Twitter antes de ingresar al Centro Médico Militar Walter Reed, tanto él como Melania se sentían bien, y Kayleigh McEnany, portavoz de la Casa Blanca, informó que esta medida fue tomada como precaución y por unos días, durante los cuales el mandatario podrá seguir trabajando desde las oficinas presidenciales del hospital, y sus actos de campaña se realizarán de manera virtual.

Aun así, y cuando es de esperarse que la pareja presidencial sólo enferme levemente, parece inminente que ante la cercanía de las elecciones la agenda del mandatario-candidato se verá invariablemente afectada, como ya lo están los mercados globales. Por ello es importante considerar que, en caso de que Donald Trump no pueda asumir sus funciones temporal o definitivamente, el vicepresidente Mike Pence lo sucedería, dando lugar a que quienes integran el Comité Nacional Republicano elijan un remplazo para contender en los comicios, durante la convención nacional o después de ésta.

Dado el caso poco probable y menos deseado de que el vicepresidente también quedara incapacitado para ejercer el cargo, la responsabilidad recaería sobre Nancy Pelosi, la presidenta demócrata de la Cámara de Representantes, lo que la convertiría en la primera mujer en dirigir a los Estados Unidos de América. Si ella tampoco se encontrara en condiciones, correspondería al líder republicano del Senado, Charles E. Grassley, asumir el cargo.

En cualquier caso, comprender que ciertas adversidades, como la propagación de este virus, no conocen fronteras ni clases sociales será una lección más de la pandemia de COVID-19, y nos permitirá generar una visión más incluyente de las políticas públicas en el ramo de la salud y la economía, así como entre la comunidad internacional, que funciona como un todo cuyas partes se encuentran estrechamente vinculadas.

La nueva normalidad en la política también deberá asumir estos aprendizajes. Las naciones sólo pueden prosperar en el ambiente internacional, donde el trato justo y equitativo sea parte de las estrategias de integración tanto en los hechos como en el discurso, dejando atrás cualquier tipo de acto que se pudiera calificar de injustificado, no razonable o discriminatorio. Converger en la resolución de conflictos comunes y enfocarse en las similitudes siempre nos llevará a establecer lazos de amistad que se traduzcan en cooperación y desarrollo.

No sobra expresar la solidaridad de México con nuestras naciones hermanas, en especial con la estadounidense, con la que compartimos tantos lazos, y sobre todo cuando este tipo de noticias generan incertidumbre sobre el futuro. A pesar de los infortunios, mantener su unidad nacional más allá de las diferencias ideológicas, será crucial para superar los retos de hoy y del mañana.

 

ricardomonreala@yahoo.com.mx

Twitter y Facebook: @RicardoMonrealA

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Ricardo Monreal

El doctor en Derecho, Ricardo Monreal Ávila, nació el 19 de septiembre de 1960 en Plateros, Zacatecas, en el seno de una familia de catorce hijos.

Estudió Derecho en la Universidad Autónoma de Zacatecas y luego cursó estudios de maestría y doctorado en Derecho Constitucional y Administrativo en la Universidad Nacional Autónoma de México.

En 1975 comienza su trayectoria política militando en las filas del Partido Revolucionario Institucional (PRI), allí ocupó varios cargos: fue coordinador nacional de la Defensa Jurídica del Voto en la Secretaría de elecciones de la dirigencia nacional; presidió el Comité Directivo Estatal de Zacatecas y, posteriormente, fue secretario de Acción Política de la Confederación Nacional Campesina. En éste periodo de militancia participó en el Congreso de la Unión, fue diputado federal dos veces (1988-1991 y 1997-1998) y llegó al puesto de senador (1991-1997).

En 1998, Monreal Ávila abandona al PRI para unirse a las filas del PRD y contender, ese mismo año, a la gobernación del estado de Zacatecas.

Fue diputado federal en tres periodos: de 1988 a 1991 y de 1997 a 1998 por el Partido Revolucionario Institucional (PRI), y entre 2012 y 2015 por Movimiento Ciudadano y por el Movimiento Regeneración Nacional (Morena).

Cumplió labores como senador en dos periodos, de 1991 a 1997 y de 2006 a 2012 por el Partido de la Revolución Democrática (PRD) y el  Partido del Trabajo (PT).

Ahora por tercera ocasión es Senador de la República y coordinador de la fracción parlamentaria de Morena.