Nuestro sueño: un mundo mejor. Pero hay que trabajar, unidos a Dios

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Ciertamente anhelamos un mundo en el que todos seamos felices. Queremos ser dichosos en nuestro matrimonio y en nuestra familia. Deseamos que nuestros hijos y nuestros padres se sientan satisfechos. Que la novia o el novio y los amigos vivan realizados. Que en nuestros ambientes de estudio y de trabajo nos ayudemos a ser mejores, y que a nadie falte bien estar y oportunidades para desarrollarse. En pocas palabras: queremos vivir en paz. Dios lo sabe por eso el restaura lo que parecía marchito y alegra nuestros corazones, enviándonos a su hijo único, en quien nos ha convertido en criaturas nuevas.

Jesús se ha entregado por nosotros para liberarnos del pecado y hacernos hijos de Dios, y nos invita a vivir plenamente esta grandeza, haciéndonos partícipes de la misión que el Padre le encomendó. Por eso nos envía, como a los 72 discípulos del Evangelio, a construir un mundo mejor, con el poder fascinante del amor. “La mies es mucha”, nos dice, haciéndonos conciencia de las grandes necesidades de la gente, para que roguemos al dueño de la mies envíe operarios a su campo. “El interés por el otro comienza en la oración”, afirmaba el gran Papa san Juan Pablo II ¡Imploremos y trabajemos, para que la palabra de vida plena y eterna del Señor habite en nosotros con toda su riqueza!. Confiemos en su poder, no en los limitados métodos de este mundo. Es lo que nos pide Jesús al decirnos: “No lleven ni dinero, ni morral, ni sandalias”.

Así ha sabido hacerlo Juliana Canepa, ganadora del premio “Familia Nova” por su gran labor altruista. Juliana es una joven ciega y paralítica que, tras graduarse en psicología, se ha dedicado a dar terapias gratuitamente a quienes lo necesiten. ¡Si!, con Dios somos capaces de cosas más grandes de las que suponemos. Él nos dice: “Entren y quédense en esa casa y coman lo que les den”, invitándonos a acercarnos a los demás y a aceptarlos como son, aunque esto parezca difícil cuando después de algunos años de matrimonio se han ido acumulando heridas, cuando los hijos están en la edad de la confusión y de la rebeldía, cuando tenemos miedo de ser lastimados por los hermanos, los suegros, las nueras y los amigos, y de acercarnos a la gente con problemas.

“Se necesita nuestra fe para que pueda manifestarse el don de Cristo al Mundo”

El temor nos hace quedarnos en “la puerta”, es decir, en un trato superficial, que termina por sumirnos en la soledad que conduce a la nada, “todos tenemos que luchar en el mismo combate; por lo tanto, abandonemos las preocupaciones inútiles y vanas”, decía san Clemente. ¡No perdamos el tiempo!, entremos de verdad en el corazón de los demás, comprendiéndolos, dialogando con ellos, tratándolos como es, y no como queremos que sea. Debemos respetar y aceptar al otro sin condicionar nuestro amor, aprendiendo también a recibir la ayuda que nos brinda.

Aceptar no significa dejar en el error a quien se equivoca, o abandonarlo a su propia suerte, sino ayudarlo a sanar y a vivir en paz. Por eso Jesús nos pide que, fiados en Él , curemos y llevemos paz al conyugue, a los hijos, a los padres y a los hermanos, si se encuentran heridos por la soledad, la rutina o la infidelidad. Que sanemos y llevemos paz a nuestro noviazgo, si está enfermo de egoísmo y de pasión; a nuestros ambientes de amigos y compañeros, si han sido lastimados por la vulgaridad, la envidia y el rencor. Jesús nos envía a sanar a esta sociedad, herida por el individualismo, comunicando la paz de la solidaridad, que nos hace capaces de valorarnos, respetarnos y ayudarnos a vivir con libertad y dignidad.

“Los envío como corderos en medio de lobos”. “No se detengan por el camino”, nos dice el Señor, advirtiéndonos que este mundo no es fácil; que habrá obstáculos y tentaciones. Pero con su ejemplo y con su ayuda, nos enseña a no detenernos, sino avanzar siempre, siendo audaces testigos del amor. Como Assunta, madre de santa María Goretti, quien, cuando después de 35 años del asesinato de su hija, tuvo frente asi al homicida recién liberado, Alessandro Serenelli, que arrepentido de su crimen en la navidad de 1937 llamó a su puerta para pedirle perdón, supo contestarle: “Si mi hija antes de morir te perdonó, ¿Cómo no voy a perdonarte yo? “Se necesita de nuestra fe, de nuestra responsabilidad y firmeza para que el don de Cristo al mundo pueda manifestarse en toda su riqueza”, afirmaba el Papa san Juan Pablo II. ¡No tengamos miedo! El Señor está siempre con nosotros, realizando esas obras suyas, que son admirables.