¡Hoy nuestro Señor Jesucristo ha subido al Cielo; suba también con Él nuestro corazón!

.

“Hoy nuestro Señor Jesucristo ha subido al Cielo; suba también con Él nuestro corazón”, nos dice san Agustín. “Entre voces de júbilo y trompetas, Dios, el Señor, asciende a su trono”. “En esta fiesta –comenta el Papa Benedicto XVI-, la comunidad cristiana está invitada a dirigir la mirada a Aquel que, cuarenta días después de su resurrección, ante el asombro de los Apóstoles, “fue elevado en presencia de ellos, y una nube lo ocultó a sus ojos” (Hch 1, 9). Por tanto, estamos llamados a renovar nuestra fe en Jesús… Al subir al cielo, volvió a abrir el camino hacia nuestra  patria definitiva, que es el paraíso. Ahora, con la fuerza de su Espíritu, nos sostiene en nuestra peregrinación diaria en la tierra”.

Cristo, por su misericordia, había bajado del Cielo; se encarnó en la Virgen María, y pasó por la vida amando hasta el extremo de padecer, morir y resucitar por nosotros, para liberarnos del pecado y hacernos hijos de Dios. Por eso, al ascender a los Cielos, no sube solo; nosotros somos invitados a dejarle subirnos con Él, ya que adonde llegó nuestra Cabeza, tenemos la esperanza de llegar los que, a partir del Bautismo, formamos su cuerpo, la iglesia. La Ascensión de Jesús eleva nuestra naturaleza “hasta compartir el trono de Dios Padre”, afirma san León Magno.

Por eso no podemos quedarnos parados mirando al Cielo, pensando que Jesús es solo un mito que no tiene nada que ver con el mundo “real”. No debemos “anclarnos”, creyendo que la fe es aceptar –sin intentar comprender-, una serie de conceptos que nos ayudan a huir de la “cruel” realidad,  refugiándonos “en las nubes” de sueños románticos, sin poner los pies en la tierra, para trabajar de manera creativa, concreta y activa, como el Hijo de Dios enseñó ¡Hoy Jesús asciende a los Cielos, para recordarnos que a donde llegó Él, tenemos la esperanza cierta de llegar también nosotros! “Tú serás igualmente llevado a los cielos –comenta san Juan Crisóstomo-, porque tu cuerpo es de la misma naturaleza que el cuerpo de Jesucristo… porque así como la cabeza, es el cuerpo”.

Nosotros somos testigos de esto

En esta vida, junto con las alegrías, los éxitos y las posibilidades, encontramos penas, fracasos y límites, el mayor de los cuales es la muerte. Contemplar a Jesús ascendiendo al Cielo cambia el panorama, ya que nos descubre que ni el mal ni la muerte tienen la última palabra ¡La Ascensión del Señor nos da un mejor sentido de la vida presente,  al contemplar la futura que nos espera! 

Por eso san Pablo exclama: “Pido a Dios les ilumine para que comprendan cuál es la esperanza que les da su llamamiento, cuán gloriosa y rica es la herencia que Dios da a los suyos”. “Hoy, en espíritu, estuve en el cielo –escribe santa Faustina Kowalska-, y vi estas inconcebibles bellezas y la felicidad que nos esperan después de la muerte… vi lo grande que es la felicidad en Dios…”

Fiado en esta certeza, san Agustín decía: “¿Por qué no trabajamos nosotros también aquí en la tierra, de manera que, por la fe, la esperanza y la caridad que nos unen a (Dios), descansemos ya con Él en los cielos?”. Jesús mismo nos lo ha pedido, al hacernos testigos de su amor, y enviarnos a comunicarlo a todos,  conscientes de que está con nosotros todos los días hasta el fin de mundo. 

Él permanece para siempre en su Iglesia, a través de su Palabra y sus sacramentos, a fin de darnos la fuerza necesaria para hacerlo,  incluso a través de los medios de comunicación, cuya Jornada Mundial celebramos también hoy, para pedir al Señor que sepamos hacer de ellos instrumentos que faciliten “la comunicación, la comunión y la solidaridad”, procurando formarnos para usarlos de manera apropiada, participar responsablemente en la gestión de os mismos, y aprovecharlos para favorecer el diálogo y la paz entre las personas y los pueblos.

“El gran reto es mantener una comunicación verdadera y libre, que contribuya a consolidar el progreso integral del mundo”, decía el Papa Juan Pablo II. Quizá esto nos parezca casi imposible. 

Sin embargo, debemos esforzarnos, conscientes de que, como dijo Jesús a santa Faustina: “Yo no recompenso por el resultado positivo sino por la paciencia y el trabajo emprendido por Mi”. 

Poniendo la mirada en el Cielo, vivamos intensamente cada día, unidos a Jesús, dando lo mejor de nosotros. Así, haciendo lo que podamos para hacer felices a los que nos rodean, escucharemos de sus labios, cuando llegue la hora: “¡Bien, siervo bueno y fiel… entra en el gozo de tu Señor!”